Perdiendo el control

951 159 44
                                    

Sabes reírte tan fuerte
que eres capaz de ocultar
todos tus miedos

Ikeli Oʼfarrell

Camila

Mis pasos son silenciados por la alfombra al atravesar el umbral, y pronto éstos mismos cesan ante la sorpresa de encontrarme una habitación realmente sencilla. Ya lo habíamos hecho antes, vernos en habitaciones de hotel para hablar y perder el tiempo juntos, pero siempre procuró que el lujo estuviera presente en cada uno de los sitios, hoy es diferente; hay clase, también lujo, mas no te brinca a la cara nada más entrar. 

Su perfume flota a mi alrededor, su presencia y egocentrismo se adueña pronto del lugar. Escucho el clic de la puerta, seguido del roce de su calzado con la alfombra. Me pasa por un lado, arrugando la nariz y apresurándose a cerrar las cortinas de la ventana que ocupa media pared. Pronto la habitación se ensombrece, haciendo resaltar los tonos tierra que nos envuelve. En silencio abre y cierra los cajones, apartándose el cabello de la cara revisa el closet y asoma al baño. No sé qué busca, pero no me extraña. Yo, en cambio, estoy más seducida por la enorme cama y sus dos pilas de tres almohadas. Me deshago de la bolsa, la dejo sobre la mesa ubicada en la esquina y dubitativa me acerco a ella. Mis ojos se clavan en el colchón, mi atención se pierde en la blancura de las sábanas que lo cubren. Paso una mano por ellas, las aliso aunque no hay ni una sola arruga que pueda verse. Y sin darme cuenta mi mente se dispersa, todavía con los ojos fijos en la colchón y la pureza de sus sábanas, vuela y se va lejos.

Recuerdo la mirada azulada de Liam, sus palabras crueles y la frialdad de su tono. El corazón se me encoge, acelera su ritmo y rugue dentro. El llanto acude solícito cerrándome la garganta. Trago, luego carraspeo y empujo de regreso la impotencia que se desborda y busca salida en forma de agua. Parpadeo repetidas veces y respiro hondo hasta que mis ojos se aclaran. Me siento furiosa, dolida, decepcionada y triste. ¿Qué voy a decirle a nuestro hijo? ¿Cómo se atrevió a decirme todas esas cosas? Es que... ¿lo conocí alguna vez? Me recorre un escalofrío. Mis oídos zumban, mi mente se empeña en reproducir una y otra vez la discusión, si acaso puedo llamarla así. No, él me insultó, yo sólo grité y perdí los nervios. Mi cabeza se quedó en blanco y mi sangre corrió fría. No fui capaz de herirlo igual, permití que me hiciera y me viera llorar.

—Un dólar por tus pensamientos. —El tibio tacto de un dedo sobre mi frente hace que aparte los ojos de la cama.

Descubro al cantante caminando a la esquina entre el buró y la ventana, acomodándose en el sillón individual azul y estirando las piernas sobre el reposapies que hace juego. Su boca se estira en una mueca, exhala exasperado y resbala las manos por su cabello, echándolo atrás como si quisiera amarrarlo.

—Necesitas esto —digo moviéndome a la esquina contraria para buscar una liga en mi bolsa.

Sin apartar la vista de mí me deja recoger la mitad de su cabello, con esa desgana que le acompaña a todos lados y que lo hace lucir tan arrogante como es. No me sorprende la suavidad de sus mechones, los enlazo con la liga negra y sonrío satisfecha, retrocediendo dos pasos para admirar esa mirada grisácea que me sigue. La otra mitad continua suelta y tocando sus hombros, pero ya no se mete en sus ojos.

—Te queda bien —confieso.

—A mí todo se me ve bien.

Me rio porque sé que lo dice en serio, él de verdad lo cree. Y supongo que sí, que todo le queda bien; la seguridad es su mayor atractivo.

—Entonces... cuéntame, —me subo a la cama, deslizándome hasta quedar recostada de lado—, ¿te fue hoy mejor que a mí?

Relame sus labios, cruzando las manos y apoyándolas sobre su abdomen.

Nunca digas que no te amé [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora