¿Qué te pones cuando vas a conocer al amor de tu vida? Normalmente, este tipo de decisiones no se eligen, te puede pillar en chándal, en bañador o en traje de alquiler. Pero yo sí, yo tenía una semana entera para decidir cuál era el mejor atuendo para verla. Ella ya me conocía, es verdad, pero creo que ambos pasamos sin pena ni gloria por la vida del otro. Sí, es verdad que no tanto por la mía, pero esto era distinto. Iba allí para ver si se enamoraba de mí. Ahora puedo contarlo en voz alta y reconocerlo pero en aquel entonces hasta si lo pensaba muy fuerte era pecado. Iba a romperle el corazón a Sara pero no sabía cómo ni cuándo era la mejor manera de hacerlo. Por un lado parecía que lo más apropiado era verla en persona, pero no podía irme hasta Barna y volver antes del viernes. Y es que esa era la otra gran duda, la celeridad era importante. Me parecía menos sucio por mi parte contárselo antes de verla, o contárselo cuanto antes. Al final el miedo a quedarme solo me paralizó y acudí a ese concierto sin más.
Me decidí por unas zapatillas bajas negras, pantalón vaquero pitillo y mi chaqueta de cuero. Todos los grandes del cine triunfaron con ella, era cuestión de estadística. Cuando llegué allí tenía la sensación de haber concertado una entrevista de trabajo. Desde que salgo de mi casa me comporto como si todos mis movimientos estuvieran vigilados y a punto de ser juzgados. ¿Y si a ese tipo al que no le cediste tu asiento en el metro es el entrevistador? Me mantengo callado, sonriente y con poses preparadas. En la cola para entrar conocí a una chica muy simpática. Normalmente no hubiese entablado ningún tipo de conversación con ella pero pensé que existía la remota posibilidad de que fuese amiga de Ari y yo estaba ganando puntos sin haberla visto todavía. En la sala seríamos unas cuarenta personas, me pedí un tercio y me quedé sentado en la barra buscándola con la mirada al fondo del escenario. Había poca luz en el local, prácticamente todo lo iluminaba el foco que ya había en el centro del escenario esperándola a ella. Cuando salió la gente comenzó a aplaudir y yo me di media vuelta. Estaba perfecta. Había madurado, como yo, desde la última vez que nos vimos. Ya no era una niña. No hablaba como una niña, no se movía como una niña y no miraba como una niña. Busqué asiento entre las mesas y disfruté del momento. Ella y su guitarra eclipsaban la pequeña banda que la acompañaba. Clava su mirada en parte del público mientras nos contaba la historia de su vida canción tras canción. Me miró, sí, unas cuantas veces; pero yo no podía evitar apartar la mirada. No sé si me reconoció. Con la última actuación, los allí presentes comenzaron a acercarse y agradecerle el buen rato que nos había hecho pasar. Yo agarré mi chaqueta con intención de marcharme de allí cuando la chica que había conocido en la cola se me acercó. Me invitó a tomar algo con ella y su grupo de amigos. Acepté, a ver si el alcohol me quitaba el sentimiento de culpa y decepción que tenía. De culpa porque estaba engañando a Sara, y decepción porque había sido incapaz de acercarme a ella y cruzar unas palabras. No había tenido ni el valor de engañarla. Y es que no lo hice porque me sintiera mal por ella, simplemente no tuve el valor de hacerlo porque me sentía pequeño a su lado. Ella era la chica a la que todo el mundo miraba con asombro y yo era el tipo que tenía que volver a presentarse frente a ella y mendigar una conversación.
La verdad es que al final acabó siendo una noche divertida, no sé cuántas margaritas pude beberme pero sé que fueron más de 10 y menos de 50 ((o eso espero)). Cuando llegué a casa me tumbé en la cama y comencé a mirar sus fotos como el que observa el Instagram de una estrella. Sé que no era tal, pero la veía igual de imposible, igual de inaccesible, igual de inalcanzable. Una chica con la que había conversado en un banco sobre "vete a saber qué". En ese momento sentí la necesidad de decirle algo; busqué una de esas tarjetas de prepago que te regalan con el móvil y, tras colocarla, apunté su número en la agenda. Le mandé un mensaje de texto: "has dado un concierto increíble, gracias por regalarnos miradas". Ahora pienso que fue una frase de mierda, pero aquello era todo lo que podía dar en ese momento. Cerré los ojos y me quedé dormido con el móvil en la mano, como esperando una respuesta. Con la ropa puesta y la chaqueta de cuero haciendo de manta. Al final te vistes para conocer al amor de tu vida y te acuestas vestido para una resaca.
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Ni cinco minutos.
RomanceUn pequeño libro lleno de historias de amor. Cada capítulo no te llevará más de cinco minutos en ser leído. El resto te toca descubrirlo a ti.