Paternidad

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Algunas veces ella le era indiferente.
Pero era una indiferencia simulada,
forzada. En el fondo ella sabía
que él era todo lo que
esperaba de este mundo y
estaba locamente enamorada.

Leunam

Camila

Mira, mamá.

Aparto por dos segundos la vista de la computadora para dirigirla a mi derecha, al centro de la sala desde donde Axl me señala la enorme construcción que hizo con legos.

—¡Increible! ¿Qué es? —pregunto regresando mi atención al documento que intento traducir. 

El caldo de verduras ya no debe tardar en estar listo, y es díficil concentrarme cuando tengo que estar atenta a los filetes de pollo asándose en la cocina y a las constantes interrupciones de Axl, sin mencionar la maldita película por la cual siento una especie de amor-odio, pues estoy harta de oírla reproduciéndose pero adoro las partes que provocan las carcajadas de Axl, que parece nunca cansarse de ella, pero yo sé que pronto encontrará una nueva favorita con la cual torturarme.

Una casa para tú. ¿Te gusta?

Me encanta, cielo.

—¿Sí? ¿Te gusta, mamá? ¡¿Te gusta?! —su voz chillona, aunque encantadora, me aturde por un par de segundos.

Respiro hondo, intentando controlar los acelerados latidos de mi corazón, empujando con oxígeno el grito de exasperación que escala por mi garganta.

Claro que me gusta. Gracias, es hermosa.

Releo la estrofa al tiempo que muevo los dedos sobre el teclado y transcribo al fránces, pero lo hago de pie e inclinada sobre el escritorio, lista para correr a dar vuelta al pollo y apagarle al caldo. De regreso a la traducción ya ni me molesto en sentarme, hago lo que puedo mientras contesto las preguntas de Axl. Parece una nueva etapa, pero cada vez duerme menos y habla más; su curiosidad no tiene límites, mas mis fechas de entrega sí, por lo que espero que después del almuerzo se duerma al menos veinte minutos, lo suficiente para adelantar en mi trabajo.

Y entonces ríe, y todo vale la pena. Estiro mis labios y me lleno de gratitud por ese hermoso gesto suyo de existir, de alegrar mis días, de hablar sin parar, de correr por toda la casa. Es una niño feliz y yo no necesito más para serlo igual. Ha visto tantas veces esa película que sé que le faltan dos carcajadas más, cantar una canción y brincar como chapulín en la sala antes de que ésta acabe. El par de golpes en la puerta me saca del trance de mamá orgullosa y me regresa al estrés de estar tan atrasada en el trabajo y da la estocada final a mis ya endebles nervios. Nadie me visita, y la única persona que lo hace y puede acceder hasta aquí sin tocar antes el timbre es Eva. Mis talones resuenan fuerte al golpear contra el piso, aún no abro la puerta y ya estoy recriminándole a mi amiga:

—¿Cuándo será el día que utilices tus llav...?

La palabra muere en mi boca, que se va cerrando poco a poco sin saber qué decir. Creo que los ojos se me han quedado muy abiertos porque los siento arder. No lo sé. Pero mi estómago se ha apretado y el calor ha escapado de mi cuerpo. ¿Qué hace aquí? ¿Cómo supo dónde vivíamos y... cómo se atreve a presentarse? Uf, la ira, el réncor, la cólera; todo se siente infinitamente mejor que el desconcierto. No he olvidado que me llamó (sin decirlo) puta, mucho menos sus otras ofensas. La visión se me nubla por el coraje.

Nunca digas que no te amé [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora