3. Guernica.

267 10 0
                                    

Cuando tenía doce años mi padre me llevó a ver el Guernica. Yo no lo sabía, me lo recordó la semana pasada. Es decir, he pasado más de veinte años de mi vida obviando el detalle de que vi mi cuadro favorito mucho antes de lo que yo pensaba. Amo ese cuadro desde que entré en bachillerato. Mi profesor de lengua tenía la sana costumbre de dedicar un día libre a la semana para hablar de aquello que más nos apeteciera. Era un hombre joven, guapo, musculado, simpático y muy inteligente. Salió del armario en una de esas y hundió a muchas de mis compañeras en la miseria con aquel detalle. Otros chicos se alegraron bastante. Yo tuve una de las peores sensaciones que he tenido en mi vida. Sabía que ese sentimiento no era el correcto, pero debo ser sincero: me sentí decepcionado. Para mí él era el tipo perfecto, mi modelo a seguir. Su forma de pensar y de comportarse era absolutamente maravillosa y me sentí absurdamente decepcionado por ello. Como si mi referente tuviera que ser el tipo más heterosexual de este planeta por el detalle ridículo de que yo lo era. Ahí me di cuenta de que dentro de mí se escondía un pequeño homófobo al que no conocía para nada. Me sentí tan mal que intentaba compensárselo de alguna u otra forma sin que él lo supiera. Fruto de esa cercanía nació mi pasión por aquel cuadro. Él era un fan incondicional del mismo y decía que cuando lo miraba no podía evitar echarse a llorar, que veía todo lo asqueroso que podía llegar a ser el ser humano. Aquella tarde fui en solitario a verlo y me dejó totalmente impresionado. Desde entonces suelo ir una vez cada dos meses, como mínimo. Es como si tuviera miedo a que lo trasladasen y no poder volver a verlo. Esto fue exactamente lo que me pasó con ella. La primera vez que la vi fue como mi primera visita al Guernica. Pasaron meses, años, sin que yo volviera a pensar un solo segundo en aquella chica, en aquella carretera y en aquel coche que nunca existieron. Por aquel entonces yo quería ser locutor de radio (tiempo después lo acabé consiguiendo aunque fuera por un breve periodo de tiempo). Compaginaba la universidad con un programa nocturno que escuchaban cuatro gatos. Dedicábamos cada día a un tema en especial y abríamos teléfonos para que la gente llamase. La verdad es que éramos bastante malos. Le poníamos empeño pero la falta de medios lo hacía todo mucho más difícil. Uno de nuestros programas más escuchados fue el dedicado al "amor de la infancia". Reconozco que me empeñé especialmente en ello. Siempre he sido muy sentimental y enamoradizo. Mi primer gran amor comenzó en la primaria, justo cuando se me pasó lo de aquella profesora de prácticas me di cuenta de que había chicas de mi edad que también eran interesantes. No jugaban al fútbol, preferían cantar canciones pegadizas y cotillear un poco, siempre he sido más de eso. Mi mejor amigo tenía una hermana melliza. Normalmente en mi colegio intentaban separar a los alumnos que eran familiares, pero esta vez hicieron una excepción. Es curioso porque pasaron años hasta que me di cuenta de que me gustaba aquella chica, como con el Guernica. Ella era pija, popular, guapa y muy, muy dominante. No tenía absolutamente nada para gustarme y de hecho nos pasábamos todo el día sin parar de discutir. Nos llevábamos bien, pero ya con esa edad soltaba cada discursito elitista que me ponía enfermo. Nunca me declaré, tenía un miedo atroz a que me dijera que no. De hecho daba por sentado ese no. Nunca me había besado con una chica fuera del juego de la botella y creo que tenía algo de pánico escénico y mucho de inseguridad. Cada vez que hacían una lista de los chicos más guapos de la clase y ella no me ponía el primero me daba una punzada al corazón. Es cierto que no lo era, pero tenia mis esperanzas. De hecho, al contrario que el resto, ella me solía poner el tercero después del guapito de la clase y su hermano. El último día que la vi fue en sexto de primaria, en un cumpleaños. Era una especie de fiesta de despedida, se cambiaban de colegio y yo perdía al amor de mi infancia y a mi mejor amigo de un plumazo. Noté algo distinto en ella, como si fuera a echarme de menos.

Cuatro años después volví a verla. Llevaba una chaqueta de cuero, una palestina al cuello y se pintaba las uñas de negro. Tarareaba canciones de Calamaro y estudiaba arte. Era como si mi yo de cuando era niño se hubiera quedado en ella. Como echándome de menos. Quedamos unas cuantas veces y un día me soltó que por qué nunca la había besado, que se había pasado toda su infancia enamorada de mí esperando que lo hiciera. No supe reaccionar. Ese beso no llegó.

A veces me gusta pasear con mi chaqueta de cuero por las calles que creo ella suele frecuentar. Como buscando esa magia de la que no fui consciente en aquel momento. Como si hubieran trasladado el Guernica y mendigase un viaje para volver a verlo.

Ni cinco minutos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora