NO TEMAS A LA MUER.

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18:57
– Todavía recuerdo cuando te vi por primera vez, Caroline. Esa melena rubia, esos ojos azules... Por un momento me hiciste olvidarme de mi amada Julia y de lo que había hecho. Desde casi el principio supe que serías especial para mí. Tener que matarte me duele de verdad...

– ¿Dónde te duele, en el corazón? Venga, los dos sabemos que tú no tienes de eso –le espeta sin dejar de sostener el arco con la flecha hacia él.

El demonio deja escapar una breve carcajada.

– Carismática hasta el final, Caroline. Preferiré recordarte así, y no como te quedarás cuando acabe el combate.

– Combate que, por favor, espero empiece ya –responde ella, mostrando irritación.

El asesino sonríe mientras hace movimientos con su espada; y cuando la espada deja de girar, se lanza hacia ella. Caroline lanza la flecha, acertando en el muslo, antes de tener que esquivar los ataques encadenados del demonio. Ella prueba a poner distancia de por medio para lanzar otra flecha, pero el demonio vuelve a la carga y ella se ve forzada a escapar con la flecha en una mano y el arco en otra. Cuando al fin logra colocarla, apunta en un segundo y dispara. Pero el asesino se protege levantando los brazos y la flecha se clava en su puño. Se arranca la flecha y, tras un gruñido más propio de un animal que de un humano, vuelve a la carga. Caroline esquiva cuanto puede, siempre intentando guardar distancia, pero acaba llevándose dos tajos en la ropa que apenas arañan su piel. Caroline se percata de que se acercan cada vez más al acantilado. Se le acaba la arena de batalla. No podrá usar la estrategia de la evasión mucho más. El asesino prueba a soltar un golpe cargado de espada, con ambas manos, y ella coloca el arco para protegerse, que cruje. El asesino vuelve a intentarlo, y ella vuelve a utilizar el arco como escudo. A la tercera vez, el arco se rompe y ella queda desprotegida. Esquiva una violenta estocada, pero mientras escapa el asesino deja caer con ímpetu la hoja de la espada sobre su pierna. Un corte, por fortuna poco profundo, desde la parte inferior de la nalga izquierda hasta el muslo trasero le hace perder el equilibrio y quedarse de rodillas, de espaldas al demonio y teniendo frente a ella la impotente visión del inmenso mar en la penumbra de la tormenta. Pero, lejos de rendirse, Caroline se pone en pie y se queda frente a él. Intenta mostrarse fuerte, pero entre el frío y el miedo, ha empezado a temblar. El asesino sonríe complacido.

– Caroline... ¿recuerdas de qué fobia te hablé cuando despertaste bajo la casa, con las cabezas de tus amigos delante?

Caroline no responde, pero el asesino sabe que se acuerda perfectamente.

– Sin duda la triscaidecafobia es de mis favoritas. Pero otra que me gusta también, y que resume a la perfección este grupo, es la tanatofobia. Si te das cuenta, de una forma más exagerada que con tu grupo, en este la gente ha llegado a hacer cosas impensables por el miedo a la muerte. Los he visto llorar, enfurecerse, gritar, correr e incluso trastornarse. Y morir. Absolutamente todos ellos han acabado en su destino: la muerte. Así que tú, Caroline, no temas a la muerte. Sé valiente, y deja que te envuelva con su manto de seda. De lo contrario, convertiré tu muerte en la peor de todas.

Unos segundos de lluvia separan el casi monólogo del demonio de la respuesta de Caroline.

– Tengo miedo, sí. Pero te aseguro que ni siquiera eso me hará rendirme. Jamás –el asesino vuelve a sonreír, y ella añade–. Así que ahora ven aquí, todavía no hemos acabado.

Caroline desenfunda el cuchillo que había cogido de su cabaña. El demonio coloca la espada en posición de ataque, y ella suspira hondo. El demonio arremete contra ella con toda su fuerza, y ella esquiva justo a tiempo. Tras hacerlo, hunde la daga en el cuello del asesino. Tras esto, ambos se quedan mirándose un instante. Debido al ataque, el asesino ha dejado caer la espada para tocarse la daga clavada en su carne. Sin previo aviso, Caroline coge la espada, dispuesta a herirle de nuevo, pero sin llegar a matarlo. Sin embargo, y a pesar de la lluvia, la espada está ardiendo. La suelta antes de que las quemaduras en sus manos sean más graves. Asustada, contempla la cara de satisfacción del demonio mientras se arranca del cuello la daga. Tras esto, el asesino coge a Caroline del cuello y la arrastra por el barro hasta ponerla frente al acantilado. Ella golpea la poderosa mano de su agresor, que envuelve con violencia su cuello. Pero él cada vez aprieta más, atravesando con su mirada de sangre y fuego la de impotencia y miedo de Caroline. La eleva, y sus pies dejan de tocar el suelo. La lluvia parece calmarse un poco durante un instante. Caroline siente que le empieza a faltar el aire. La está asfixiando. Otra vez. Sin embargo, esta vez no tiene la posibilidad de arrancarle el ojo y buscar su cerebro. Ni tiene arma, ni sus brazos llegan a alcanzar su rostro. Esta vez, por mucho que intente aferrarse a la vida, no puede hacer nada por evitar que el demonio se lleve otra alma a su mundo. Mientras piensa esto, los ojos de Caroline continúan hipnotizados frente a los del demonio. Y, de pronto, ve la hoja de la espada del demonio caer sobre los brazos que la aferraban y partirlos a la altura de los codos. Caroline cae de culo; y antes de perder el equilibrio y precipitarse al vacío del acantilado, puede ver al asesino solamente con los antebrazos y a Bill soltando el arma, con las manos ensangrentadas por las quemaduras que le acaba de causar. Una de estas manos es la que, segundos después, la coge del brazo antes de que caiga al mar y muera tanto por la altura como por las rocas que hay al fondo del acantilado. Se nota que Bill está sufriendo, la mano no para de sangrarle y la sangre recorre un tramo del brazo de Caroline antes de ser difuminada por la lluvia, que ha vuelto a intensificarse. Una de las manos y parte de brazo del demonio, que aún aferraba el cuello de Caroline, se precipita al vacío. Caroline observa como cae entre las gotas de lluvia y se pierde en la oscuridad que hay entre el mar y las puntas de las enormes rocas que sobresalen de este. El asesino, desprovisto de manos con las que agarrar su espada, se lanza hacia Bill con la intención de desequilibrarlo y hacer caer a ambos. Bill, que predice con antelación su movimiento, desenfunda su hoz; y cuando el demonio se abalanza sobre él, le clava la punta de la hoz en el pecho y lo eleva por sobre de su cabeza, desgarrando en este acto su piel hasta dejar la hoz a la altura del hombro, y lo deja suspendido en el acantilado. Así, Bill se encuentra sujetando por un lado el brazo de Caroline y por otro al demonio, a través de la hoz.

Tanatofobia [LI #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora