CAPÍTULO SEIS

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Hacía aire, pero el sol quemaba tanto que era de lo más agradable.

Miré las sillas de madera, no había ni una libre, pero al menos la mayoría estaban ocupadas por amigos y familiares.

Era raro estar sobre el escenario, no tener una guitarra y el micrófono delante, pero lo importante era lo que íbamos a hacer, no el como.

Empezó a sonar la suave música clásica y me puse nervioso, pero no saldría corriendo porque nunca había estado tan seguro de nada como de eso.

Miré la zona del backstage, allí estaba, con su vestido color marfil y su largo velo, colocado en su pelo recogido en un resistente moño. Estaba preciosa, se sentía preciosa, era preciosa.

Caminó hasta mí decidida y sonriente, sujetando el ramo de rosas rojas con sus manos cubiertas por unos guantes también de color marfil.

Una vez que estuvimos uno en frente del otro dejó el ramo en el suelo y nos cogimos de las manos.

El cura dijo lo que se acostumbra a decir en ese tipo de ceremonias, con su voz alegre y mirándonos con orgullo.

Llegó el momento de la verdad, el que determinaría si realmente estábamos listos, el de demostrar nuestro amor una vez más.

-Si quiero.- Contestamos ambos de la misma forma, enamorados y nerviosos por la presencia de tantos fans eufóricos y cotillas.

Cuando nos besamos sellando un matrimonio que jamás se rompería vi que se habría una etapa en mi vida, una maravillosa y llena de felicidad a pesar de tener un mal presentimiento.

Todo el mundo nos aplaudió y me pareció un público con personalidad falsa porque todo cuanto se decía de ella era que tarde o temprano sería la Yoko Ono de la banda, y que a mí no me pegaba nada ser John Lennon.

Por fin fuimos al restaurante solo con las personas invitadas al enlace, por fin teníamos un poco de intimidad.

Comimos almejas, cordero con patatas y una gran tarta de chocolate, tal vez no la propia para una boda pero si para nosotros.

Después bailamos vals, rock and roll, lentas y clásicos Disney, esa ceremonia era mitad cumpleaños pero nadie se lo podía pasar mejor.

Nos sentamos en el coche, dispuestos a disfrutar de nuestra luna de miel en Galicia, donde solo nos preocuparía disfrutar del turismo y disfrutar de nosotros.

Me acordé de la cara que puso cuando vio la saga Crepúsculo, estaba enamorada de todas las películas, y del vampiro también.

-¿Preparada Bella?

Rió alegremente mientras se ponía el cinturón.

-Si Edward, sobretodo para que me conviertas en vampira.

Esta vez reí yo y empecé a conducir.

-Ya vives eternamente en mi corazón-le dije poniendo ojitos.

-No hagas eso por favor, odio esas frases tan acarameladas-dijo riendo.

-Vale me callo, pero que sepas que es verdad.

Sonrió y miró por la ventanilla abierta, el ligero viento agitaba su cabello.

-¿Eso significa que siempre me querrás?

La miré de reojo, sus ojos estaban centrados en el paisaje urbano y lleno de coches pitando, tal como a ella le gustaba.

-Para siempre es solo el comienzo.

Volvió a mirarme con una nueva sonrisa y se acomodó en el coche.

-Eso es lo que dice una de las películas, pero ¿qué dices tú?

-Digo que cuando el vampiro dijo eso se quedó corto.

-Espero que me lo demuestres en el viaje.

Me desplacé un momento para darle un beso en la mejilla pero me moví demasiado, tanto que perdí el control del coche y chocamos contra una señal.

El beso más caro del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora