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Mientras Leo se encuentra en nuestro dormitorio, recogiendo sus cosas, a mí me toca aclarar ciertos asuntos con Leire. Como por ejemplo eso de que le interesa mi esposo... Sé lo que vi por la ventana hace unos ratos pero aún así me niego creerlo. No puede ser.

―Los vi hablando... Te le estabas acercando bastante y... ¿Qué ocurre, Leire? ¿Es cierto lo que él acaba de decir? ¿Te interesa?

―No... No. Claro que no.

―No soy ciega. Parecía que estabas a punto de besarlo.

― ¡Eso! Parecía. Sólo parecía. ―contesta ella

No sé qué pensar.

― ¿Entonces por qué dijo que estás clavada con él?

―No sé.

Me quedo callada. De hecho, no tengo fuerzas o ganas para aclarar esto. Leo está a punto de dejarme para siempre y yo aquí, impotente. Lo estoy perdiendo y no se me ocurre nada.

― ¿Por qué le dijiste? ―inquiero con reproche― ¿Por qué me hiciste eso? Yo te había llamado para pedirte ayuda y mira lo que recibo. ¡Me tocaba a mí hablar!

―Se me escapó... En serio, no quise...

―No quisiste... ―repito no muy convencida

―Entiendo que no puedas creerme. Yo... Lo siento mucho. Mejor piensa que ahora sabe toda la verdad, ya no hay secretos de por medio y...

― ¡Y lo perdí! ―interrumpo

―Quizá sólo debes esperar a que se le pase el enojo.

En vez de añadir algo, me giro para mirar la puerta del dormitorio. Quiero correr y detenerlo. Algo me dice que si se larga, nunca regresará.

―Déjame sola con él. ―le pido a Leire

―Pero...

― ¡Vete!

Si hay que ponerme patética, estoy dispuesta a hacerlo. Si debo pedirle perdón de rodillas, también estoy dispuesta a hacerlo. Porque una cosa tengo clara: no estoy dispuesta a perderlo.

En cuanto mi amiga ―o futura ex amiga― deja el apartamento, me dirijo al cuarto y lo primero que hago es interponerme entre Leo y esa maldita maleta hallada en la cama. Se queda parado delante de mí y sus labios se apartan; pero tarda en sacar sonido.

―Ahora ya lo sabes todo. Por favor, empecemos desde cero.

―Hay un pequeño problema. No quiero.

―Leo...

―Es que no sólo actuaste como una adolescente sin cerebro. También me mentiste. Fueron Maribel y Leire las que me dijeron que estabas involucrada. Yo nunca hubiera pensado algo así, nunca hubiera imaginado que serías capaz... Y tú nunca hubieras confesado.

―Yo...

―Ahora la falta de confianza es mutua.

Dicho eso, trata de seguir haciendo las maletas, a pesar de mi presencia. Está a punto de terminar, por lo que reacciono y lo agarro del brazo. Queda de espaldas a mí y suspira frustrado. Debe estar comprendiendo que a pesar de toda la culpa que llevo, no pienso dejarlo ir. Y así es.

―Por favor... ―pido en un susurro

Lo abrazo por detrás y apoyo mi mejilla en su espalda.

¿Aún planeamos el divorcio? © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora