Siempre que escucho Imagine en boca de Lennon pienso en el trabajo que tuvo que llevarle crear, la que es para mí, una de las canciones más especiales de la historia de la música. El proceso mental previo, las horas en cada verso. Lo imagino colocando cada letra en su cuaderno con calma y la sensación de estar construyendo una catedral. Lo mismo con una sinfonía de Mozart o una teoría de Einstein. Largos días de techo e ideas volando a tu alrededor.
Aquellos tres días que me separaban de mi cita en la puerta del Palacio Real fueron una mezcla de nervios y apatía. Estaba arrinconado y demasiado reflexivo como para hacer algo que no fuera sentarme a contemplar el paisaje mientras me comía la cabeza. No tenía miedo a esa cita. Sabía que podía ser cualquiera y que no necesariamente debía conocerla, pero algo me decía que no saldría mal. No se lo conté a nadie, solo a Asier; no me apetecía que me dijeran una y otra vez "estás loco". Sobre todo porque durante esos días ya me lo dije yo muchas veces. Una parte de mí se sentía muy culpable por todo lo que había pasado desde que volví a Madrid. La otra, intentaba ocultarlo. Me enamoré de una voz en un concierto, de un recuerdo en una hoja y de un pasado en un ascensor. Era hora de empezar a cerrar capítulos. Pero antes tenía que abrir el último. Me vestí exactamente igual que cuando fui al concierto de Ari. Es algo de lo que me di cuenta después, fue involuntario. Creo que era mi uniforme de dejarme querer y era lo que más necesitaba aquella noche.
Hacía algo de frío para la época del año en la que estábamos. En lugar de ir en autobús decidí hacer el paseo andando y con los cascos puestos. Lennon me cantaba Imagine al oído y no podía dejar de pensar en que, a mi manera, yo también estaba ante mi gran obra. Pero no había tenido tiempo de trabajar ni prepararme nada. Llegué una media hora antes de lo acordado. Las piernas empezaron a temblarme y las manos a sudarme. Daba pequeños paseos de un lado a otro y buscaba continuamente a alguien con la mirada. Ni siquiera sabía si ella conocía mi rostro. Imaginaba que sí. Era la cita a ciegas más a ciegas que alguien podía tener. Decidí dejar de buscarla. Comencé a mirar los jardines esperando que "La señora A" rozase mi hombro y me saludara. Y entonces, sucedió:
—Hola —giré mi cabeza deseando con todas mis fuerzas lo que en un momento me había parecido, era ella.
—Tú eres...
—Sí, la A es de Ari. No se me ocurrió nada mejor.
Ya os dije que era malo contando historias. Por eso necesitaba que conocierais desde la primera vez que me enamoré de mi profesora en el colegio hasta este preciso momento. Porque ahora sé que podéis comprender lo que sentí en ese momento. La verdad es que estaba aterrado. Me encontraba en medio de un auditorio lleno de gente y los primeros acordes de mi Imagine habían empezado a sonar. Solo pude desearme suerte.
—¿Me siento y hablamos? —para mí habían pasado milésimas de segundo sin que yo hablara pero por su pregunta debió ser algo más.
—Claro, ¿quieres ir a tomar algo o nos quedamos aquí?
—Me gusta este sitio, por mí nos quedamos aquí de momento. Tengo mucho que contarte.
—Creo que yo también a ti —le sonreí por primera vez. Mi timidez estaba en su máximo esplendor. Esta vez era incapaz de disimularlo.
—Bueno, —tomó aire y comenzó su relato— en realidad no sé cómo empezar. Llevo semanas pensando en esto. Mucho antes de mandarte aquel mensaje hace unos días. Sabía que este momento llegaría y yo no soy muy buena contando historias.
—Tranquila, ya somos dos.
—La primera vez que te vi viniste de la mano de tu novia. Éramos cuatro o cinco vecinos en un banco hablando de cosas sin importancia. Entonces tú llegaste y todo se centró en ti. No sé cómo pudiste elevar la conversación de esa forma pero yo acabé riendo y al día siguiente empezando un libro que recomendaste casi sin darte cuenta. Después leía los textos que subías a internet. No sabes cuánto me has hecho reír y llorar con ellos. Y lo nerviosa que me puse esos días que hablamos cuando vivías en Barcelona... Me enteré de que volviste... y justo después me llamas por teléfono. Es la llamada más rara que he recibido nunca —los dos empezamos a reír—. Y te invité al concierto. Quería que me admirases tanto como yo te admiraba a ti. No sabía si escuchabas mis canciones. Si entrabas en mi perfil... si recordabas cómo me llamo. Y te canté. Te vi feliz aquel día y esperaba poder hablar contigo después.
—Pero me marché.
—Te marchaste, sí. Y no sabes cuánto me arrepiento de no haber corrido más. Entonces me sentí culpable. No sé muy bien por qué. Pero dejé que pasara el tiempo y aunque intenté volver a vernos de algún modo, no funcionó. Hasta que te escuché en la radio. Entonces no tenía que poner una excusa para hablar contigo. Siempre te admiré y ese es el papel que asumí. Así que cuando supe que te marchabas... se me ocurrió tirarme a la piscina. Y aquí estoy...
—¿Te gusta Mario Casas?
—No mucho.
—¿Y Justin Bieber?
—No, dios, en absoluto.
—Me alegro, ¿Brad Pitt?
—Sí, claro, Brad Pitt sí.
—Vale, pues tú eres mi Brad Pitt. Eres esa persona con la que jamás te imaginas abrazada en una cama porque nunca puedes soñar tan alto. Ni tan lejos, ni tan prohibido. Soy como esos perros domésticos que persiguen a sus presas y jamás sabrían qué hacer si las alcanzasen, y te he alcanzado.
Entonces me besó. Creo que ambos lo entendimos todo. Las últimas notas de Imagine sonaban. No sé si en mis cascos o en mi cabeza. Ahora lo comprendo. A veces una genialidad no es fruto del trabajo, ni de la constancia... ni consume demasiado tiempo. Resulta que Lennon escribió esa canción en un día... al igual que Mozart. Y que Einstein tardaba segundos en revolucionar la ciencia moderna. A veces las genialidades son un breve fogonazo de ingenio. Una casualidad brillante. Imagine se escribió en un día y nosotros nos enamoramos en una mirada. Sentados en aquel banco y sin saber todavía que nos admirábamos.
Esa noche nos pusimos al día de todo. Teníamos mucho que contarnos y todavía más que besarnos. Antes de irnos a dormir sacó un papel que llevaba en el bolsillo. Era una canción. La cantó para mí:
"De la A a la Z"
De la A a la Z una mirada
para defender tu recuerdo,
espiando tus andanzas
como si fueran mi amuleto.
De la A a la Z tras la manta
escuchando tu voz sin miedo
por miedo a dar la cara.
De la A a la Z unas palabras
para imaginar como eres,
soltando tus frases ácidas
y por dentro te mueres.
Te toco en mis cuerdas
no seas tímido
espero que sepas
que no me he rendido.
De la A a la Z
he llorado contigo,
con tus historias viejas
te sentía conmigo.
No sé explicarlo
entiende la letra,
de la a la zeta
no te dejo marchar.
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Ni cinco minutos.
RomanceUn pequeño libro lleno de historias de amor. Cada capítulo no te llevará más de cinco minutos en ser leído. El resto te toca descubrirlo a ti.