Capítulo 16
–Me imaginé que no tenías un vestido, así que conseguí uno para ti. Además...tienes que cambiarte esa ropa andrajosa que usan las chicas de tu mundo. –Miré mis ropas; aún tenía mi camiseta y camisa con mis jeans. No era para nada glamuroso comparado con los excéntricos vestidos que usaban las magas.
–Yo no uso vestidos. –Negué con la cabeza.
–Pff. Estupideces. –Lo lanzó a mi regazo. –Tienes solamente un hora para prepararte, ¿Sí? –Dio una media vuelta y se fue antes de que pudiera quejarme nuevamente.
Me levanté de la cama y puse mis pies en el frío suelo. Recordaba el primer día que me levanté en este mismo lugar. Era de noche esa vez. Lo recuerdo y lo siento como si hubiese sido hace mucho tiempo.
Había un espejo de cuerpo completo al lado de la peinadora que tenía todos los cosméticos que usaban las chicas. Me miré en él por primera vez en quien sabe cuánto tiempo desde que dejé mi casa. Mi cabello rubio estaba enmarañado, parecía haber sido lamido y escupido por un gato, pero por primera vez en 18 años, mi cabello rubio no me molestaba. Siempre me había quejado de él; quizás porque mi padre tuvo el cabello azabache y mi madre lo tenía castaño. Y sí, intenté varias veces utilizar tinte, pero nunca me duraba por más de cinco días.
Pero luego de ver a Mina en sueños/visiones ̣–no sé cómo decirles–, me di cuenta de que el cabello rubio no era un problema para ella. Tampoco era un problema para la mujer vestida de negro que tenía el bebe en sus brazos; ella también era rubia. Si a ellas no les molestaba, ¿Por qué habría de molestarme a mí?
El bebé de la mujer de negro eras tú.
Maldita sea.
–¡No era yo! –Grité. Luego de unos segundos me di cuenta de que quizás ya estaba en al límite de la locura.
Seguí mirándome; mis labios estaban pálidos. Los relamí y los mordí para darles algo de color. Parecía no tener sangre en mis mejillas y mi cara se veía más delgada. Parecía haber bajado unos cuantos kilos. Por último, las bolsas debajo de mis ojos gris verdosos los hacían ver adormilados. Parecía que no dormía desde la época de las cavernas, aun cuando había durado casi tres días inconsciente. Pero aún seguían brillantes, como los del bebé que tenía la mujer de negro.
El bebé eras tú. ¿Por qué lo niegas, Clea?
Una oleada de ira me invadió.
–¡Que no era yo, maldita sea! –Lancé imprudentemente una llamarada de fuego al espejo.
Las llamas comenzaron a rodearlo, pero yo no me sentí mejor.
Cuando me calmé, lancé una ola de agua para terminar de extinguir el fuego. El espejo no había sufrido ningún daño, ni siquiera había manchas negras o quemaduras en los bordes de madera del espejo. Quizá era a prueba de fuego.
Por último, y no menos importante.
Ryder se casa dentro de una hora.
–Maldición. –Mascullé. Sí, Clea, tu nuevo amor platónico se casa con la chica agradable y hermosa a la cual no puedes ni odiar porque es como La Madre Teresa de Calcuta.
<<–No te preocupes por ella. –Había dicho Ryder. –Nosotros no tenemos...bueno, es algo difícil de explicar. No puedo decirte el por qué.>>
Pero eso no me llevaba a ningún lugar. Ryder y Erika se van a casar en mis narices. Pero, ¿Que puedo opinar yo? No tengo vela en este entierro.
A regañadientes, arrastré mi trasero hacia la puerta que creía llevaba al baño, a la cual no había querido entrar el primer día. Me llevó, en efecto, a un espacio baño con baldosas blancas y doradas, con un ventanal en la pared posterior a la puerta, por la cual entraba también los hermosos colores del atardecer.
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Magos de Mina: La Piedra de Nami (Libro #1)
FantasíaAsí que, tendría que enfrentar algo que estaba dentro de mí. Tenía en mi poder los cuatro elementos; fuego, agua, tierra y aire. Podía hacer explotar lo que sea, podía utilizar el agua para apagar lo que hice explotar, podía hacer creer plantas en l...