Recordando en voz alta

1K 147 24
                                    


Somos nuestra memoria,
somos ese museo quimérico de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.

Jorge Luis Borgues.

Camila

Miro por quincuagésima vez el reloj y tamborileo los dedos sobre mi rodilla. Quisiera quitar del volante al taxista y ser yo quien conduzca. Lo que no sé es si quiero manejar más rápido o más lento. Estoy muy nerviosa y tampoco ayudan todas las sartas de idioteces que dicen en la radio, quisiera que el taxista lo apagara para así poder ordenar mis ideas. ¿A quién le importa si Gabriela Díaz desmintió o no la infidelidad de su novio? Es más, ¿a quién le importa la vida de ese par? A mí no. Para cuando el taxista se detiene fuera del restaurante donde me citó el abogado estoy a punto de gritarle por haber llegado tan rápido y no darme tiempo ni a pensar.

No, si a mí no hay quién me entienda.

Noto mis piernas temblorosas al bajarme, ni siquiera el frío de enero me hace obviar un poco mi nerviosismo y mi miedo. Entro al lugar toda insegura, rogando por no hacer una barbaridad como chocar con un camarero y terminar bañada en vino y comida, quedando en ridículo y endeudada con la bajilla. Miro a mi alrededor y es cuando caigo en cuenta que estaba tan nerviosa que cuando hablé con el abogado no le pregunté exactamente dónde nos veríamos o cómo iba vestido. Saco el celular de mi bolso y le llamo para preguntar. Descuelga enseguida.

—Hola, soy yo otra vez. Ya estoy en el restaurante —digo apenada.

—¿Es usted la chica de pantalón gris, suéter y chamarra roja?

—Sí.

—Estoy levantando la mano.

Lo busco entre las mesas, pero lo primero que llama mi atención es un hombre alto de cabello rubio que se parece demasiado a él. ¡A él! Un calor se propaga desde la planta de mis pies hasta mis orejas, el corazón comienza a bombearme muy a prisa y de pronto el lugar me parece muy pequeño para estar. Una mano agitándose en el aire muy cerca de donde camina el rubio me hace recordar a qué vine aquí y devuelve mi atención a la llamada.

—Ya lo vi.

Cuelgo y comienzo a dirigirme a la mesa del abogado, caminando muy despacio mientras vuelvo la vista en dirección adonde vi al rubio; no lo encuentro por ningún lugar. Me sorprende encontrar lo joven que es Paul, tal vez está en sus treinta. Es alto, de ojos verdes y cabello castaño. Me ofrece una bonita sonrisa cuando llego hasta él y de inmediato le tiendo mi mano.

—Camila Falcón, muchas gracias por darse tiempo para mí.

Me mira fijamente, ya sin la sonrisa de hace un momento. Su frente se arruga y su boca se entreabre. Levanto las cejas a modo de pregunta, incómoda de que me haya dejado con la mano tendida. Parpadea repetidamente y se aclara la garganta antes de estrecharla.

—Lo siento, un gusto conocerte, es solo que Scott se refirió a ti como Mila, creía que ese era su nombre. Yo soy Paul Freeman. —Retira una silla—. Por favor, toma asiento. ¿Gustas comer o beber algo?

Desabrocha su saco y se sienta frente a mí, volviendo a sonreírme.

—Un vaso de agua está bien. Gracias —respondo devolviéndole el gesto.

Gira la cabeza mirando hacia la puerta, hacia el montón de ventanas con que cuenta este lugar y hacia la nieve que comienza a caer fuera. Una camarera pasa por nuestro lado y él aprovecha para solicitarle que ponga su orden y la de su compañero para llevar y que por favor me traiga un vaso con agua.

Nunca digas que no te amé [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora