CAPÍTULO 26

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Estaba en un lugar, eso seguro, la cuestión era en cuál.

Pensé que estaba en el cielo, delante de las puertas de oro con San Pedro delante para dejarme pasar.

Me imaginaba vestido con una gran camiseta blanca, con alas pero sin el aro amarillo de la cabeza porque no era un ángel completo.

Abrí los ojos con una sonrisa pero no estaba allí, si no en el hospital donde recibí aquella mala noticia.

Trevor y Mark estaban a mi lado, y me juzgaron por la sonrisa.

—¿Te intentas suicidar y luego sonríes?—pregunta Trevor.

—Creí que lo había conseguido.

Se intercambiaron miradas cómplices y de compasión.

—Necesitas ayuda.

—¿Ayuda para que Mark?¿Para enamorar a otro psicólogo y perderlo también?

—No la has perdido.

Me reí aunque tenía dolor de estómago, es lo que tienen los chistes, que te hacen reír.

—Claro que sí, no quiere volver a verme, pero no la culpo, yo tampoco querría.

—Tal vez. Pero está en la sala de espera; quiere verte.

Las palabras de Trevor me hicieron sentir algo más feliz, pero seguía sin estarlo.

—Dile que puede verme, de todas formas ha venido para eso.

Cuando abrieron la puerta Kristin les sustituyó, tenía el rimel corrido y los ojos brillantes.

Así me había sentido yo cuando se fue, así me sentía todos los días, pude verme reflejado en su estado de ánimo.

Se quedó delante de la puerta cerrada, las lágrimas hacían una carrera en sus mejillas, la de la derecha iba ganando.

—Estas bien.

—No estoy bien, solo vivo.

No reaccionó de ninguna manera, solo me miraba con esos ojos de cordero degollado.

—Estaba tan preocupada.

—Solo porque he estado a punto de morir. ¿Por qué solo le importas a la gente cuando vas a morir? No entiendo porque te conviertes en una gran persona o en alguien muy querido.

—No lo sé.

—Pues deberías porque es lo que acabas de hacer.

Se molestó pero me dio igual, era eso lo que veía y unas manos tapaban mis ojos para que no viera lo que ella pensaba o incluso estaba haciendo.

—Me preocupé como Paula lo haría.

—Por favor no la menciones.

—¿Por qué? ¿Por qué te sacó del pozo donde te acabas de volver a meter?

—Exacto, la he decepcionado, he mandado todo lo que hizo por mí a la mierda porque estaba deprimido, porque como dice una de mis canciones mi luz brilla por su ausencia, y tú no estabas para hacerme sentir mejor.

—¿Me estás echando la culpa?

Esa era una reacción muy típica, pero aún así no me lo esperaba de ella, tan profesional y tan seria.

—No, te estoy diciendo que te necesito y que sabes que te necesito.

—Pero tú canción me afectó—dijo con voz llorosa.

A ella le afectó mi canción y a mi su comentario, era una especie de relación destructiva pero al menos para mí era necesaria.

—Me sentí mal después de escribirla porque solo ahí me paré a pensar en lo que sentirías, pero me di cuenta demasiado tarde, por favor si de verdad me quieres ayúdame.

—Solo puedo ayudarte volviendo, ¿verdad?

—Ya he perdido a demasiada gente.

Lloré y no fui capaz de entender el por qué, tal vez de alegría porque ya no estaba completamente solo o puede que llorara por recordar a toda esa gente tan importante pero tan lejana.

Me abrazó y me prometió que lucharía contra si misma para ayudarme.

—¿Te va a hacer daño?—pregunté.

—Solo al principio, además, te echaba en falta.

Paula volvió a mi mente, como siempre, recordé que creía en el karma, que decía que al morir se reencarnaría en otro ser vivo, nunca estuve muy seguro de eso, al menos hasta ahora.

El beso más caro del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora