Capítulo 11

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—¿Cómo...? —lo miraba, incapaz de creer que estuviera realmente frente a mí. Su figura se veía tan real, tan tangible.

—¿De qué te sorprendes? Ya me has visto antes, ¿no? —me pregunta, arqueando una ceja.

Maldición. ¿Realmente puede leer mis pensamientos?

—E-estás aquí... —balbuceo, dejando en claro la inseguridad que siento—. ¿Esto realmente está pasando?

—No lo sé, preciosa, quizás estás en coma y este es solo un sueño que estás teniendo —dice, encogiéndose de hombros y soltando una leve risa burlona.

¿Y si en serio estoy soñando? Sería lo más probable, ¿no?

—Oh, vamos... no pensarás que lo que dije es verdad, ¿o sí? —vuelve a hablar, mirándome con esos ojos intensos.

El sonido de la puerta cerrándose me saca bruscamente de mis pensamientos.

—Espera, este es el baño de chicas. No puedes estar aquí —digo, tratando de sonar firme, aunque al mismo tiempo retrocedo cada vez más.

Una sonrisa maliciosa, casi seductora, se dibuja en su rostro.

—Oh, no sabes cuánto he echado de menos esa mezcla de inocencia y mal genio que tienes.

Avanza hacia mí, y yo retrocedo hasta que siento el frío mármol de la encimera chocando contra mi cintura.

¿No se supone que, en momentos como este, alguien interrumpe? ¿Por qué no aparece nadie?

—Me gusta tu nuevo nombre, ¿sabes? —dice, acercándose más, hasta que solo un par de centímetros nos separan—. No tienes idea de lo que fue volver a esta maldita ciudad y sentir tu presencia. Estuve años conteniéndome para no irrumpir en tu vida.

Sus ojos, fríos e implacables, se clavan en los míos. Confusión y miedo luchan en mi interior, pero, inexplicablemente, también hay algo que me atrae hacia él.

—Ahora que has crecido, Scarlett, tal vez ya puedas entenderlo... —sus dedos pálidos toman un mechón de mi cabello oscuro—. Quizás ahora sí.

Mi corazón late con fuerza, como si fuera a estallar. Respiro de forma agitada, como si hubiera estado corriendo una maratón.

—No entiendo de qué hablas —digo, tratando de juntar las palabras, sin aliento. Está demasiado cerca, y mi cuerpo no reacciona. Mis extremidades parecen haber perdido la capacidad de moverse.

—¡Maldita sea! No sé cuánto más podré contenerme —dice, llevando el mechón de cabello a su nariz y oliéndolo como un animal rastreando un aroma—. Esto es insano. No puede ser que sigas igual...

—Basta, no te entiendo —repito, empujando con una mano su pecho, pero apenas logro moverlo.

—Ahora lo vas a entender —susurra. En un movimiento rápido, me sujeta por la cintura y me hace girar hacia el espejo, atrapándome entre su cuerpo y la encimera.

—Esta vez te prometo que no dolerá tanto —su mano derecha asciende hasta mi cuello, acariciándolo lentamente, mientras la izquierda se apoya firme en el mármol—. Solo... mira el espejo.

Levanto la mirada con cautela, y lo que veo me deja sin aliento: mi reflejo muestra una versión de mí misma, con una expresión enrojecida, el rostro teñido de sorpresa y algo de temor. Miro a través del espejo y me encuentro con sus ojos observándome, intensos, mientras aparta mi cabello hacia un lado, dejando expuesta la piel de mi cuello. Siento su aliento caliente contra mi piel, y cierro los ojos de forma instintiva.

—El espejo... —susurra, y un estremecimiento recorre mi cuerpo al sentir la humedad de su lengua rozando mi cuello.

Abro los ojos, atónita, y el reflejo me devuelve una imagen perturbadora: yo, con un camisón blanco, como el de mis sueños, y él, detrás de mí, besándome el cuello, como si estuviera a punto de devorarme, con el torso desnudo y los ojos encendidos.

—¡Detente! —grito, encontrando fuerzas de algún rincón escondido, y lo empujo con todas mis ganas.

Por fin, mi cuerpo empieza a reaccionar, aunque no de la forma en que quisiera. Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, recorriendo mis mejillas sin freno. Abro la puerta y hago lo único que se me ocurre: correr.

Corro sin mirar atrás, intentando escapar de esta locura.

Arrástrame al infierno©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora