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Eran casi las cinco cuando salió a su balcón. Después de dejar el examen de matemáticas en blanco, Sehun había decidido que tenía que estudiar más. Pero no conseguía concentrarse por culpa del vecino.

No paraba de pensar en él y no sabía qué significaba el que su corazón palpitara más rápido al recordar su rostro. ¿Estaría enfermo? Le daba fiebre cuando pensaba mucho en él, sentía su rostro caliente como cuando tenía gripe. Era imaginar que le pasaba el balón, que juntos jugaban a la pelota y una sonrisa se instalaba en su cara. Una de esas que sólo le sacaba su bubble tea de chocochoco.

Los minutos habían pasado cuando por fin vio salir al chico que rondaba su cabeza todo el día y todas las noches. Hoy también traía el balón pero Sehun no esperaba que, al salir de casa, el muchacho se girara a mirarlo.

La sonrisa que le dedicó era algo tímida, haciendo que sus pómulos resaltaran. El menor al no saber qué hacer se tapó los ojos.

Si yo no lo veo, él no me ve, pensó el pelinegro agachadito.

No, Sehun, las cosas no funcionan así. Pese a eso, su comportamiento le pareció extremadamente tierno al alto. Unas risas se escucharon y luego el característico sonido de los toques a la pelota.

Lentamente se destapó los ojos y miró al patio del rubio. Estaba jugando a tocar la pelota con una rodilla y luego con la otra. Los movimientos y saltos lo mantuvieron hipnotizado al punto de asustarse cuando todo acabó.

No, otra vez le estaba mirando con una sonrisa.

No.

No.

¿Qué debería hacer?

Irse.

Y se fue. Se tiró encima de la cama para esconder su sonrojo entre la almohada. Ella era la única que sabía que por las noches, Sehun soñaba con labios de cereza.   

EL VECINO (HanHun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora