No podía comprender la respuesta que acababa de darme; sus palabras parecían resonar en mi cabeza, reverberando en el vacío que había dejado mi cordura. Me sentía aturdida, como si estuviera atrapada en una pesadilla sin fin. Lo único que podía hacer era mirar esos ojos escalofriantes que seguían fijos en los míos, profundos y oscuros, como si intentaran arrancarme un secreto enterrado en mi memoria.
—Realmente duele que no me recuerdes —murmuró, acercando su rostro aún más al mío hasta que nuestras respiraciones se entrelazaron, formando una única exhalación que quemaba mi piel como brasa.
Cada músculo en mi cuerpo se paralizó, y todo lo que pude hacer fue cerrar los ojos y rogar, en silencio, que todo esto fuera un mal sueño. Sin embargo, un segundo después, sentí el roce de sus labios, apenas perceptible, en los míos. Fue un contacto tan leve que, en cualquier otra situación, podría haber sido ignorado, pero la sensación que dejó fue un dolor punzante e insoportable, un ardor que se expandió desde mi boca hasta cada rincón de mi rostro, como si algo maligno hubiera dejado una marca imborrable.
Contuve un grito de dolor y sorpresa, y, desesperada, abrí los ojos. Para mi alivio y desconcierto, ya no estaba. Él, la criatura, había desaparecido. La habitación estaba vacía, pero el temor seguía presente, como un eco persistente que se negaba a desvanecerse.
Permanecí inmóvil durante algunos minutos, intentando convencerme de que todo había sido producto de mi imaginación, de una mente sobrecargada que aún no superaba el recuerdo de aquel chico que había visto la noche del desmayo en el boliche. Tal vez esto no era más que el vestigio de un sueño extraño. Pero entonces, un impulso inesperado me obligó a levantarme; sentí una necesidad apremiante de ir al baño, como si mi cuerpo intentara deshacerse de la tensión acumulada.
"Maldita vejiga sensible", murmuré para mí misma.
Puse los pies en el suelo y traté de incorporarme, pero me di cuenta de que mis piernas temblaban de manera incontrolable. Cada paso que daba me costaba un esfuerzo enorme, como si tuviera que vencer una resistencia invisible. Sin embargo, logré arrastrarme hasta el baño, aún sintiendo el eco de su presencia en mi piel.
Al llegar, encendí el grifo, dejando que el agua fluyera en el lavabo. El sonido del agua al caer fue reconfortante, como una melodía que traía calma en medio de la tormenta. Acerqué las manos al chorro y humedecí mi rostro, dejando que el frescor aliviara la tensión en mis músculos. El agua corría por mi piel en pequeños ríos, llevándose parte de la sensación de ardor y desesperación.
Respiré hondo, tratando de calmarme, y cuando alcé la vista hacia el espejo, noté algo que me heló hasta los huesos. Reflejado en el cristal, bajo las gotas de agua, vi una pequeña herida en mi labio inferior, como una marca oscura y delgada que se destacaba contra la piel pálida de mi rostro. Esa herida, esa imperfección inesperada, era la prueba concreta de que no había sido una pesadilla. Todo lo que había experimentado había sido real, tan real como el dolor latente que me recordaba su roce.
Un nudo de terror y confusión se formó en mi garganta, y mis piernas, incapaces de soportar la carga de la verdad, cedieron. Me dejé caer al suelo, sintiendo la frialdad de las baldosas contra mis rodillas y mis manos. En ese momento, mi mente empezó a divagar, oscilando entre la cordura y la locura. No podía discernir si aquello que había sucedido era un truco de mi mente agotada o una realidad siniestra que me acechaba desde las sombras.
Ahí, sentada en el suelo frío del baño, mis pensamientos eran un torbellino de dudas y miedo. Mi cuerpo temblaba, y las lágrimas comenzaron a brotar con fuerza, deslizándose por mis mejillas como pequeños ríos incontrolables, hasta que mi visión se volvió borrosa. Cada lágrima que caía era un testimonio de mi desesperación, del miedo que me consumía, de la sensación de haber cruzado un umbral al que nunca debí acercarme.
Estaba sola, pero podía sentir su sombra, aún presente en la habitación, como si aquella entidad invisible hubiera dejado una parte de sí misma dentro de mí. Mientras mis pensamientos caían en espirales cada vez más oscuras, solo podía aferrarme a la fría realidad del suelo bajo mis manos, intentando mantenerme en este lado de la razón, luchando para no dejarme arrastrar al abismo que había empezado a abrirse bajo mis pies.
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Arrástrame al infierno©
ParanormalUnas manos frías. Un olor a azufre. Un susurro desde el inframundo. Y tan solo un nombre... Hay lazos que no se rompen por ningún obstáculo. No importa el tiempo, ni el espacio, y este es uno de ellos. <<Un amor que sobrevivió incluso a l...