Capítulo 21

122 19 6
                                    

—¿Hacia dónde vamos? —pregunté, pero no obtuve respuesta.

Habíamos salido del convento, y él me llevaba de la mano hacia lo profundo del bosque. La brisa fría golpeaba mi piel, y solo la luz de la luna iluminaba el sendero. Era extraño cómo su tacto alternaba entre un frío sepulcral y una calidez ardiente. A cada paso, pequeñas piedras se colaban bajo mis pies, desestabilizándome, pero él no se detenía, avanzando con prisa hasta que llegamos a un claro donde ya no había rastro de la civilización.

—Llegamos —anunció con seriedad.

Nos rodeaban árboles, pero en el centro del claro, una tina blanca brillaba bajo una luz espectral, casi como si un reflector la iluminara. Solté la mano de Aiden y me acerqué, observando el agua cristalina, sobre la que flotaban pétalos blancos. La imagen era tan surrealista que una risa escapó de mis labios.

—¿Vas a ahogarme de una forma romántica? —bromeé, aunque en mi interior sentía una punzada de inquietud.

—Algo parecido —respondió mientras encendía cuatro velas alrededor de la bañera.

Lo miré, asustada por su tono. ¿Qué estaba haciendo allí, confiando en un demonio que, en cualquier momento, podía hacerme daño? Pero, mientras él se despojaba de su chaleco y doblaba las mangas de su camisa, su mirada se cruzó con la mía, suave y contenida.

—No me mires así —dijo acercándose para retirarme el abrigo que antes me había puesto—. Yo no soy el que tomará un baño.

Sus manos se deslizaron a mi espalda, bajando con suavidad el cierre de mi vestido. Me estremecí.

—No... no quiero, Aiden —murmuré, dando un paso atrás.

—Confía en mí —dijo, su voz profunda—. Sólo resolverás las pocas dudas que quedan en tu mente.

Le permití que continuara, resignada a saber la verdad, aunque temía lo que pudiera descubrir. El vestido se deslizó por mis piernas, y me quité los zapatos, quedándome solo con mi ropa interior. Al notar su mirada fija en mí, una mezcla de deseo y ansiedad me recorrió.

—¿Me dirás qué debo hacer? —pregunté mientras me acercaba a la tina, sumergiendo primero el pie derecho.

El agua estaba helada, y pensé en retroceder. Pero recordé que ya había llegado demasiado lejos para dar marcha atrás. Finalmente, me deslicé por completo en la bañera, sintiendo cómo el frío penetraba hasta mis huesos, como si me sumergiera en el mismísimo océano en una noche de invierno.

—Sabía que mi chica no era una cobarde —murmuró Aiden, arrodillándose a mi lado—. Ahora solo tienes que relajarte.

—¿Cómo se supone que lo haga si estoy a punto de tener hipotermia? —mi voz vibraba y mis piernas temblaban.

—Extiende todo el cuerpo. Te haré sentir mejor.

Obedecí, tratando de relajarme mientras apoyaba mi cabeza en el borde de la tina y miraba el cielo. La luna llena brillaba en lo alto, hipnotizándome. Pero el frío desapareció de repente al sentir la mano de Aiden sobre mi pecho. Mi pulso se aceleró, y el calor se esparció por todo mi cuerpo, como si el agua se transformara en un oasis en medio del desierto. Susurraba palabras en latín, y el sonido de su voz comenzó a envolverme hasta que, sin darme cuenta, caí en un profundo sueño.

Desperté en una oscuridad total, sola, hasta que una voz tenue comenzó a hablar en un tono de lamento:

Dios, ¿por qué me haces esto? Padre, he pecado. ¿Por qué lo deseo? No me dejes, aún si me destruyes, quiero estar contigo...

Esa voz... creí reconocerla.

—¿Mary? —grité, girándome en busca de su origen.

A lo lejos, un espejo roto capturó mi atención. Como hipnotizada, me acerqué. Lucía antiguo, parte de un tocador de madera que sostenía un libro y una pequeña cruz. Me planté frente al espejo, y el horror me embargó. Reflejada, había una figura idéntica a mí, pero con una marca roja en el cuello, como si fuera un collar.

—Tranquila, ya sabes quién soy —una voz dulce y calmada brotó de sus labios resecos.

—Creo que sí... eres la tía de mi abuela —dije, sin poder apartar la mirada.

—Más que eso... soy tú.

Quise rechazar la idea. Esto no puede ser real.

—Sé que es confuso —dijo suavemente, con un tono maternal—. Pero parece que hay algo que estamos destinadas a hacer, algo que aún no hemos cumplido.

—¿Y cómo es que siempre hemos sido la misma y nunca recordé nada?

—Eso es porque, si todas las almas pudieran recordar sus vidas pasadas, ¿imaginas lo caótico que sería? He estado siempre en tu inconsciente, hasta hoy, que por fin has abierto la puerta.

—¿Qué significa eso? —pregunté, aunque el terror comenzaba a asentarse en mi interior.

Ella extendió la mano en el espejo, invitándome a hacer lo mismo.

—Coloca tu mano sobre el cristal, Scarlett. No tengas miedo.

Tragué saliva y, sin apartar mis ojos de los suyos, acerqué mi mano al espejo. Al tocarlo, un dolor agudo recorrió mi palma y unas gotas de sangre comenzaron a caer. De repente, una luz cegadora llenó el espejo, envolviéndome en su resplandor.

Todo se volvió blanco, y comencé a ver imágenes, fragmentos de una vida que no era mía, pero que podía sentir. Mary con su hermana. Mary jugando con una muñeca de tela. Mary, de rodillas, orando en el convento. Y luego... un hombre de cabello blanco en una noche cálida de verano, entre árboles. Vi cómo ella corría, cómo él la miraba desde las sombras con esos ojos tan familiares. Terror, angustia, confusión, deseo, anhelo, arrepentimiento y amor. Todo se entremezclaba, y los sentimientos me golpeaban en oleadas.

La última escena mostró a Mary en su último suspiro, y una desesperación incontrolable se apoderó de mí. Intenté moverme, como si estuviera luchando contra algo, y sentí el agua entrar por mi nariz mientras el frío me envolvía de nuevo.

De repente, comprendí que aún estaba en la tina, sumergida bajo el agua. Me incorporé con desesperación, tosiendo y jadeando, mientras el agua resbalaba por mi rostro y trataba de recuperar el aliento.

—¡Scarlett! —exclamó Aiden desde afuera, su rostro marcado por una preocupación que nunca había visto en él—. Demonios, pensé que no regresarías...

Al verlo, una mezcla de deseo y nostalgia se apoderó de mí. Sin pensarlo, lo tomé por el cuello y lo acerqué hacia mí, uniendo nuestros labios en un beso cargado de ardor. El calor invadió cada parte de mi cuerpo, y, por primera vez, dejé de resistirme. Solo quería perderme completamente en él, quemarme hasta las cenizas en sus brazos.

Arrástrame al infierno©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora