Capitulo veintitrés: <Prim enamorada>

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 Prim llegó tarde esa noche, y las siguientes…  Me preguntaba qué era lo que sucedía con ella, porque sus ojos mostraban una alegría inmensa, pero sus labios eran incapaces de esbozar una sonrisa mínima, al menos una mueca que me confirmara que aquellos orbes azules no mentían.

Si algo había aprendido de mi amiga, era a descifrar su lenguaje no verbal, sus muecas, miradas, posturas, tonos de voz. Porque a lo largo de los años, cuando Prim había sido incapaz de contarme ciertas cosas, ella dejaba que las adivinara. Sabía que cuando comenzaba a morderse las uñas –sin cortárselas- era porque estaba nerviosa o a la espera. Cuando pasaba sus dedos por las cejas, decía que trataba de contener su enojo. Cuando apretaba el puente de su nariz, buscaba paciencia y como esos, más actos. Yo también tenía los míos, pero al parecer hace tiempo ella dejó de captarlos. No la juzgo, yo también habría hecho lo mismo.

La vi ingresar en la cocina, la perseguí silenciosamente tratando de sorprenderla, tal como lo hacía cada vez que llegaba de sorpresa a su casa. Estaba apoyada en la mesada de mármol, tratando de tomar un poco de agua pero estaba tildada. No de forma mala, al contrario. Miraba una lata de frutas que se encontraba sobre la heladera, la que había puesto horas atrás cuando fui de compras. No dejaba de mirar a ese punto fijo, así que supe que estaba tratando de pensar….O no hacerlo.

― Pícara. ― Dije mientras le lanzaba una servilleta desde la entrada de la cocina.  

― Hey Summer, no te vi. ― Dijo sacudiendo ligeramente la cabeza, como si tratara de espantar pensamientos que tanto rebuscó. Pasó sus manos por el pantalón porque al parecer estaban sudorosas. Otro signo de Prim…

― ¿Qué pasó estos días? ― Indagué subiendo y bajando las cejas repetitivamente, sabía que la haría reír y quizás, a demás, podía sacarle un poco de información verbal. Quizás me contaría de que se trataba esta etapa misteriosa por la cual estaba pasando.

― Algo que creí que no me pasaría.

― ¿Estas esperando un bebe? ― Dije a los gritos, dando saltos infantiles. Ella negó con la cabeza, con cara de espanto y sobándose la barriga.

― Ya sé, te pico el bicho del amor. ― Y sin poder evitarlo, el rostro de Prim se tornó rojo, como un tomate. Sus ojeras parecían arder. Al darme cuenta de esto abrí la boca para decir algo pero la sonrisa fue más fuerte. Ella cubrió su rostro con las manos como si aquello fuera un atroz acto.

― Dios mío… ¡Que alegría! ― Grité eufóricamente por la confesión no tan confesión de mi amiga.

Prim estaba enamorada… El amor estaba llegándonos y casualmente a ambas. ¿Quién será el afortunado?

La tomé del brazo para llevarla a la sala y poder platicar respecto a su nuevo estado sentimental y a demás, que me pusiera al día de un par de cosas. Saqué todos los libros que se encontraban en sofá y abrí un poco las ventanas para que el aire  fresco llenara el living.

Ya sentadas en el sofá, ella parecía rebuscar las palabras perfectas… Pero aquello terminó siendo un relato.

― Sabes que en esta etapa de mi carrera, me piden que haga residencia en el hospital donde trabaja…

― ¡Allan! ― Grité mientras asentía, ella me miró con cara de pocos amigos puesto a que estaba interrumpiendo su conversación. Pero no podía evitarlo, porque muy en el fondo siempre tuve esa esperanza de que ellos terminaran juntos. Desde el primer día en que se conocieron supe que tenía algo que los unía.

― Bueno, antes de mi residencia conocía a Allan, ambas lo sabemos. Pero una mañana llegó un niño con el brazo roto, el lo trató tan bien, e incluso hizo bromas para que se olvidara del dolor. Me pareció tan asombroso el  hecho de que sea tan buena persona y a demás, doctor. Los doctores son sexys. Bueno, no pude mirarlo con otros ojos. Creo que me gusta. Demasiado.

Holland Road &lt;Jamie Campbell Bower&gt;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora