2. De película.

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No tengo muy claro qué sucede desde que suena el despertador hasta que estás en el autobús mirando al otro lado de la ventanilla. Hace años dirección al colegio, después dirección al instituto y ahora dirección a una especie de trabajo. Hace año y medio que trabajo/colaboro/regalo mis ideas a unos tipos de una agencia de prensa. No soy exactamente un periodista porque nunca informo de nada, tan solo doy mi opinión de la forma más antipática posible. Sí, en serio, para eso me contrataron. Primero empecé hablando sobre libros y más tarde me pasaron al cine. Ellos me dicen una película, yo la veo y luego la achicharro a críticas. Bueno, eso era al principio, ahora directamente no las veo. Sí, de verdad. Veréis, tengo un amigo al que el cine le ha jodido la vida. De verdad, literalmente. Con deciros que cuando viajamos a Londres entró en una cabina tras examinar todas y cada una de las ventanas desde donde le podría disparar un francotirador, podéis imaginar el resto. Solo para hacerse una foto. En fin, que lo que hago es pasarle el largometraje y él me resume brevemente lo que le ha parecido. Si, por ejemplo, la fotografía de la película le parece una maravilla, yo suelo decir que no es nada del otro mundo y que hay cineastas húngaros que hacen lo mismo por la mitad de precio. Si destaca la calidad del doblaje, me gusta recordar que jamás avanzaremos en este país hasta que no veamos las cosas en versión original; y, si por ejemplo, la música le parece una delicia, me gusta decir que para eso hubieran contratado al corista de Fondo Flamenco. No sé inglés y no vería una película en versión original ni con una pistola en la sien, pero he creado un personaje al que todo eso le parece la panacea. Sí, es un personaje como otro cualquiera, como de cine. Tal vez por eso lo detesto tanto, porque quizá mi amigo al que el séptimo arte le ha jodido la vida y yo tengamos el mismo problema.

Recuerdo que aquella mañana llovía a cántaros. La gente se pone muy divertida cuando llueve, es como si les molestase todo un poquito más y fueran dos o tres veces más torpes de lo normal. Yo por aquel entonces iba al instituto y me gustaba tomar café durante el trayecto. En realidad no me gusta el café pero, honestamente, creo que el vaso me quedaba de maravilla. Normalmente coincides con la misma gente; a mi me gustaba pegar la oreja y escuchar fragmentos de sus vidas, luego yo me imaginaba el resto y probablemente era mucho más interesante que la realidad. Aquel día, como en todos los días de lluvia, había muchas ausencias dentro de los habituales y alguna que otra cara nueva. Dos tipos se subieron. Uno de ellos era alto y con algo de sobrepeso, vestía con un traje clásico y unos zapatos que parecían bastante caros. Tenía la nariz algo desviada para un lado y los dedos manchados de nicotina. Tras él, un hombre algo más bajito pero mucho más delgado, con camisa y una americana por encima de sus hombros totalmente calada. El autobús estaba casi vacío y sin embargo el primer hombre le ofreció asiento al otro. Es más, literalmente, le dijo una vez ya con sus posaderas sobre el asiento: "siéntate si quieres". No sé, igual para vosotros es lo más normal del mundo pero a mi me extrañó demasiado. Pegué la oreja como de costumbre y los escuché comentar algo de unos seguros. El uno le contaba al otro lo bien que vivía engañando a la gente y los casi 4.000 euros limpios que se sacaba cada mes. Me dio mucho asco la situación en general y aproveché uno de los tantos baches que había en la ruta, y yo ya me sabía de memoria, para tirarle un poco de café sobre su traje. No se lo tomó muy bien, pero escuche una carcajada limpia desde el asiento de atrás. Era una chica de pelo rizado negro y piel muy morena que me echó una mirada cómplice mientras yo fingía mis disculpas. Yo no sabía que aquella chica sería mi pareja durante los siguientes dos años.

Es curioso, no me apetece mucho hablaros de ella y eso que guardo un buen recuerdo. Creo que me gustó tanto aquel día con aquella sonrisa que tiré el resto del tiempo de aquel momento. Era una chica graciosa pero poco inteligente y, sobre todo, muy normal. En el peor sentido de la palabra. Le gustaba la música normal, la ropa normal, las películas normales y creo que me dio demasiado miedo de que también le gustaran los chicos normales. De los tres grandes momentos que recuerdo de nuestra relación solo me quedan dos por contaros. El primero fue cuando me enteré de que me había puesto los cuernos, y el segundo fue cuando me presentó a una de sus mejores amigas: una chica alta, delgada y terriblemente guapa. El problema era que, además, eso era lo de menos. Era inteligente, es más, creo que mucho más que yo y eso me daba un miedo terrible. Hablaba con ella con la distancia de precaución que un adiestrador tiene con su león. Me negué a enamorarme de ella y creo que lo conseguí. Digo creo porque no he vuelto a verla. A veces visito sus redes sociales y me pregunto si se acordará de aquella noche donde, borrachos como una cuba, jugamos a cumplir deseos. Primero yo deseé interrumpir a una pareja que se estaba besando ofreciéndoles inscribirse al círculo de lectores. Lo hicimos. En su turno nos hicimos pasar por una pareja italiana que andaba perdida por la ciudad, también lo cumplimos. Después yo deseé cantar a grito pelado una canción de los Hombres G (ni siquiera me gusta ese grupo), y por último le tocó a ella. Deseó estar perdida en una playa desierta conmigo tomando un mojito. La aparté del bullicio, hice que cerrara los ojos y puse una canción que comenzaba con el sonido del mar. Mezclé vino barato con algo de ron que quedaba en una botella que conservaba y eché algo de azúcar que me había sobrado del yogurt. Sé que en ese momento ella quería besarme, pero yo no lo hice. Me tocaba desear y deseé desaparecer de allí. Aún no entiendo por qué.

Esa relación, la larga, y esta historia, la corta, me hicieron situarme entre otra pandilla distinta de amigos. Me aceptaron como a uno más y pasábamos tardes y noches enteras entre latas de cerveza y filosofía barata. Fue una de esas tardes donde parece que no te va a cambiar la vida donde la vi. Estaba sentada en un banco de madera destartalado junto a un par de personas más. Era bajita, con el pelo castaño a mil colores y una sonrisa de oreja a oreja. No creáis que ahí comenzó todo. Ni siquiera recuerdo de lo que hablamos aquel día. Solo quería contaros cómo y por qué la vi por primera vez. No todo es tan épico como el cine. Tal vez por eso lo odie.

Ni cinco minutos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora