N.

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23:39

Prácticamente ya están durmiendo todos. Arnold está durmiendo en el suelo debajo de una tela a modo de toldo que han colocado al lado de la cabaña, enganchada a ésta y sujetada por dos palos clavados en el suelo. Unas horas antes había ido al bosque junto con Bill, y éste le había contado que en aquella isla había algo que le olía raro. Él, sin embargo, sólo pensaba la forma de salir de allí. Ahora hace como que duerme, pero no. Todo lo sucedido no le deja dormir. Y la tela sobre la que está tumbado y la lluvia, a pesar de la otra tela que le cubre la cabeza, no ayuda en absoluto. Así que, harto de estar tumbado, se levanta y se acerca a la playa. Se sienta sobre una roca y observa el horizonte a la luz de la luna. Observa también el esqueleto del avión, ya con todas las llamas apagadas debido a la fina aunque incesante lluvia que baña el suelo desde hace horas.

De pronto un grito.

Arnold, extrañado, vuelve la cabeza y mira hacia la cabaña. Ve cómo el viejo Bill ya se ha puesto en pie. Se acerca con paso rápido hasta él, mientras Jessie se despereza.

Se vuelve a oír el grito.

— ¿Qué es eso? —dice Arnold cuando llega hasta Bill.

— Yo creo que está bastante claro. Es un grito, un grito humano.

Bill coge la lanza, apoyada en la pared de la cabaña. Jessie se pone en pie.

— ¿Y los demás? —pregunta, frotándose los ojos.

Arnold se percata de que allí no hay nadie más. Se asoma a la cabaña, y encuentra a los seis tirados en el suelo, descansando.

— Despiértalos —le dice a Jessie.

Ella se asoma a la cabaña mientras Arnold sigue a Bill, que se ha adentrado en la frondosa vegetación.

— ¿Dónde vas? —le pregunta.

— Sigo el ruido —responde sin volverse.

Se escucha otro grito más, este más largo y agudo. De pronto, algo se mueve entre las sombras. Los dos lo notan, así que Bill coloca la lanza en modo de combate hacia el lugar. De pronto aparece Erin, jadeando.

— ¿Qué ha pasado? —pregunta Arnold.

— Yo... escuché...

— ¿Dónde? —le interrumpe Bill.

Erin se dobla por el cansancio y señala con el índice izquierdo una dirección en el bosque. Bill corre hacia ella, mientras que Arnold se queda en medio sin saber si ayudar a Erin o seguir a Bill. Finalmente decide seguir a Bill. Le lleva ventaja, la suficiente distancia como para no alcanzarlo pero tampoco perderlo de vista. Arnold tropieza con una rama y cae al suelo. Quiere decirle a Bill que le espere, pero entonces encuentra algo a su derecha. Se pone en pie y se acerca a lo que parece colgar de un gran árbol. Y entonces, al percatarse de lo que es, siente ganas de vomitar. Ante él, el cuerpo de la joven Emma colgado con cadenas de las ramas del árbol. O lo que queda de él. Tiene una gigantesca herida en todo el torso, vientre y pecho, causada posiblemente por el hacha que tiene clavada en la frente. Quién la haya matado ha debido golpear al menos una decena de veces para causar esa brutal herida. La dulce y tímida joven...

— ¡Oh Dios! —gime Erin de pronto, situada tras él.

Dos horas después, Arnold aún no es capaz de borrar esa imagen de su cabeza. Están todos, excepto los heridos, dando vueltas alrededor de la cabaña, esperando a que llegue el único que falta por aparecer. Queda media hora para dejar de esperarlo, tal y como han acordado. Quien falta por llegar es Tony, el moreno y musculoso.

— ¡Seguro que ha sido él! —dice de pronto Russell—. ¡No va a volver, va a darnos caza!

— ¿Qué estás diciendo? —le reprende Jessie.

— También podría haber sido ella —dice Lydia, señalando a Erin.

Ella pone los ojos en blanco; y pretende decir algo, pero el copiloto se le adelanta:

— O podría haber sido yo —dice chasqueando la lengua y encogiéndose de hombros.

— Lo importante ahora es permanecer unidos y descubrir dónde está Tony, el principal sospechoso —comenta Arnold, apaciguando el ambiente.

Bill, entretenido afilando su lanza, no añade nada. Prefiere callar y observar. De pronto Arnold dice:

— Venga, descansad. Yo hago la primera guardia.

Se dispersan, cada uno va a su lugar a dormir. Excepto el copiloto, que se marcha a la playa. Y Erin, que decide sentarse en la roca al lado de Arnold.

— Yo... —empieza la castaña, limpiándose una lágrima—. Yo no hice eso. No soy un monstruo...

Arnold siente que un escalofrío le recorre toda la columna vertebral. No sabe si consolarla es lo más correcto. Parece que dice la verdad; pero es una completa desconocida. Podría ser una psicópata asesina que ha aprovechado que están atrapados en esa isla para empezar a saciar su sed de sangre. Así que simplemente hace como que no la ha escuchado. Pero ella continúa.

— ¿Quieres saber qué pasó?

— Está bien —responde Arnold.

— Estaba durmiendo. Hasta que alguien me despertó. Era Emma —hace una breve pausa—. Me dijo que había visto a Tony traer ramas y se había vuelto a ir, todo eso hacía media hora. Así que, preocupada, me preguntó si le acompañaba a buscarlos. Al igual que ella, apenas podía dormir; así que acepté y la acompañé. Íbamos paseando, hablando tranquilamente de nuestras vidas...

— ¿Y qué pasó? —le ayuda él al ver que le cuesta avanzar y las lágrimas acuden a sus ojos.

— Alguien me golpeó en la cabeza. Ella echó a correr y yo, desde el suelo, pude ver que era un hombre con un hacha en la mano. Mira —le enseña una pequeña herida entre el cuero cabelludo, que tiene un poco de sangre seca.

— ¿Cómo era ese hombre?

— No creo que fuese Carl, el copiloto. Por su altura encajaba más con Tony...

Arnold permanece en silencio. Entonces se da cuenta de que no puede montar una guardia después de lo que ha pasado sin estar armado. Busca en su alrededor algo que pueda servir como arma, mientras Erin continúa con su casi monólogo.

— Entiendo que te cueste creerme. No me conoces, no sabes cómo soy. Es sólo que necesito contárselo a alguien. No sabes lo que significa que te culpen de un asesinato tan brutal que tú no has cometido y...

— Tranquila —le dice cogiendo una rama gorda del suelo—. Puedes desahogarte si quieres.

Quita las pequeñas ramitas que hay a los lados de la rama gorda. Puede ser un buen garrote.

— Creo que voy a intentar dormir. Otra vez. Todo esto es demasiado para mí...

Arnold vuelve a quedarse sólo. Así hasta que llega el turno del siguiente, que resulta ser Jessie.

— Toma —dice tendiéndole el garrote—. Espero que no tengas que usarlo...

— Eso espero yo también —sonríe fugazmente y, retomando su semblante serio, pregunta—. ¿Quién crees que ha sido?

Arnold suspira profundamente y, apretando los ojos para luego abrirlos y clavar sus pupilas en los ojos oscuros de la chica, responde:

— No lo sé. Ni quiero saberlo. Sólo quiero que pare antes de que esto vaya a más.

Jessie no se da por satisfecha, pero no se atreve a preguntarle de nuevo. Arnold se tumba de nuevo en la tela bajo el pequeño porche improvisado, dispuesto a dormir de nuevo. Pero con más razones aún para no hacerlo.

No muy lejos de allí, en la copa de un árbol, él espera con ansias el nuevo día para poder volver a atacar al pequeño grupo de ahora doce. Sin embargo, una sensación extraña invade su cuerpo. Tiene la desagradable sensación de que algo no va a salir bien... otra vez. Su malestar se incrementa cuando descubre que falta un pasajero. Uno moreno y fuerte. Suspira hondo y susurra, con todas sus ganas:

— Uno.

No, no ha habido ningún error con el título. Deberás seguir leyendo si quieres comprenderlo... u.u

JG

Tanatofobia [LI #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora