Sean bienvenidos los enamorados a los que nadie les corresponde, los soñadores que nunca vieron un sueño cumplido, los atletas que no cruzaron primero la línea, los estudiantes que nunca sacaron un sobresaliente. Sean bienvenidos los cantantes de vagón de metro, los malabaristas de los semáforos, los loteros que nunca dieron un premio. Sean bienvenidos los actores que hicieron de árbol, los pintores que nunca expusieron un cuadro y los poetas alérgicos al amor. También caben los curas con hijos, las monjas embarazadas y los políticos con dignidad. Aquí cabe la insolencia y el desprecio, la prepotencia y la arrogancia, el egoísmo y la envidia, la gula y la lujuria. Los "me arrepiento", los "te perdono", los "a ver cuándo nos vemos", los "tenemos que darnos un tiempo". Sean bienvenidos al mundo real.
Vino a buscarme en su coche. Hasta la puerta de casa. Nos dimos un beso como si hubieran pasado otros tantos años e hicimos todo el camino en silencio mientras escuchábamos a Sabina. En mi cabeza no podía evitar compararlos. Inteligentes, con dinero y una arrogancia que te mata a medida que te va enamorando. Jana era, después de todos estos años, lo que yo soñaba ser cuando éramos pequeños. No es raro que hasta ahora no haya pronunciado su nombre; a ella no le gusta y a mí me da miedo volver al tiempo en el que se lo llamaba para pedirle un boli y tener una excusa para que se diera la vuelta en mitad de clase. Se empeñó en que fuéramos a su casa de la sierra y yo no opuse demasiada resistencia. Practicamos sexo como dos adultos e hicimos el amor como dos niños. Después nos sentamos frente a frente cerca de la chimenea envueltos en una manta y nos contamos con detalle cada instantánea de nuestra vida. Mi historia le parecía alocada, emocionante y bohemia. La suya me parecía tan perfecta como decepcionante. Después de horas sin parar de hablar mientras la miraba a los ojos, lo supe. Ella era de envoltorio deluxe, de interior complicado y textura difícil. Convencida de ser una valiente asomada a una terraza acristalada sin precipitarse al abismo por las mañanas. Una incomprendida que ni ella misma se entiende. Una caprichosa incapaz de soñar. A pesar de eso me gustaba. Todavía mantenía la mirada con la que la buscaba cada mañana entre bostezos y exámenes. Cada tarde con tensión y nerviosismo. Hasta el día siguiente. Hasta mañana. Así, hasta hoy. Todavía tenía esa sonrisa ladeada, ese humor hiriente, esa soberbia adictiva. "Te admiraba" me dijo. "Por ser diferente y capitanear a los normales en lugar de disfrazarte de grumete o tirarte a la deriva". "Por ser inteligente, por fijarte en los detalles, porque eras especial y no presumías de ello". Sacó una agenda de su bolso, buscó una página y me la enseñó. Rótulos a golpe de subrayador fluorescente "Los chicos más guapos de clase". Yo estaba el primero. Le pedí permiso, arranqué la hoja y me la guardé en la cartera. Volvimos a casa y me despidió mordiéndome el labio y guiñándome un ojo. Lo supe. Supe que no era para mí, ni yo para ella. Supe que amaba su recuerdo, pero no a ella.
Necesitaba mantener mi mente ocupada en algo y aproveché que la radio emitía de noche para pasarme por allí y adelantar algo de trabajo. A pesar de todo, de camino a la emisora recordaba la teoría de la moneda y me preguntaba si habría monedas con más de dos caras. Cuando llegué, pasé un rato escuchando el programa y después me senté en mi mesa a escribir algo. Encima de mis papeles un sobre que no ubicaba por allí. Lo abrí con mucho cuidado. Dentro una pequeña nota escrita a mano. "El ascensor no es lo mismo sin ti". Y una "M" firmaba en la parte inferior derecha. Esbocé una sonrisa limpia. Sin dobleces, sin dificultades, sin preocupaciones. Como era ella. Marta era, y es, una de esas chicas que te saca una sonrisa con a penas saludarte. Tímida y reservada, tan preocupada de repartir amor que la mayor parte del tiempo se queda sin nada para ella. Dulce y generosa. De las que no mira las vueltas que te dan en la tienda. De las que se confunde de pasillo si hay que elegir entre dos. De las que hace de tu problema el suyo y de las que sonríen como forma de vida. De las que se le cae la moneda al suelo si hay que lanzarla al aire. De las que se enamoran de quien no deben y cuando no deben. De las que matarías por tener cerca casi a cada rato. De las que te enamoras cuando ya es demasiado tarde.
O tal vez no. Me levanté a toda prisa y no recuerdo haber esperado al ascensor cuando ya estaba dentro del taxi diciéndole la calle y el número de su casa. Lo recordaba como el primer día que la acompañé hasta su portal para poder estar un rato más a su lado sin que el resto de amigos nos molestase. Cuando fui a llamar al porterillo me frené en seco y tomé todo el aire que me daban los pulmones. Lo solté lentamente y apreté el botón cerrando los ojos.
—¿Sí? —era la voz de su hermana pequeña. No tan pequeña imagino.
—¿Está Marta? Soy un compañero del trabajo —es lo primero que se me ocurrió, y ya es mucho más de lo que suele ser habitual en mí.
—No, hoy se ha ido a dormir al piso de su novio, supongo que... —no sé cómo continuó la frase. Sé que marché de allí noqueado y la vuelta en el metro fue con la mirada perdida.
Aquella noche me dormí olvidando que tenía una hoja de diario en la cartera que había esperado la mitad de mi vida. Aquella noche, me dormí recordando cual era mi sitio. El de los enamorados a los que nadie corresponde, el de los soñadores que no cumplen sus sueños, el de los atletas que nunca han cruzado primero la línea.
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Ni cinco minutos.
Любовные романыUn pequeño libro lleno de historias de amor. Cada capítulo no te llevará más de cinco minutos en ser leído. El resto te toca descubrirlo a ti.