21:13
– No temas a la muerte –sentencia Caroline, rememorando las palabras que no mucho antes, durante su enfrentamiento, él le había recitado.Las cuerdas cortadas por Erin activan el mecanismo y sueltan las tres cruces, que se alzan encerrando al demonio en medio. Este empieza a gritar, con una voz muy grave que poco a poco se va volviendo más aguda hasta asemejarse al grito de un animal asustado. El timbre de voz se vuelve tan agudo que todos deben taparse los oídos. El cuerpo del demonio empieza a arder, a pesar de la lluvia, provocando llamaradas gigantescas que amenazan con prender las cruces de madera y destruirlas. Un haz de luz cegadora no tarda en aparecer de entre los nubarrones de lluvia, cayendo sobre el demonio y provocando que los allí presentes también deban cubrirse los ojos. El espectáculo de luces se prolonga algunos minutos más hasta que finalmente el fuego se extingue y la luz celestial desaparece. Caroline, agachada con las cabezas de sus hijos protegidas contra su chaqueta, abre los ojos poco a poco. La lluvia va cesando paulatinamente. Se incorpora y se acerca hasta el centro de las cruces.
– No puede ser.
En el centro se encuentra el cuerpo carbonizado del demonio, arrodillado. ¿Está encerrado o ha muerto y regresará pronto?
– ¿Ha funcionado? –Erin se acerca hasta ella.
– No lo sé; pero a juzgar por todo lo que le ha sucedido en tan poco tiempo, Dios ha debido de hacer algo. Quiero pensar que estaremos a salvo. Aún así, vigilaré el cuerpo durante toda la noche.
Erin no puede evitarlo y abraza a Caroline; que, aunque un tanto fría, le devuelve el abrazo.
– ¿Ellos...? –intenta preguntar Erin.
– Sí, los dos. Lo siento.
Erin se limpia una lágrima y se separa despacio de Caroline. Entonces la rubia se acerca hasta sus hijos.
– ¿Estáis bien? ¿Os ha hecho daño?
Los niños niegan con la cabeza. Están temblando de frío.
– Deberíamos ir a buscar algo de ropa seca en el avión. Erin, ¿podrías?
– Sí, claro –se acerca hasta los niños y le tiende una mano a cada uno. Ellos, dubitativos, se la aceptan–. Vamos.
Mientras Erin se aleja con los niños, Caroline los observa detenidamente. Suspira hondo. Son sus hijos. Serán semi demonios, pero son sus hijos. En contra de su voluntad, pero sus hijos al fin y al cabo. Podrá no quererlos, pero ella siempre será su madre. Sin embargo, no se imagina regresar al mundo ahora, después de tantos años. ¿Cómo regresar a casa tras tanto tiempo desaparecida y con dos hijos? Su novio ya debe estar casado de nuevo y quizás incluso tenga algún hijo. Su familia debe tener una foto suya en la repisa de la chimenea, para recordar siempre a aquella miembro que desapareció sin dejar rastro, con el corazón debatiéndose con la mente sobre si sigue con vida o no. Pues sí, a pesar de todo, sigue viva. No podría haberlo hecho sin valentía, ni suerte, ni sobre todo a los completos desconocidos con los que se había cruzado. Desde Connor hasta Bill. Ellos no habían dudado en arriesgar sus vidas tanto por ella como por los demás. Y eso le hace sonreír. A pesar de sus diferencias, sus problemas y sus discusiones; en una situación límite, los seres humanos se vuelven egoístas, pero a la vez, de forma casi incoherente, se vuelven más altruistas que nunca. El demonio no ha podido con la humanidad.
– O al menos eso espero... –comenta en voz alta, preocupada, mirando el cuerpo carbonizado del demonio entre las tres cruces.
No volverá. Volverá, pero no a su vida. Ella ya no es la Caroline que era hace seis años. Es la mejor decisión que puede tomar. Será más fácil para todos. Se masajea las manos, todavía resentidas por las quemaduras de la espada. Una espada que ahora descansa al lado de lo que queda del demonio. Se toca el muslo encontrando la herida causada por esta misma espada. Escuece. Por suerte, no es nada grave. Se sienta en la hierba mojada y deja caer su cabeza sobre las rodillas. Se acabó.
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Tanatofobia [LI #2]
HorrorTras los acontecimientos sucedidos en la isla con el grupo de trece supervivientes del accidente de avión, otros trece supervivientes llegan a la isla. Él tiene sed, sed de sangre, y no parará hasta saciarla. Y ellos, los trece recién llegados, no...