Detestaba el transporte público. Natalia y yo esperamos casi una hora para poder detener un vehículo que nos llevara al centro de estudios. Una larga y eterna hora donde revisé que llevara todos mis documentos, la escuché hablar sin descanso y fui testigo de cómo el sol le pinta las mejillas con su simple contacto.
Yo no le pedí que me acompañara, pero ella insistió y a mí no me pareció una mala idea porque imaginé traería su automóvil. Recalco eso último, imaginé. Hubiera sido muy útil que aclarara que no tenía y que el paseo incluía el recorrido de mi casa a la parada de autobús a pie.
—¡Ahí viene uno! —La escuché celebrar cuando divisó a lo lejos un viejo camión de esos que tiemblan más de lo que avanzan.
Resoplé cansada poniéndome de pie, con las ganas en el suelo y las piernas adoloridas. Venía tan motivada pero el calor me había puesto de mal humor. Si me hubiera quedado en casa no tendría que pasar por esto. ¿Importaba que ya no tuviera ganas de ir? No, cuando estás con Natalia Espinosa esas cosas valen un bledo.
La vi hacerle la señal para que se detuviera, y pese a que en ocasiones ignoraban a todos a su paso esa vez no corrí con la misma suerte. El montón de chatarra frenó delante de nosotras y abrió sus puertas invitándonos a pagar.
Me llevó mi tiempo subir los escalones y pagarle al chófer que tardó una infinidad para contar las monedas que le entregué. Cuando al fin llegó al número siete me di la vuelta buscando un lugar, pero me topé con una sorpresa que me hizo desear arrojarme por las ventanas.
Estaba lleno.
Maldición.
Niños, mujeres y hombres ocupaban los asientos sin inmutarse por mi presencia. Avancé un par de asientos por el estrecho pasillo sosteniéndome con cuidado del borde para no tropezarme. Eso funcionó mientras el autobús se mantuvo inmóvil pero apenas se puso en marcha fue un milagro que Natalia me sujetara para no irme de cara.
—¿Está bien? —se alarmó mientras me sostenía de los hombros.
Asentí un montón de veces antes de seguir avanzando algo abochornada, la esperanza de que alguien se pusiera de pie para cederme el lugar murió cuando llegué al fondo y nadie mostró interés en mí. Se hicieron los desentendidos, unos en sus teléfonos, otros dormidos o mirando por las ventanas. No tenía ganas de descansar, ya estaba cansada de eso, pero sabía que cualquier movimiento en falso me costaría unas semanas en cama.
—Le conseguiré un lugar, ya verá —me susurró Natalia sin borrar su sonrisa. No sé qué me causó más curiosidad, el hecho de saber cómo lo haría o conocer si no le dolían las mejillas de mantener siempre la misma expresión.
—¡Buenas tardes damas y caballeros! —alzó un poco la voz para hacerse notar sobre la melodía que se escuchaba en la radio—. Necesito un...
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Margaret perdida en Wattpad
HumorHistoria ganadora de los Wattys 2018. Mejor tarde que nunca. Margarita está decidida a dar el paso que cambie su vida, cansada de la ignorancia y la crueldad del mundo aprenderá a leer y escribir a sus setenta años a pesar de que muchos lo considere...