CAPÍTULO DIECINUEVE

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La luz del sol atacaba mis ojos dormidos, me decía despierta, levántate, prepárale el desayuno a tu futura esposa, dale las gracias por lo que hace, dale gracias por quererte, dale gracias sin ningún motivo.
Me di la vuelta para ver su silueta, arropada por las doradas mantas.
Dormía plácidamente, incluso con una sonrisa, era envidiable la felicidad que sentía y transmitía, era ese tipo de persona irremplazable, simplemente era ella.

Bajé corriendo pero sin hacer ruido y le preparé un par de tostadas, tal como a ella le gustaban, mantequilla y mermelada de frambuesa por encima, un zumo de naranja y una servilleta.
Hice manualidades con su comida, sintiéndome todo un escultor.
Subí las escaleras con cuidado, los brazos se me dormían pero seguían firmes, las ganas de ver como se manchaba los labios con la mermelada eran toda la fuerza que necesitaban.
Entré en nuestra habitación, seguía dormida, pero por poco tiempo.
Me acerqué a ella y empezó a reírse, pero seguía durmiendo.
—Si sigues durmiendo tendré que comerme este desayuno yo solo.
Apoyé la bandeja en la cama, delante de ella, y esperé su respuesta.

—No tengo hambre, solo sueño.
—Es una lástima, con los rica que está la mermelada de frambuesa.
Se levantó de repente y cogió una de las tostadas.
—Bueno... un poco sí.
Reí mientras ella disfrutaba, pero oí mis tripas rugir y cogí la otra tostada.
—Me encanta esta forma de corazón, hasta me da pena comérmela— dijo.
—Pues dámela a mí, me han salido deliciosas.
Al ver que estaba a punto de perder su querido desayuno, por no decir su plato favorito, cambió de opinión.
—Sabía que no me la darías—dije como acusándola.
—Bueno, dicen que no aprecias algo realmente hasta que lo pierdes.
Seguimos degustando el desayuno, presentía que ese iba a ser un día genial
.
—Bueno, me voy, tengo muchos preparativos que organizar— dije.
Me iba a levantar pero el sonido de su voz me paró.
—Dirás tenemos que organizar.
La miré, relamía el labio superior en busca de la mantequilla.
—Date prisa si quieres venir conmigo, me quedan 5 minutos.
Se comió lo que le quedaba rápidamente y bebió el zumo sin respirar, salió de la cama, cogió lo primero que vio del armario y corrió a ducharse, era una escena digna de apreciar, pues casi nunca corría.
Salió en aproximadamente un minuto y medio, la miré bastante sorprendido.
—¿Qué pasa?
—Nada, solo me sorprende tu rapidez.
Ya en el coche, uno de los pocos lugares donde no nos acosaban las cámaras ni la idea de que fuera famoso, mientras sonaba la radio, me hizo una pregunta.

—¿Por qué yo?
No hacía falta que dijera a que se refería, pero necesitaba que se valorase, que no se sintiera inferior a una grupi, porque para mí era mucho más.
—Una grupi lo único que hace es alabarte, solo quiere una cosa, tú eres mejor que todas ellas, por muy buenas que estén.
—¿Por qué soy mejor que ellas?¿O mejor que una cantante famosa?
—¿De verdad tenemos que tener esta conversación?
Parecía molesta, estaba molesta, y yo estaba enfadado.
¿Por qué tenía esas dudas? Quería olvidar ese instante, pero ella prosiguió.
—Si no quieres hablar de ello significa que te gusta otra.¡Vamos, admítelo!
—Estás paranoica.
Mi comentario solo sirvió para enfadarla más todavía, y yo tampoco estaba de humor para aguantar algo así.
—Deberíamos dejarlo—dijo.
—¿La discusión? Estoy de acuerdo.
Nos detuvimos en uno de los semáforos, y por sus palabras esa fue la parada más larga del mundo.
—Oh vamos... ya sabes a que me refiero.
La miré enfadado y confuso, estaba hablando en serio, hablaba de dejarme por una invención de su cabeza.
—Tienes razón, dejémoslo, no puedo salir con locas, para eso ya existen las grupis.
No podía creer lo que estaba pasando, lo habíamos dejado, se había acabado, solo quería estar solo para analizar bien la situación.
—Llévame a casa de mi madre.
—No, guapa, te bajas y vas andando.
Resopló y se bajó, dejándome en un oasis de confusión y furia.
Tenía tanta ganas de salir de allí que pisé el acelerador demasiado a fondo.

El beso más caro del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora