CAPÍTULO ONCE

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Recuerdo el día q nos conocimos, tal vez no en el mejor momento porque solo faltaban 10 minutos para llegar al cementerio, pero aún así me meteré de lleno.
La noche era estrellada y llovía, era una atmósfera romántica, presentía que dos almas gemelas se conocerían ese día, pero no que una de ellas sería yo.
Abrí mi paraguas negro y caminé pisando los charcos, entonces la vi, ni siquiera llevaba una capucha en la chaqueta o un gorro.
Corrí hacía ella y la resguardé, ella me miró confusa.
—¿Te conozco de algo?—Preguntó con su dulce voz.
—Lo cierto es que no—Contesté mirando al frente.
—¿Entonces por qué te pones a caminar a mi lado?
—Para que no te mojes.
Se rió, me encantó su sonora y contagiosa risa, fue entonces cuando la miré por primera vez.
—Arthur Roberts todo un caballero... nunca te habría puesto ese adjetivo.
—¿Sabes quién soy?
Se desabrochó la chaqueta y vi una camiseta de mi grupo, pero solo tenía mi cara.
—¿Eres la típica fan loca que solo quiere llevarme a la cama o una que se sabe todas las canciones?
—Pues no sé que decirte, por una parte me las sé todas y por otra si me acuesto contigo podría tachar algo de mi lista de deseos, pero no soy de esas que se acuestan con el primero que pillan.
—Entonces no respondas nada.
Seguimos caminando y llegamos a un sitio que no conocía, tendría que pedir un taxi para volver a casa.
—¿A dónde me llevas?-le pregunté.
—A mi casa, pero no pienses que vas a subir.
—¿Vas a enseñarme donde vives?¿Y si fuera un psicópata o un violador patológico?
—Si lo fueras no me lo habrías dicho, seguirías andando y siendo simpático.
—Puede ser.
Llegamos a su portal, no era muy amplio.
Cerré el paraguas y nos miramos, Dios era tan guapa, o al menos lo era para mí.
—Bueno, ya sé donde vives—le dije en un tono misterioso y aterrador, pero era igual que yo, no se dejaba intimidar por nadie.
—Eso no es verdad, no sabes el piso.
Abrió la puerta, se iba a marchar, pero no la dejé, se quedó apoyando la espalda en la puerta.
—Tú sabes mi nombre pero yo no el tuyo.No es justo.
Se rió, me pareció tan risueña, tan perfecta.
—Paula, pero mis amigos me llaman Pau.
—¿Me concedes el honor de llamarte Pau?
Exhaló una risita.
—¿Siempre eres tan gracioso?
—Sí, pero responde mi pregunta.
Me miró maliciosamente, se mordió el labio inferior.
—Vas a tener que ganártelo.
Me sorprendió e hizo gracia a la vez.
—¿Cómo?—.
—¿Quedamos mañana para comer?
Asentí.
—Aquí a las 13:00, si tardas más de 15 minutos no te molestes en aparecer porque no voy a esperar más.
—¿Eres así con todo el mundo o solo con desconocidos?
—Con todos, no me gusta perder más tiempo en esperar a alguien.
—Vale pues, procuraré llegar puntual, no quiero perder esa comida.
Volvió a sonreír, pero esta vez de una forma tímida, se sonrojó.
—Yo tampoco.

Arthur, ¿puedes oirme?—.
Esas palabras me teletransportaron fuera de su lado, para introducirme en un mundo distinto llamado cruda realidad.
—Desgraciadamente, sí— le contesté a Mónica.
Seguía sin entender porque quería venir conmigo en el coche, porque quería incluso tenerme delante, había matado a su hija.
—¿Dónde estabas?—me preguntó.
—Con tu hija.
Estaba a punto de derrumbarse, quería llorar pero que yo no la viera.
Nunca entendí porque ocultaba lo que sentía, llorar no tiene nada de malo, y tampoco que lo vean los demás.
—¿Y que te decía?—preguntó.
—Por favor no hagas eso, bien sabes que simplemente era un recuerdo, no dijo nada a lo dicho anteriormente—.
Nadie volvió a hablar, era curioso lo raro que me sentía cuando Mónica estaba cerca, sentía que tenía delante a alguien importante a quien debía impresionar pero también era alguien a quien no debía darle importancia, era curioso.
Observé el lirio blanco que sostenía en la mano, mi último regalo.
Recuerdo cuando lo vio en el escaparate de la floristería, dijo que no había flor más bonita que aquella y que cuando muriera que la cubrieran de esas flores como en Los juegos del hambre, y, ¿cómo no?, le dije que su petición sería cumplida. Y aquí estoy, con su flor favorita.
Salimos del coche y me vi obligado a acercarme a todo el mundo, a dar el pésame y dejar que me lo dieran a mí.
No lo hagáis, sé que lo sentís pero por vuestra pérdida y no por la mía, que aún que sea la misma el sentimiento es distinto.
El entierro transcurrió como todos los demás, acompañado por un cura y nuestra lamentación.
Llegó el momentos de decirle adiós, el momento que más odiaba, no quería decirle adiós, no quería decirle hasta luego, quería decirle hola, quería que se quedara.
—¿Arthur quieres decir unas palabras?—Me preguntó el cura.
Di un paso al frente y reuní fuerzas para hablar, para mí fue realmente difícil.
—Soy un mentiroso, te mentí dos veces y nunca lo sabrás. La primera mentira te la dije hace ya tiempo, te dije que te llevaría a Galicia, y la segunda te la dije antes de ayer cuando te dije que un beso no costaba nada, para mi tiene un precio demasiado alto—.
Coloqué el lirio donde supuestamente estaban sus manos entrelazadas, para que en el más allá lo tuviera en la mano, para estar juntos aún que ahora fuéramos de mundos distintos.
Por fin terminó esa pesadilla, pero solo era una más, mañana empezaría otra.

El beso más caro del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora