Capitulo dos: El libro.

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─ ¡Summer! ─ Escuché a una voz lejana llamándome, pero aún me sentía abrazada por el sueño. Esas pastillas eran jodidamente fuertes.

─ Cariño… Despierta.

Salí de las cobijas que envolvían mi cuerpo, miré desorientada puesto a que la luz me hacía daño la vista. Encontré a Prim sentada en el borde de la cama, con aspecto preocupado y una bandeja con frutas, avena y té. Nuevamente cuidandome tal como lo haría una madre.

─ ¿Hace cuanto estoy durmiendo? ─ cuestioné.

─ Hace aproximadamente… catorce horas... Aunque no estoy segura.

Tallé mis ojos con cuidado y me apoyé contra el respaldar de la cama para poder recibir ese desayuno que ella había preparado. Puse la bandeja en mi regazo y Prim salió de la habitación dejándome sola.

Observé esas cuatros paredes que me encerraban, llena de fotos, un empapelado estampado con flores, un baúl donde tenía todos los libros que fui comprando a lo largo de mi vida y otros que me habían regalado.

¿Cómo podía ser que me sintiera extraña hasta en mi propia habitación?

Fotos de mis padres en la mesa de noche, mantas rosadas y celestes, un armario lleno de ropa colorida y zapatos altos, la colección de CD’s de Queen y The Beatles –los cuales me los regalaron mis padres al cumplir dieciséis años- en el escritorio donde una vez supe escribir poemas que tanto me encantaba recitarle mientras tomabamos una copa de vino.

Me sentía Alfonsina Storni, con el agua al cuello y desdichada. Traté de salir a la superficie por aire pero este me hacía sentir más ahogada, ese sentimiento parecía no irse nunca.

Comí los alimentos sin problema alguno, luego rebusqué en los cajones las pastillas diarias (Complejo vitamínico, Ranitidina y Ácido Fólico) y preparé un coctel con ellas, sabiendo que quizás no era buena idea.

─Realmente te quiero lista a las Seis de la tarde, pedí el día en la cafetería para el estreno.

Estaba apoyada en el marco de la puerta cargando su bolso y mirándome de forma desafiante, como tratando de convencerme que si no hacía lo que ella decía iba a tener problemas. No pensaba llevarle la contraria, después de aquella sesión maratonica de sueño me sentia lista para salir.

─ Está bien Prim. Te amo. ─ Ella sonrió en respuesta y salió hacia sus clases.

Tomé mi teléfono y llame a mi casa, hace semanas no hablaba con mis padres, necesitaba saber cómo se encontraba Sam luego de su pequeño accidente, no fue grabe lo que mi hermanita había vivido, pero de todos modos me preocupaba.

–‘¿Mamá?’

–‘¡Summer! ¿Cómo estas hija?

–‘Muy bien mamá’…

La conversación duró unos quince minutos, me comentó que Sam estaba muy bien, solo que aún no le sacaban el yeso. Me puso feliz saber que habían sancionado a los chicos que la habían empujado de la escalera haciéndola rodar unos cuantos metros y habían ocasionado una fractura de tibia y peroné.

Papá estaba trabajando, era agente de finanzas encargado de una empresa local, la cual no le iba mal… No había que quejarse, en casa todo estaba bien, aquí en Londres no.

Mis padres no saben de mi situación, solos saben de mi enfermedad crónica la cual llevo cinco años cuidándome. No era nada malo, siempre tuve el error de ingerir todos los problemas y armar un nudo en mi cabeza llena de confusión. Siempre quise ser feliz y si eso significaba no darle importancia a los problemas, lo haría, pero fue una equivocación porque existe el efecto rebote… Tarde o temprano sabía que todo caería sobre mí y no de una forma suave.

Holland Road <Jamie Campbell Bower>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora