CAPÍTULO CU4TRO

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Al principio la idea de compartir toda una vida con alguien me parecía maravillosa, pero lo habría pensado mejor si hubiera sabido lo cansado que era.
Me paso el día eligiendo cosas, que si el restaurante, que si las flores, que si el esmoquin... quiero olvidar solo por un minuto que me voy a casar, pero parece imposible.
Mientras resoplo cansado de en lo que se ha convertido mi relación de pareja, pienso en que aún no tenemos sitio para el enlace, que es una de las cosas más importantes.
—Tenemos que mirar iglesias.
Me miró confusa, le quedaba bien la coleta de lado.
—¿Iglesias?, Arthur te quiero pero sabes que soy budista.
—¿Y según buda donde se casa la gente?
Le dio un mordisco a su bocadillo de mayonesa, lechuga y tomate y siguió escribiendo en su papel con un bolígrafo de purpurina.
—Eso es lo mejor de esta energía cósmica, no te obliga a hacer nada.
—¿Entonces donde nos casamos?
Soltó el bolígrafo y volvió a mirarme, apoyada en el respaldo del sofá.
—Tengo una idea, pero es algo loca.
—¿Que idea?
Cogió el papel y se puso delante de mí.
Me enseñó lo que había echo con miedo a que no me gustara.
Era una especie de escenario, con tres personas sobre él, parecía que estaban casándose.
—No llamaría loco a esto, solo es demasiado original.
—Sabía que no te gustaría.
—No se trata de eso, solo me pregunto como se te ha ocurrido algo así.
—Simplemente me vino a la cabeza, y como puedes apreciar te he plagiado un poco, ¿si tus fans presenciaron tu pedida por qué no la ceremonia?
Volví a mirar el papel, observé detenidamente cada detalle, en especial la persona que estaba entre los novios.
—Has dibujado un cura
—Lo sé, soy budista no intolerante
Sonreí, al menos habría algo cristiano.
—Hagamos esto, es loco y original, nos describe a la perfección.
—¿De verdad te gusta mi idea?
—Claro, siempre que no tengamos que invitar a todos los que se acerquen al banquete.
Comenzó a reírse y me quitó el papel de la mano con fiereza.
—Que típico en ti ese comentario.
—Tendré éxito pero no nos pasemos.
Volvió a reírse y empezamos con las invitaciones ahora que teníamos lugar, pero a mitad de rellenar el papel tuvo otra duda.
—¿Cuantas personas cabrán?
—¿En la calle?, muchísimas, pero limítate a mandar a cuantas personas quieras invitar.
Así pasamos el resto del día, lamiendo para cerrar los sobres, escribiendo siempre lo mismo pero con diferentes nombres y pegando sellos.
Mis dedos estaban agarrotados, mi lengua sedienta y pegajosa y mi mente ya estaba durmiendo.
—Tierra llamando a Arthur...
Su voz burlona me despertó de nuevo, siempre lo hacía, y la mía a ella, nuestra conexión era lo que más apreciaba.
—Perdona pero es que todo esto me agota.
—¿Y si hacemos unas palomitas en el microondas y vemos una peli de miedo te volverían las fuerzas?
—Podemos probar.—Dije sonriendo con un tono malicioso.
Insertó en el DVD  "The ring"  y me apoderé del cubo de palomitas extragrande,  me sentí como en el nuevo anuncio de las galletas príncipe. El asustado era yo, tanto, que acabé tirando las palomitas. Menos mal que quedaban pocas.

El beso más caro del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora