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― ¿Quién te la dio?

Otra vez cambiamos de papeles. Ahora es Leo quien me mira enojado, después de que minutos atrás yo lo tachaba de mentiroso. Y aunque lo sea, da igual. Sus sospechas se hacen realidad. No hay manera de justificar la existencia de la grabación sin reconocer mi culpa.

―Y además falta una parte ―apunta él―. Esa mujer me advirtió que todo fue idea tuya.

―Y le creíste a una extraña... Luego dices que yo soy la desconfiada.

―Pues parece que la extraña fue más honesta que tú. ¡Es verdad! ¡Fue un plan! Por eso tienes esta basura.

Más allá de la furia, alcanzo ver la desilusión. Sus ojos arden en dolor y decepción. Su rostro asusta más que nunca y al mismo tiempo me retuerce el alma. Por saber que está herido. Yo causé eso.

―Venía a disculparme por creerle a ella ―señala―. Y mira...

Su tono desgastado me hace temblar y me quita la poca valentía. Ladeo la cabeza, es lo único que puedo hacer. Ja... Como si sirviera para que él me crea.

― ¿¡Te atreves negarlo!?

―Déjame explicar...

―La patética frase. ―replica

―Sólo intenté erradicar mis miedos y así dejar de molestarte con los celos y... Por favor, entiéndeme. Fue... algo inofensivo.

En vez de aclarar, mi respuesta sólo parece hacer más daño.

―Estás mal.

―Leo...

― ¿¡Algo inofensivo!? ¡Por un demonio! ¿¿¿No ves lo léjos que llegaste??? Y todo por culpa de la hipócrita que tienes como amiga.

― ¡No la llames así!

Leire no tiene la culpa de nada. Fui yo la que casi la empujó en sus brazos. Ojalá al menos eso no llegue a oídos de Leo. Le basta lo de Maribel...

―Me sedujo y disque era tu amiga.

No se lo puedo explicar. Dejaré que diga lo que quiera. Además entiendo qué esté furioso con lo que acaba de pasar. Necesito calmarlo, esto no debió llegar aquí, no puede destrozarlo todo. Leo tiene que entender por qué lo hice.

Maldito momento en el que pedí la grabación.

―Ahora no se trata de ella, sino de nosotros ―murmuro a punto de llorar―. Por favor... Cálmate y hablemos.

― ¿Cuál era tu objetivo? ¿Hacer que te engañara y luego decirme que todas tus escenas de celos tuvieron sentido?

― ¡No!

― ¿Eres masoquista? ¿Querías un motivo real para sufrir? Una infidelidad mía, por ejemplo.

Sus gritos y sus conclusiones colman mi paciencia y mi calma.

― ¡Basta! ¡La rabia habla por ti! ¡Ya cállate!

―Deseo cumplido.

Dicho eso, sale de la cocina. Un mal presentimiento me deja claro que debo perseguirlo. Ya lo imagino haciendo sus maletas, mientras yo suplico llorando que se quede. Se dirige justo al dormitorio pero cierra la puerta en mis narices. Con llave.

Se acabó. Ahora sí se acabó.

Me tumbo en el suelo, sin importarme que esté en un pasillo y recosto mi espalda contra la pared. Arrastro las rodillas hacia el pecho y me pongo a llorar como si acabara el mundo. Ni sé como me estoy sintiendo... ¿Culpable? ¿Impotente? ¿Enojada con mi misma? ¿Con su falta de comprensión? ¿Dolida por haberlo visto así?

. . .

Supongo que esta noche dormiré en la otra habitación. A decir verdad, no me molesta para nada si sé que Leo sigue en este apartamento. Quizá en el fondo no me quiere dejar y una parte de él comprende mis razones.

Me acurruco en la cama, bajo una manta que apacigue el frío de este dormitorio que está siempre vacío y la ausencia de los brazos de mi esposo. Busco entender cómo fue que llegamos hasta aquí, dónde está nuestra felicidad... No quiero que llegue el día cuando me alimente de nuestros recuerdos. Debo hacer algo, si tan sólo supiera qué.

Leo es un hombre cariñoso, un marido ejemplar pero tiene un carácter bastante difícil. Se enoja por cualquier cosa y temo que esto que hice sea imperdonable para él.

. . .

Un llamada interrumpe mi sueño. Con los ojos entrecerrados busco el celular y contesto sin levantarme de la cama, sin antes mirar la pantalla.

― ¿Dónde estás?

La voz de mi amiga Camila actúa como un balde de agua fría, que me despierta a la realidad. Me encargo de revisar qué hora es y no tardo en darme cuenta que debería estar en otro lugar.

― ¿No vienes a trabajar hoy? Maite ¿estás ahí?

―Acabo de despertar...

―Otra vez se te olvidó poner el alarma. ―constata divertida

―Camy, estoy en problemas ―me incorporo y quedo en la orilla de la cama―. Con Leo... Quizá más tarde te explique.

― ¡Espero que no sea nada grave!

―Temo que lo es. Y voy a necesitar tu consejo pero... cuando salgas. Ahora me toca llamar a nuestra jefa.

―No, yo me encargo. Cuídate mucho, te llamo dentro de unas horas.

Al dar por acaba la conversación, voy a averiguar si Leo tampoco se fue a trabajar. Encuentro la puerta completamente abierta y percibo que todo está en su lugar, como si él ni hubiera dormido ahí. Con un repentino miedo colándose por mi ser, me dirijo hacia el armario, en búsqueda de sus cosas.

―No...

Me dejó. Esperó a que me fuera del pasillo y me dejó. Lo habrá hecho cuando ya estaba dormida, con razón ni me enteré. No pudo ser tan... no es un cobarde, no entiendo su manera de actuar. A no ser que... habrá sabido que yo hubiera intentado impedirlo.

Yo: ¡No se te ocurra mandarme los papeles porque no voy a firmar NADA!

Mensaje enviado.

Fatal error. ¿Qué tal si le acabo de dar una idea? Mejor salgo a buscarlo, hay un sólo lugar en el que puede estar: la casa de sus padres. Y a estas alturas, me vale la tensión que hay entre nosotros y su familia debido al apurado matrimonio. Parece que a él también le valió lo que dirían al saber que ya tenemos problemas.

Yo: ¿Dónde estás?

Leo: Trabajando, maldita sea. ¡Déjame en paz!

Yo: ¿Y tus cosas?

Ya no me contesta.

Yo: Por favor... Espero que podamos hablar como adultos, sin que me grites o me insultes a cada minuto.

No me sorprende que otra vez se niegue contestar, sólo me enfurece. No puede salir corriendo con el primer problema que atravesamos.

No tengo ganas ni de cambiarme, ni de comer y no estoy de humor para trabajar en esa traducción que tengo pendiente. No podré concentrarme, mi mente está hecha un desastre. Además, mi trabajo me recuerda a él. Nos conocimos porque él necesitaba una traducción y había recurrido a la agencia de la que hago parte. Todo había ido tan natural entre nosotros... me gustó desde el primer instante y cuando me invitó a salir, días después, creí que me estaba volviendo loca y estaba imaginando cosas.

Un año y medio después, estamos a punto de separarnos. Y otra vez siento las lágrimas nublando mi vista. Cómo odio llorar.

Yo: Les estamos dando la razón a los que dijeron que nos apurábamos...

Leo: Porque tuvieron razón.

Hubiera preferido que no dijera nada. ¿¿¿Se arrepienta de haberse casado conmigo???    

¿Aún planeamos el divorcio? © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora