Tengo muy mala letra pero adoro escribir en papel. Sobre todo porque me encanta recibirlo así. Es como si pudieras oler el estado de ánimo de la otra persona solo con acercarte el papel a los ojos. Desde que aprendí a escribir me recuerdo escribiendo. Nunca se me ha dado mal pero siempre supe que no sería Tolstói. Ni George Orwell...vamos, que no llegaría ni a Pérez-Reverte. Y es duro afrontar esa situación. Asumir que en eso que harás el resto de tu vida no dejarás de ser un tipo mediocre. Y que tú lo sabes mejor que nadie. Por eso decidí escribir para mí. Nunca conseguí acabar un diario pero tenía cosas parecidas. Contaba mis historias como si el protagonista fuese otro. Así podía juzgarle mejor. Con el tiempo aprendí que eso de escribir también era útil para comunicarme con los demás. Siempre he sido demasiado cobarde para decirle a alguien algo verdaderamente importante mientras le miraba a los ojos. No soporto la cara de decepción del que tengo enfrente. Escribo y me ahorro ese trámite.
Aquellas semanas disfruté como pocas veces en la vida, pero ahora sí estaba obligado a algo. Tenía que decir adiós. Adiós a mi familia, de nuevo. Me mudé con Ari a un ático diminuto que encontramos frente al Palacio Real. A penas podíamos pagar el alquiler entre los dos pero no se nos ocurría nada más bohemio y romántico para empezar a conocernos. O para terminar de hacerlo. No estábamos muy seguros. Ella había leído cada palabra que colocaba en mi blog y yo había escuchado cada uno de sus susurros en las canciones.
También tenía que decir adiós a Jana. Yo sabía que no era más que un capricho para ella. O tal vez eso es lo que quise pensar, así todo resultaba más fácil. Nos reencontramos y nos volvimos locos, nada más. Le escribí una carta que coloqué en el limpiacristales de su coche. Desde lejos pude ver como la cogía y leía su interior. Intenté ser lo más sincero posible con ella sin que llegara a dolerle. Que durante los primeros años de nuestras vidas simplemente "sucedió" y ahora no había pasado. Que me alegraba de no haber perdido ese beso para siempre pero que ya había dejado de pasear fantaseando con encontrarla. Quizá era eso, que nos habíamos encontrado y creímos que no era demasiado tarde. No sé como se lo tomó, me marché antes de que arrancara el coche.
También tenía que decir adiós a Marta. Escribí otra carta y la dejé en la mesa de su oficina. La imaginé leyéndola en la biblioteca mientras fingía su relación imposible. Estaba seguro de que al final todo le saldría bien. Que olvidaría definitivamente a ese tipo y conocería a alguien que le llenase tanto como ella llena a los demás. Aún cuando tengo malos momentos pienso en ella y me dan ganas de buscarla. Creo que ese era el secreto de Marta, te hacía sentir tan protegido que resultaba incluso adictivo. Le dije que no hay peor beso que el que nunca acaba por darse, y que quizá por eso me volví a enamorar como un loco en cuanto la vi.
Estamos hechos de recuerdos y yo soy el más nostálgico de todos. Si yo fuera Bisbal hubiera besado a Chenoa. Y lo habría hecho sin amarla, sin quererla. Probablemente sin casi gustarme. Lo hubiera hecho porque el recuerdo y el momento precisaban de ese final. Y es un error. Ese ha sido siempre mi error, creer que la vida es una de esas películas con letras al final donde te explican lo felices que fueron después. Por eso beso cuando no debo y creo estar enamorado cuando en realidad no lo estoy. Por pura estética con la historia. Ari y yo hablamos mucho sobre lo mal que estaba la forma en que abandoné Barcelona y la busqué. El romanticismo no siempre puede dominar tus actos. Olvidas que el guión no está escrito para ambas personas. Ella también lo hizo mal, supongo que por eso nos perdonamos.
Pero la vida siempre se guarda un as bajo la manga. Justo cuando comprendí que mi historia no era de libro si no de casualidades, una de ellas me devolvió el último golpe. Sentado en una terraza escribía ya una de mis primeras críticas de cine. Enganchado al wifi del local. A la mierda de wifi del local, quería decir. Lo mismo opinaba una voz femenina un par de mesas más para allá. Era una chica alta, con el pelo y labios oscuros. Zarandeaba el portátil como cazando ondas wifi a lo loco. No pude evitar reírme.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Que zarandearlo no va a servirte de nada, todo el mundo sabe que la técnica correcta es subirse a la mesa-comenzó a reírse. Era tan simpática y natural que incluso resultaba extraño.
—Tengo que entregar esta mierda mañana. Y no hay muchos sitios con wifi que abran un domingo a las diez de la noche.
—Yo creo que todos estamos aquí por eso.
—Desde luego por el sabor de las croquetas no es-ahí solté alguna carcajada. Era difícil no sonreír mientras la escuchabas.
—Me voy a desconectar a ver si te va mejor.
—¡Gracias!...esto, quiero decir. No hace falta, en serio. Seguro que ahora se arregla-continué riendo. Era de esas personas que no pueden mentirte ni llevando mucho tiempo preparando la broma.
—No, de verdad, no te preocupes. Es un artículo sobre una peli que ni he visto, puede esperar.
—¿Cuál es?...si quieres decírmelo eh. Me gusta mucho el cine. Vamos, me encanta. Pero, ¿a quién no le gusta el cine? Sería super raro encontrarte a alguien que te diga, "mira no a mí no me gusta el cine", "ni la música". "Me gusta hacer tubitos de papel y estrellarlos contra una ventana". Que quiero decir, no tiene nada de malo que hagas eso. Bueno siempre y cuando la ventana sea tuya y el papel sea reciclado. Porque ahora que lo pienso menudo cabrón tirando todo el rato el papel sin usarlo. Es super importante reciclar , ¿que no? En casa de pequeña nunca reciclábamos hasta que un día me planté y dije "mira no, ya basta". "El Amazonas no tiene la culpa de que tus apuntes de Historia no tengan la letra exactamente como la quieres"...-creo que siguió un rato más. No podía parar de escucharla y sonreír. No era la chica más guapa que había visto. Ni la más atractiva. Tampoco se parecía a ningún amor de mi infancia ni la historia era lo suficientemente bonita como parar querer capturarla. Pero quise seguir hablando con ella. Justo cuando ella estaba dispuesta a irse-..y que no sé porqué te estoy contando todo esto. Ay Dios, qué vergüenza. Y bueno que me voy que ya acabo esto otro día. Que total mañana por la mañana abren muy pronto los sitios y el wifi estará ahí. Así desayuno que yo nunca desayuno y es muy bueno...
—Espera, no te vayas- me levanté y le miré a los ojos todo lo dulcemente que pude. Que tampoco es demasiado.
—No, de verdad, me tengo que ir. Tengo que buscar documentación en casa y...
—Quédate un rato, anda-le interrumpí. Entonces ella cambió su mirada. Lo comprendió de pronto. Aparentemente se tranquilizó y comenzó a sonreírme.
—Pero no tengo mucho tiempo-ella también estaba intentando sonar lo más dulce posible. Con mejor resultado, creo.
—Ni cinco minutos.
—Vale-me sonrió y se sentó en mi mesa-...pues... ¿cómo te llamas?
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Ni cinco minutos.
RomanceUn pequeño libro lleno de historias de amor. Cada capítulo no te llevará más de cinco minutos en ser leído. El resto te toca descubrirlo a ti.