CAPÍTULO CINCO

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Eran las nueve de la mañana y seguía con sueño, pero tenía ganas de levantarme, saborear aquella deliciosa mañana que no me obligaba a dar un concierto o ir de gira.
Me estiré siendo todo lo maleducado posible, bostecé abriendo mucho la boca y bajé las escaleras.
Allí estaba ella, tomando su ColaCao de marca blanca y su magdalena rellena de chocolate.
Le di los buenos días y un beso en la mejilla. Al verme parecía enfadada.
—¿Me estás tomando el pelo?
La miré con una ceja levantada y cerré la puerta del armarito después de coger el café.
—¿Tiene un olor demasiado fuerte?—pregunté agitando el bote de café.
Se rió de la tontería que acababa de decir, dio otro sorbo a la taza.
—No hablaba del café, hablaba del pijama.
—¿Que le pasa?
Se levantó, había terminado de desayunar, siguió hablando mientras fregaba la taza.
—Es verde.
Sonó el pitido de la máquina, el olor del café invadía mi nariz y ya tenía ganas de beberlo.
—¿Y?
Comencé a beber, poco a poco la cafeína me iba despertando.
—Nos casamos en dos días y llevas un pijama verde,¿no te suena de nada?
—No te lo tomes como una señal o algo así, ya te dije que llevaría traje, además, me obligaste a pasarte una foto.
—No me juzgues, nadie a dicho nada de que no se pueda ver el traje del novio.
Dejé la taza ya vacía en el fregadero y nos dedicamos una mirada, incluso recién levantada estaba preciosa.
—Adoro ese grupo, me atrevería a decir que más que tú, pero a mi no me da pereza ponerme traje.
Me sonrió y fregó la taza, le relajaba el sonido del grifo y le encantaba exprimir la esponja para crear espuma.
—Oye, mañana no nos vemos ya que da mala suerte ver a la novia antes de la boda así que...
—A mi también me apetece pasar el día contigo, ya sé que has suspendido los conciertos de hoy.

Era frustrante que siempre estuviera un paso por delante, a veces incluso dos, cuando hablábamos me sentía un estúpido o alguien que no se enteraba de nada.

—¿Por que siempre estás por delante de mí?
—Porque soy demasiado lista.—dijo sonriéndome con superioridad.
Puse los ojos en blanco en señal de que era molesto lo creída que era, pero sabía que era consciente de que eso me atraía a ella más todavía.
Me dio un beso rápido en la mejilla y me dijo que iba a ducharse.
—No te tomes tu tiempo como haces siempre, tenemos que aprovechar este día al máximo.
—Pues dame ejemplo y sube a vestirte.
La seguí hasta nuestro dormitorio pero nuestros caminos se vieron obligados a separarse, yo me dirigía al armario y ella a la ducha.
—Te echaré de menos.—dijo cogiéndome de las manos.
—Pero si vamos a estar todo el día juntos.
—Menos ahora.
Reímos y seguimos agarrados, era algo absurdo pero maravilloso.
—¿Puedo ir a vestirme o te da demasiada pena?
—Me da pena, pero se me pasaría si me dieras un beso.
Se mordía el labio inferior esperando que le respondiera, era divertido hacerle esperar.
La besé, su lengua juguetona incitaba a la mía, su poder sobre mi persona era muy potente. Me separé de ella y se la veía feliz, siempre estaba feliz.
—Gracias.—me dijo.
—Un beso no cuesta nada.
—No te agradezco que me des solo un beso, te agradezco que te preocupes por mí.
Volví a sonreírle y esa vez le di un beso en la frente.
Nos separamos y cada uno hizo su función lo más rápido posible.
Al salir de casa fuimos a todos nuestros sitios especiales:
Empezamos por el bar donde nos conocimos, hacían unas tapas riquísimas.
Después a dar una vuelta por Central Park  nos detuvimos en un parque de skaters, donde nos dimos nuestro primer beso, y analizamos las acrobacias que practicaba la gente mientras degustábamos unas manzanas de caramelo.
Cuando se hizo de noche le pedí que esperara en el coche, que había una sorpresa final que tenía que preparar.
—¿Te encantan las sorpresas verdad?—me preguntó.
—Si, sobretodo cuando sonríes.
Entré en casa corriendo y lo preparé todo.
Calenté su comida favorita y preparé la mesa, cuando todo estuvo listo le mandé un mensaje para que entrara.
Abrió la puerta y de nuevo acerté, se llevó una grata sorpresa.
—Flores, una pizza de jamón y queso en la mesa...¿Qué celebramos?
—Que pasado mañana seremos marido y mujer. ¿Qué mejor forma de celebrarlo que con una cena romántica?
Me sonrió con mucha ternura y volvió a mirar la mesa, esta vez menos entusiasmada.
—¿Dónde están las velas?
—¿Por qué tiene que haber velas?
—Porque un gesto romántico no es nada sin ellas.
Estaba a punto de matarla, era consciente de que en el fondo apreciaba el gesto pero que me pusiera esa cara de asco solo por unas velas...
—Ve sentándote en lo que voy a por ellas.
Entré en el primer chino que encontré y compré unas pequeñas velas en forma de corazón.
Al llegar a casa, Paula las encendió y empezamos a cenar.
—¿Recuerdas nuestra única discusión?—le pregunté mientras comía el trozo más grande y grasiento.
—Como olvidarla... ¿Por qué?
—Porque se me acaba de ocurrir una respuesta.
Dejó la ceja en el plato y me miró fijamente.
—Te escucho.
—Si estuviera cenando con otra persona se habría quedado muy desilusionada al ver pizza y no foie gras o pato laqueado, y habría esperado que la llevara a bailar y no a ver el espectáculo de los monopatines, es decir, te gusta lo sencillo, y que tenga dinero no te hace esperar de mí grandes regalos.
Le dio otro mordisco a la cena y me miró más fijamente aún, no creía que fuera posible pero me equivocaba.
—¿Quién ha dicho que no quiera bailar? Eso si, no hace falta que me lleves a ningún sitio.
Bebí un vaso de CocaCola y me terminé la porción.
—¿Alguna petición?
— Sí.
Se levantó, cogió su móvil y buscó algo en él.
Fui a su dirección y cotilleé lo que estaba haciendo, iba a poner la bella y la bestia.
—¿Enserio?— pregunté.
— Si, conoces ese baile mejor que nadie y yo también, la hemos visto un millón de veces.
Le dio al play y no tuve más remedio que actuar.
Cantamos ese tema tan famoso, nuestras voces juntas otra vez, otra vez declarando amor.
Era un momento realmente especial, era increíble lo bien que me hacía sentir ese pequeño baile de tan solo tres minutos.
— Gracias por este día, ha sido maravilloso—me agradeció.
— No, gracias a ti por querer pasarlo conmigo.
Nos quedamos clavados en el suelo, abrazándonos en silencio, oyendo únicamente nuestra respiración.
Estuvimos así durante horas hasta que su hermana la llamó y le dijo que o aparecía por casa en cinco minutos o no la dejaría entrar.

El beso más caro del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora