Capítulo 50;

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Capítulo 50; ¿te puedo besar?

—Aquella es bonita

—Si la unes con aquellas haces una pizza... O más bien círculo... Creo que tengo hambre—su risa retumbó en mis oídos y me provocó sonreír a la vez que el reía.

—Ya es tarde, no creo que alguna pizzería esté abierta a estas tantas horas de la noche. —dije poniendo mis brazos detrás de mi cabeza, simulando una almohada.

Ambos estábamos inmersos mirando el precioso y ancho cielo sobre nosotros. Llevábamos más de dos horas sentados en la azotea del edificio, contemplando las bonitas estrellas de esa noche. Era algo tan magnífico.

Hacía un viento fresco que me erizada la piel de vez en cuando y que hacía que el cabello rosado de Rubén se moviera un poco.

—Tendré que esperar a mañana entonces —dijo y se fue deslizando un poco hasta caer en mi hombro. —Nunca había subido a la azotea, es lindo estar aquí arriba, ¿tu habías subido?

Sin poder evitarlo mi mirada viajó a mis brazos y mis piernas, dónde los moretones ya habían sanado hace bastante tiempo.

Y después le mire con una sonrisa y negando con mi cabeza—No, pero es tan lindo como me lo imaginaba.

**

El agua de la ducha terminó de caer cuando me sali y me enrolle con la talla de baño color blanco.

Las puntas de mis dedos fueron las primeras en tocar el suelo frío del baño, acompañadas de un leve escalofrío. Me miré al espejo del baño y me di la vuelta con la ropa sucia en mano para salir he ir a mi habitación.

El pasillo estaba en silencio y la luz tenue que salía de la lámpara sobre el pequeño mueble con fotografías lo iluminaba todo hasta las escaleras que daban al primer piso. El sol de las cinco de la mañana aún no salía de entre más allá de los edificios, así que el departamento de Rubén estaba oscuro y en silencio, el único sonido sordo era el de su respiración y el de mis pasos sobre la madera.

Entre en la habitación y de mi armario saqué algo de ropa cómoda. Aún no había regresado al departamento de Rubén, pero anoche me quedé dormida y ya era bastante tarde, por eso dormí acá.

Abroché el sostén blanco rozando mis dedos con mi espalda y me mire al espejo para comenzar a cepillar mi cabello. Amarré los cordones del pants gris que me cubría las piernas y esperé a que mi cabello se terminara de secar para ponerme una blusa blanca, a juego con el sostén para que no se trasluciera.

Me acerqué al cajón de mi mesita de noche y busque los cigarrillos y el encendedor, pero no estaban por ningún lado. Busqué, busqué, busqué y busqué, pero no había nada, ningún rastro de mis preciados cigarrillos con los que ya sabía yo que tenía un problema.

Y el último lugar donde podrían estar era en mi estante de libros, donde encontré una pequeña nota.

«Encontré tus cigarrillos y los eché a la basura junto con el encendedor. De algo tienes que morir, y no será por los cigarrillos.»

Una sonrisa se deslizó por mis labios y deje la nota en mi bolso, con cara de boba enamorada. Sali al pasillo silencioso y caminé de puntillas hasta la puerta de Rubén, que estaba medio abierta, como siempre.

La empuje un poco y gracias a ust no hizo ningún chirrido molesto típico de las puertas. Dentro de su habitación estaba encendida su lámpara de noche.

Cabe recordar ese punto, que Rubén es un miedica y odia dormir a oscuras totalmente, y aparte de eso, todas las noches revisamos nuestras habitaciones de pies a cabeza buscando algún tipo de insecto que nos pueda atacar mientras dormimos —y no, no me equivoqué, dije todo en plural porque es verdad, comparto ese miedo a las arañas con él.

Tú Me Enamoraste ;rdgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora