Capítulo 22

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Si el infierno existe, no creo que pueda arder más de lo que arde mi cuerpo. Los labios de Aiden navegan por mi cuello, mordisqueando y chupando cada centímetro que recorren.

Una parte de mí me susurra que corra, que huya tan lejos como una liebre perseguida por un cazador. Pero otra parte, una que ahora alberga recuerdos que no reconozco del todo, ansía sentir a este demonio entre mis piernas otra vez.
¿Otra vez?

Dentro de mí, una batalla de confusión se desata mientras mis manos se hunden en su cabello, tirando de él. ¿Cómo podría esto estar bien? Me siento perdida; mi cordura se disuelve ante su lengua que saborea el inicio de mis senos. Pero...

¿Realmente soy yo a quien quiere poseer, o es a Mary?
Yo no soy la chica que una vez dedicó su vida a Dios, como pude haber sido en otra existencia. ¿Y si solo cumplía una orden y luego se marchaba, sin más? A pesar de estos recuerdos que surgen de las sombras, no los siento claros; son míos y a la vez ajenos, como si fuera una espectadora y, al mismo tiempo, la protagonista.

"Idiota, sigues siendo tú."

¿Esa voz en mi conciencia siempre ha sido tan maleducada?

Cierro los ojos cuando siento sus manos deslizarse por mi abdomen, y un recuerdo se despliega en la oscuridad.

Mary escribe en una libreta de tapas azul marino, luego la esconde debajo del colchón de su cama. Mira hacia la ventana, hacia el oscuro y frondoso bosque. Una figura aparece y su corazón amenaza con detenerse.

—Espera —digo, colocando mis manos en su pecho para alejarlo—. Tenemos que regresar al convento.

Me observa, intentando comprender mi orden, y mientras lo hace, mis ojos se deslizan por su torso. Su camisa húmeda se adhiere a su piel como una segunda capa, y mi lengua roza mi labio inferior. Entiendo por qué el infierno lo eligió; él es la perdición de cualquiera.

Su mirada me dice que notó mi reacción y que lo divierte. Se inclina, encuentra la parte superior de su traje y vuelve a colocármela.

—Quizás debería ponerme el vestido —digo, levantándolo de cerca de la tina.

—Preferiría que no. Además, aún estás húmeda, y se mojará —me dice, y tiene razón. Tomo el resto de mi ropa y los zapatos dispersos en el césped.

Entrelaza sus dedos con los míos, y juntos comenzamos a caminar. La hierba bajo mis pies está fría, al igual que la brisa que acaricia mis piernas, pero su mano en la mía mitiga el efecto.

Dos jóvenes, caminando por el bosque, tomados de la mano bajo la luz de la luna...

El pensamiento es tan ridículo que una risa escapa de mis labios.

—¿Qué sucede? —pregunta, arqueando una ceja perfecta.

—Nada, solo pensé que parecemos una pareja común de jóvenes enamorados.

—Jóvenes que han follado salvajemente en medio del bosque —suspira, como si le doliera que no fuera así.

Miro su rostro, endemoniadamente angelical.

—A veces olvido tu perversión.

La verdad es que a menudo olvido que no es humano. En esos momentos, él parece una persona común. Su mano se tensa por un instante y luego se relaja. Un atisbo de tristeza asoma en sus ojos, los mismos que recuerdo haber amado en otra vida.

—Hasta yo lo olvido —responde, con una tristeza inesperada en su voz.

Seguimos avanzando y la incertidumbre me invade de nuevo. Me ha contado un poco de su historia, pero sé que aún oculta mucho, tal como hizo con "Mary".

—Vamos a normalizar el hecho de que eres un demonio, ¿bien? —le digo. Me observa con la curiosidad de un cachorro—. ¿Qué cosas has hecho como tal?

Parece sorprendido por la pregunta, pero responde:

—Créeme, son cosas que no te gustaría oír.

—Oh, créeme que sí quiero saberlo. —Miro hacia adelante, evitando conectar mis ojos con los suyos—. No soy ella; yo sí quiero saber.

Los recuerdos de Mary me muestran que, a pesar de su devoción a Dios y su carácter fuerte, ella se doblegó ante este demonio. Pero yo no soy ella, al menos no en esta vida. Estamos en un tiempo de ciencia y razón. Si me voy a enfrentar a este oscuro mundo, como mínimo quiero comprenderlo.

—Empecemos por la parte en que olvidamos la mala imagen de Satanás —digo, mirándolo fijamente—. Sí, siembra avaricia, lujuria, egoísmo, pero no es más que eso. He visto a hombres actuar peor que él, sin manipulación alguna.

Él asiente y reflexiona un momento antes de hablar.

—Es como cuando tus padres te dan libertad y confianza, y decides usarla de la peor manera. Eso es lo que él hace: te da independencia y opciones, pero si eliges mal... tu alma se va con él.

Lo escucho y me cuesta creerlo. Desde que leí la Biblia y otros textos religiosos, siempre me parecieron leyendas incoherentes. Y ahora estoy aquí, teniendo una conversación casual con un ex humano, un soldado del infierno.

Bien, Scarlett, la que quería ser una prestigiosa psicóloga.

—Entonces, eso es lo que haces tú: siembras sentimientos negativos —concluyo, y distingo la silueta del convento en la distancia.

—No solo eso. También me alimento de la energía de aquellos que caen en la lujuria o el mal —hace una pausa y sonríe de manera peligrosa—. Por eso, en todo este tiempo no te he tocado; si lo hiciera, ya estarías gimiendo.

Un escalofrío recorre mi cuerpo ante sus palabras, y su tono sensual y adictivo hace tambalear mi seguridad. Sacudo la cabeza, consciente de que él percibe mi reacción y se ríe.

Es endemoniadamente hermoso.

El cirio en la puerta del convento aún conserva su llama, parpadeante. Observo el edificio, cuya arquitectura misma parece hechizarme.

—Bueno, aquí estamos —dice, señalando el lugar con un gesto amplio—. ¿Ahora me dirás por qué volvimos?

—Eh... honestamente, ni yo sé. —Me acerco a la puerta—. Solo entremos.

Así, cruzamos la entrada al lugar que, hace cien años, llamé hogar.

Arrástrame al infierno©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora