10. El mismo error.

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La vida es una armónica sucesión de errores. Pequeños obstáculos que nos colocamos en el camino como notas en una partitura y que, como un buen maestro de orquesta, repetimos una y otra vez. Como buscando la melodía perfecta entre tanto ruido. La noche anterior Ari había tocado su versión de Same Mistake, mientras sus ojos se inundaban de lágrimas. A mi me dolía no ser yo el protagonista de su historia y poder subir al escenario para llevármela de la mano a alguna parte donde fuera feliz. Para mí el amor es uno más de esos errores. Puedes tropezarte con él en cualquier parte. Y, como todos los errores, no puede planearse. No puedes verlo venir, no puedes provocarlo. Cuando quieres darte cuenta ya estás en el suelo.

Un par de vueltas en la cama bastaron para desvelarme. La luz que entraba por mi ventana directamente a mi cara o el teléfono que no paraba de sonar. De cualquier forma ahí estaba yo a punto de cometer otro error. Era Sara. Llevaba llamándome desde hacía un par de horas, estaba preocupada porque no la avisé al llegar a casa. La dejé. Le dije que me había enamorado de otra y acto seguido tiré el móvil por la ventana. Junto al móvil, creo que tiré toda la humanidad que me quedaba. Ahora pienso, claro, que no fueron las formas; pero creo que no hay formas para decirle a alguien que no eras la llamada que esperaba despertarle.

El resto del día lo pasé tirado en la cama recordando el concierto de la noche anterior. No puedo deciros que me sentía mal por Sara, porque no era así. Ni siquiera pensaba en ella. Estoy muy lejos de ser perfecto. Me abrazaba a la almohada durante algunos segundos deseando que me interrumpiese su mensaje de vuelta. Pero no llegaba. Y así, colocando otra vez los errores en mi partitura, salí a la calle a dar una vuelta. Como en busca de un nuevo error. Tras horas dando tumbos por Madrid, como diría Pereza, acabé en el banco donde la vi por primera vez. Como elevando mi batuta, esperaba que ella estuviera allí afinando su guitarra y tarareando alguna canción. El banco seguía, pero ella no estaba allí. Me senté y esperé el siguiente error. Entonces la vi pasar. No es tan extraño, tiempo después descubrí que ella vivía por allí. Iba de la mano de un chico y parecían comerse con la mirada. Me sentí la persona más ridícula sobre el planeta. Para que veáis que soy generoso, digo "me sentí" en lugar de "era". Cogí mi chaqueta de cuero y comencé a andar. No sabía a dónde ir. Podía ir a cualquier parte menos al único sitio donde quería estar. Porque allí ya estaba otro. Esperé a que se hiciera de noche y llegué a casa cuando todos se habían dormido. En la mesa de mi cuarto estaba mi teléfono con la pantalla visiblemente rota. Todavía funcionaba. Junto a él una nota con la letra de mi madre "ahora tendrás que arreglarlo". La conozco. Sé que no se refería al teléfono. Ambos lo sabíamos y lo supimos siempre. Nunca nos atrevimos a decírnoslo, era nuestro pequeño secreto disfrazado de metáfora. Hablé con Sara y la pedí perdón. Qué más podía hacer. Al principio no quiso escucharme pero luego no le quedó más remedio. Le dije todo ese montón de cosas que se le dicen a alguien cuando lo dejas. Que si no la mereces, que encontrará a alguien mejor, y que es tu culpa por no haber estado a la altura. Asier me preguntó que qué tal había ido el concierto y yo le mandé una nota de voz explicándole todo. En cosa de 20 minutos se presentó en la puerta de mi casa con unas cervezas. Bebimos, reímos, lloramos y cantamos. Asier es una de las personas más importantes que han pasado por mi vida. Con 14 años me dijo entre lágrimas que era gay. Con 16 me confesó que había estado enamorado de mí. Con 20 conocí a su primer novio formal, y con 21 ya le habían partido el corazón. Asier es antipático y excesivamente sincero. Serio y malhumorado. Pero desborda corazón. Sensible y capaz de ver musgo debajo de una roca. Durante todo el tiempo que pasé en Barcelona él fue el único que vino a verme. Decía que para poder ayudarme tenía que conocer a todos los personajes de la historia. Él tiene una teoría sobre la vida, como de casi todo, claro, pero esta es la más trascendente. La llama la teoría de la moneda. Para él todas nuestras acciones y vivencias no están destinadas, son parte del libre albedrío de una moneda mientras está en el aire. Girando, como si existieran un montón de posibilidades al caer en tu mano. Jugar al juego de la moneda contra ti mismo. Un éxito asegurado. Pero realmente solo hay dos. Cara y cruz. Él dice que la mayoría de gente confía en el azar, y se conforma con lo que toque. Pero es imposible jugar al juego de la moneda, aunque sea contra ti mismo, sin tener en la mente qué quieres que salga. Según él, todos sabemos lo que queremos que nos toque, pero solo algunos son lo suficientemente valientes para apostar por ello.

Subí a casa con la certeza de que había salido cruz cuando yo había elegido cara. Planteándome si era poco inteligente haber elegido otra opción teniendo una igualmente buena en la palma de mi mano. Me tumbé en la cama. Y entonces sucedió. El teléfono, ((el de prepago, no el que visita arbustos de cuando en cuando)) sonó. Tenía un mensaje de texto y por suerte no era de la operadora. Ari había contestado: "gracias, nos vemos en la próxima mirada". Sonreí. Tal vez la moneda todavía estaba en el aire. Tenía que llamar a Asier, tenía que volver a verla. Y casi sin darme cuenta ahí estaba yo, frente a un teléfono. Cometiendo el mismo error.

Ni cinco minutos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora