Capítulo 19
Había visto textos relacionados con Belial, uno de los siete reyes del infierno que en ocasiones era confundido por el mismo Satanás.
Bien, digamos que la pequeña noticia de que me iba a matar no me cayó muy bien.
–¿Tú invocaste a esos demonios? –Murmuré. Mi voz salió casi ahogada y una octava más arriba.
–Tengo a mi mando 50 legiones de demonios. Esos solos son los pequeños. –Volvió a reírse y yo no podía estar más asustada, si cabe. La voz seguía saliendo de la tierra, del líquido negro que borboteaba del centro del pentagrama.
Mi corazón dejó de latir cuando sentí la presencia de La Piedra de Nami en el centro del pentagrama. Mi estómago se revolvió.
–Deberías tenerme miedo. –Siseó Belial. –Tengo La Piedra de Nami en mi poder. Hagámoslo fácil; puedes suicidarte, puedes regresar a tu mundo humano, puedes ofrecerte como mi sacrificio de índole carnal o simplemente puedo matarte. –Lanzó una risa. –Estoy siendo demasiado caritativo.
¿Qué si me voy a mi casa? Tendría que dejar a todos aquí con este estúpido demonio. No puedo hacer eso, ya que principalmente todo es mi maldita culpa. El líquido negro sigue saliendo del centro del pentagrama y solo soy consciente de que algo feo está por salir cuando siento el miasma arremolinarse más alrededor del agujero.
–Solo tengo que conseguir un sacrificio para mi forma completa. –Dijo Belial. No quería estar aquí para cuando eso sucediera.
A lo lejos, estaba consciente de la batalla que destetaba La mayoría de esto era por mi culpa. Apostaría mi pecho izquierdo a que había sido Anna la que invocó a Belial. Pero no me servirá de mucho.
El miasma se intensificó más y yo tuve que cubrir mi nariz con mi antebrazo. Estaba jodida. Tenía que recuperar la piedra y devolver a Belial al infierno que es a donde pertenece. El gran problema era que no sabía cómo.
Por puro instinto, alcé mi mano libre y ordené unas grandes ráfagas de viento, pero solo empeoraba las cosas; no había aire puro a mí alrededor. El viento por si solo comenzó a intensificarse y yo tuve que agacharme para no ser arrastrada al agujero en la tierra.
Me sostuve sobre mi rodilla; parecía que estuviera a punto de pedirle matrimonio a alguien., pero era la única forma de no ser absorbida por el agujero. Quizás era mi imaginación pero juraba que podía escuchar a Belial riéndose en mi nuca. Decidí ignorarlo, si no quería que mis poderes se salieran de control para lo que iba a hacer.
Debía intentarlo. Expulsar todos los elementos, como lo hizo Mina.
Si, quizás me cueste la vida, pero es la única manera de no dejar que Belial salga. Bueno, que no salga por completo. No creo que me cueste la vida; es cuestión de cálculos. Si mantengo el equilibro y mi mente centrada en no ser consumida por los elementos, no sucederá nada.
Intenté recordar aquel sueño en donde Mina acababa con el ejército de bestias. Intenté sentirme en su piel y en su cuerpo. A diferencia que yo no acababa de perder a mi esposo y acababa de dar a luz. Fugazmente cruzó por mi cabeza el pensamiento de que Mina fue totalmente irracional; ¿Por qué sacrificar su vida por alguien que ya no estaba? ¿Por qué no se quedó con su hija y le dio lo mejor de sí, ya que era el fruto del amor de su difunto esposo? Pienso que fue una total egoísta.
Concéntrate, Clea.
Los elementos fueron salieron lentamente; primero el fuego y luego el aire. Ya cuando levanté mi otra mano, sentía que moría. Algo me quemaba por dentro, los ojos me escocían y sentía casi todo el cuerpo entumecido, pero me ordené mantenerme. Los elementos fueron a dar al agujero y podía escuchar los chillidos de la voz de Belial, lo que me impulsaba a seguir adelante. Logré invocar el agua y la tierra sin caer al piso. La sensación era casi insoportable; como si estuvieras expulsando todo el contenido que te hace vivir y respirar. Llegué al punto de querer estar muerta. Miraba mis manos; llenos de ampollas, como los de Mina en aquel momento. El pensamiento de que quizás era cierto que yo pudiera ser su hija cruzó por mi cabeza.
Y solo en ese momento acepté que mi madre fue Mina Tepes.
Casi podía oír la voz de Mina; era suave, dulce y cálida. Me sonreía, con su cabello ondeando por el viento y sus ojos gris verdoso brillando. Podía sentir su calidez. Podía sentir que estaba en su regazo, acurrucada y me dije a mi misma que ni el calor de mi madre se sentía de esa manera.
Me sentí desfallecer. Caí sobre mi espalda en el piso.
No podía mover ni un solo dedo. El bosque se encontraba el silencio, e incluso las aves cantaban y veía el cielo azul. Nunca había visto el cielo azul en Mina. El viento arrancaba hojas de los árboles y las esparcía por todo el lugar. Era casi irreal esta tranquilidad, teniendo en cuenta de todo lo que había visto hace tan solo unos minutos.
Me costaba respirar, pero ignoraba eso. Me gustaba la tranquilidad. Aunque mi cuerpo se quejaba y gritaba de dolor, yo tenía mi mente centrada en el silencio y la paz que se respiraba. Cerré mis ojos, pensando en mis padres, que a pesar de que quizás no era su hija, me quisieron como tal. Nunca me faltó nada. Me dieron amor y me ofrecieron una familia, e inclusive daría mi vida por Carter, aunque no fuéramos los hermanos más unidos del mundo. Agradecía la amistad incondicional de Maia y ahora que quizás estaba respirando mis últimos minutos, esperaba que se enterara de que la amaba como si hubiéramos nacido de la misma madre. Agradecía también a Ryder, por mostrarme cosas de mí que no tenía la oportunidad de saber por mi propia cuenta. Me hubiera gustado decirle que moría por ser su novia, que era tan perfecto que me preguntaba si Dios lo había cincelado personalmente, que hubiera dado todo por una oportunidad con él. Quizás no se haya casado con Erika, pero esto solo pospondría la boda. No tenía oportunidad con él ni hoy, ni mañana, ni nunca, aunque lo quisiera con toda mi alma.
La imagen de un hombre apareció detrás mis párpados cuando cerré los ojos; era alto y tenía los ojos grises, cabello castaño y facciones duras, como un guerrero. Parecía que caminaba por el bosque, pero parecía feliz, con su capa ondeado detrás de su espalda. Tenía rosas en sus manos. Rosas verdes. Caminó un poco más y sorprendió a una chica con un abrazo por detrás. La chica rió y cuando se volvió hacía él, vi que era Mina. Estaba radiante y sus ojos brillaban con felicidad. Abrazó al hombre y leía en sus labios que lo llamaba "Eduardo". Era su esposo. Él la miraba como si fuera el mismísimo paraíso y ella parecía agradecerle en silencio con una mirada suave y una sonrisa deslumbrante. Eduardo se inclinó y se arrodilló hasta la altura del vientre hinchado de Mina y besó la gigante panza, susurrándole algo en ese momento que no lograba escuchar. Se miraron, se sonrieron y se besaron, mientras una agradable ráfaga de viento acompañada de hojas de otoño hacia su beso uno de película.
Abrí mis ojos. Me encontraba en el mismo lugar. Respiré por una última vez, antes de escuchar a lo lejos unos gritos y pasos de correteo, antes de cerrar los ojos hasta–quién–sabe–cuando.
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Magos de Mina: La Piedra de Nami (Libro #1)
FantasyAsí que, tendría que enfrentar algo que estaba dentro de mí. Tenía en mi poder los cuatro elementos; fuego, agua, tierra y aire. Podía hacer explotar lo que sea, podía utilizar el agua para apagar lo que hice explotar, podía hacer creer plantas en l...