—Pero vamos a ver. Entonces, ¿a ti cuál te gusta?
—Asier, si lo supiera no estaríamos aquí.
—Oh, perfecto. Ahora resulta que soy tu psicólogo al que vienes a visitar solo cuando tiene un problema.
—Sabes que no he querido decir eso, deja de manipularme.
—Uy, yo no te manipulo. Simplemente repito lo que has dicho.
—Yo no he dicho eso. ¿Quieres parar de una vez? Tú ganas.
—Vale, eso era lo que quería escuchar.
—Ahora, ¿podemos seguir?
—Claro. A ver, vayamos una por una. En primer lugar está Jana, tu amor de la infancia.
—Eso es, mi amor de la infancia. No la amo, ya no.
—Pero sigues quedando con ella.
—Porque es lo que llevo queriendo toda la vida. Es el final de mi cuento. Jana está enamorada de mí, me trata de maravilla y me entiende a la perfección.
—También esa chica de Barcelona a la que dejaste tirada por una cantautora.
—Esa es otra. Ari. Lo de Ari es distinto, es un amor platónico.
—Todos tus amores son platónicos. En especial Marta, que ya he perdido la cuenta con las calabazas.
—No me estás ayudando nada.
—Y luego está la misteriosa señora A.
—¿Crees que es Marta?
—No.
—¡Cómo que no! ¿Cómo sabía lo de la nota?
—No lo sabía, seguro que fue una coincidencia. ¿Para qué adularte en anónimo y darte calabazas después?
—Deja de decir lo de las calabazas.
—Es Jana. Seguro.
—¿Jana? ¿Para qué?
—Porque sois iguales. ¿Has escuchado una canción de Cecilia que se llama Un ramito de violetas?
—¿Qué?
—La protagonista recibe ramos de flores de un admirador secreto y al final de la canción se descubre que ha sido todo el rato su marido. Jana es demasiado orgullosa para seguir arrastrándose. Quiere conquistarte.
—...
—Sabes que eso ha tenido sentido.
—¡No! Bueno... no lo sé, ¿vale? No lo sé.
—Tú hiciste lo mismo con Ari, cogiste tu móvil de prepago y le dedicaste mensajes anónimos. Si es que sois iguales. Es Jana, me juego una pizza con piña.
—¿Y por qué Marta me dijo que se estaba enamorando de mí en aquel mensaje? ¿Y por qué me pone esas notas? ¿Por qué tiene esos detalles?
—Por la misma razón que tú sigues quedando con Jana. Porque quieres convencerte de algo que no sientes.
—A veces tengo la sensación de que me conoces mejor que yo mismo.
—No es una sensación, para qué engañarnos...
Un guiño, un abrazo. Hasta mañana.
Seguí con mi vida como si nada. Pasé un par de semanas tranquilas alejado de todo. No tuve noticias de Marta, creo que se escondió a propósito, para hacerme un favor. Tampoco tuve noticias de Jana, me escondí a propósito, para hacerle un favor. Y, por supuesto, tampoco tuve noticias de Ari; decidí no ir más a sus conciertos hasta saber qué coño quería en mi vida. Y lo del coño no es literal, no os asustéis. La radio era uno de los pocos sitios donde me sentía cómodo. Sabía que antes o después se acabaría, lo mío allí era solo cuestión de tiempo. Y así fue. Podía haber continuado en la redacción pero era un buen momento para marcharme. Tener a Marta unas plantas más abajo no era del todo agradable, para qué engañarnos. Con la decisión tomada me presenté a mi último día en el aire. Aquel programa era como una pequeña red social, conocí gente que se convirtió en imprescindible en mi día a día sin saber nada sobre ellos. Bueno, sabía muchas cosas. Sabía sus debilidades, sus sentimientos, su situación... pero no sabía de qué color tenían el pelo o si se mordían las uñas. Es increíble cómo creamos lazos con desconocidos y, a la vez, somos incapaces de decirle "te quiero" a los más cercanos. O por lo menos yo. Recuerdo cuando Asier se empeñó en que tenía que decirle "te quiero" a mi madre al menos una vez en la vida. Él, que no es capaz ni de decirte que te queda bien la ropa, diciéndole a alguien que exprese sus sentimientos. Muy irónico todo. Pero le hice caso. Asier perdió a su madre cuando era un crío y sé que para él era un tema importante. Yo lo pasé fatal. No sabría explicar muy bien la razón pero me costó Dios y ayuda soltarlo. Ella se empezó a reír y me dio un abrazo. Al final creo que mereció la pena. Y de te quiero en te quiero me iba despidiendo de aquel programa. Era como si con cada llamada se apagara una pequeña luz que había imaginado. Pero la llamada que más esperaba nunca llegó. La señora A no acudió a su cita y yo lo sentí como otra calabaza más, para qué engañarnos. Asier fue la última llamada. Nunca lo había hecho pero sabía lo importante que era para mí y quiso estar allí. Consiguió incluso hacerme soltar unas lágrimas. Con toda la resaca emocional volví a casa, me metí en la cama y miré al techo como esperando que me devolviera una respuesta. Y esta vez lo hizo. El teléfono empezó a sonar. Un SMS:
"Temía que mi despedida no estuviera a la altura. Por eso no quiero despedirme. El jueves a las 12 de la noche en la puerta del Palacio Real". Firmaba: "La señora A".
—¿Me ves capaz de ir? —le pregunté a Asier tras desvelarle lo sucedido con una llamada casi al acto de recibir el mensaje.
—Vas a ir.
—Para qué engañarnos...
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Ni cinco minutos.
RomanceUn pequeño libro lleno de historias de amor. Cada capítulo no te llevará más de cinco minutos en ser leído. El resto te toca descubrirlo a ti.