Felicidades, eres papá

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Y si por casualidad el destino nos volviera a juntar,
por favor, pasa de largo como si no me conocieras.

Anónimo.

Liam

Estoy revisando el testimonio de un cliente cuando la puerta de mi despacho es abierta de golpe y después cerrada de un portazo. Levanto la cabeza para ver quién carajos tiene los cojones para entrar así. Lo primero que veo es un puño a toda velocidad, lo segundo es el maldito suelo.

Me levanto de un salto dispuesto a partirle la cara al idiota que se atrevió a ponerme la mano encima, pero al único que veo es a Paul. Está enojado. No. Borra eso. Está furioso.

—¡¡¿Se puede saber qué mierda te pasa?!! —le ladro, conteniendo mis ganas de regresarle el golpe.

Acomodo mi traje y sacudo mi manga derecha por cualquier ristra de polvo que pudo haberse pegado en mi visita al suelo.

—¡Eres un hijo de puta! —me grita

—¡Tuve que irme! Créeme, si me hubiera visto no se hubiera acercado a ti, y si necesita ayuda quiero que se la des —digo con los dientes apretados, todavía enojado y tocando mi labio. El hijo de puta me sacó sangre.

—Oh, confía en mí, si me la pide se la daré —contesta en tono sardónico.

—¿Qué le pasa? —Doy un paso al frente, cambiando mi enojo por preocupación—. ¿Necesita divorciarse? ¿Pensión para su hijo? Hace un rato mencionaste que su niñera se retrasó. ¿Por qué dijiste «si me la pide»? ¿Me vio? ¿Ya no quiere tu ayuda? ¿Está bien? La vi cansada. Si algún infeliz la lastimó en cualquier sentido no pararé hasta hacerlo pedazos —digo todo en sucesión, sin darme tiempo a respirar.

—Yo fui quien le dije quién era, y no, ya no quiere mi ayuda. Ella está bien, sólo indignada y furiosa conmigo. Se ve cansada porque su hijo está enfermo, nada grave. No sé si te vio pero sabe que estuviste ahí. No quiere pensión para su hijo. No quiere divorciarse ya que no está casada. —Lo miro cada vez más confundido, aunque aliviado de que no lleve el apellido de alguien más. Está respondiendo todas mis preguntas, pero nada tiene sentido. ¿Entonces qué quería de Paul?

Me muestra su celular.

—Al principio creí lo mismo, que quería divorciarse o pensión para su hijo. Pero cuando comenzó a hablar confieso que llegué a pensar mal de ella, por eso propuse grabarla. —Teclea unas cuantas veces en la pantalla de su teléfono y lo pone sobre mi escritorio—. Escucha —me dice, dándome una mirada afilada.

Durmió en la calle. Cargando a mi bebé durmió en la calle y comió de la basura. Un bastardo estuvo a punto de violarla y la golpeó. Coño, si algo le hubiera pasado todo habría sido mi culpa. Pero, ¿por qué durmió en las calles? ¿Por qué no regresó a su país? Pudo ir a la embajada, ellos la habrían ayudado. Debió denunciarme por retener su documentos. ¿Por qué no lo hizo? «Joder, Camila, ¿por qué no me dijiste que no cuando te propuse venir aquí? Jamás debiste aceptar mi invitación a salir. Debiste seguir ignorándome como lo hacías. Nos habrías hecho un favor. Te habrías ahorrado mucho. Todo es tu culpa».

Mis manos están hechas puños y mis dientes tan apretados que seguro Paul puede escucharlos crujir. Quisiera encontrar al mal nacido que le hizo daño y matarlo con mis propias manos. Pero ese malnacido soy yo. Soy lo peor que le ha pasado en la vida. Y ella, lo mejor de lo peor de la mía. La recuerdo llorando aquella tarde, lo hago más veces de las que me gustaría y siempre termino furioso. Conmigo. Con mis ojos. Un año después de sacarla a la fuerza del departamento volví para sacar cualquier cosa que me perteneciera de allí y entregarle las llaves a quién me lo rentaba. Y entonces la vi. Ahí estaba ella besando otra vez a ese cabrón. Ella, que juraba que estaba equivocado, que juraba nunca haberme engañado. Ella con su cintura tan estrecha, con sus caderas anchas y su culo respingón. Con su cabello largo, lacio y oscuro. Con todo lo que me volvía loco, que me encantaba y que me hacía odiarla. Ahí estaba, entregándole sus labios a un pendejo que no la merecía mucho más que yo. Me acerqué, enfermo de celos y decidido a decirle en su cara todo lo que en ese momento me pasaba por la cabeza. Pero no pude. Porque no era ella. Tenía sus curvas, el mismo color de cabello y hasta la misma altura, pero de frente no estaban esas pestañas ridículamente largas, tampoco había señas del lunar, sus ojos eran verdes y a sus labios le hacía falta el rojo. Di tres pasos atrás, trastabillando y casi yéndome de culo. Ella, que no era ella, me miraba con el ceño fruncido al igual que su amante. Atiné a preguntar, tartamudeando, si hace un año ya estaban saliendo juntos. Vi los ojos de ella ampliarse, esa fue mi respuesta, no esperé más. Di la vuelta y me largué. La había echado, me había negado a escucharla y ella no me había mentido. Entonces ya estaba embarazada, y para cuando comprendí mi error, ya tendría a mi hijo.

Lo primero en irse a la mierda es el teléfono de Paul, de ahí le siguen mi computadora, la lampara, las carpetas y mi escritorio. Mi sillón lo estrello contra el librero tras de mí. Por un rato lanzo, golpeo y pateo todo lo que encuentro. Otra vez, la hija de perra haciéndome perder el control. Mi oficina está hecha un caos, mi cabeza no está mejor. Tengo un hijo. Otro hijo. Tiene tres años y quiere conocerme. ¿Cómo pasó? Ella se cuidaba, tomaba la píldora, yo la veía tomársela todas las noches sin falta. ¿A quién se parecerá? ¿A mí? ¿A ella? ¿A ambos? ¿Tendrá mi color de ojos o el suyo? ¿Cómo se llamará? Para verlo tendré que verla a ella, no sé si quiero eso. ¿Ella lo querrá? ¿Estará ya con alguien más?

Me dejo caer en el sofá, una de las pocas cosas que quedó en su lugar. Recargo los codos en mis rodillas y me llevo las manos al rostro, resbalándolas hasta mi cabello. Miro a Paul que me observa atentamente aún con el rostro retorcido por el enojo, en lo absoluto asustado por los destrozos que causé.

—Como dije —continúa como si nada—, no quiso nada de mí en cuanto supo quién era. Pero si me busca nuevamente para pedir mi ayuda se la daré. Y no me va a importar que seas mi amigo y mucho menos mi socio.

Estoy entumecido, mirándolo recoger su móvil que quedó sepultado bajo una pila de papeles, no atino ni a asentir.

—Bien —logro articular. No esperaba menos de él.

—¿Bien? —Sonríe sin humor, sacudiendo la cabeza— ¿¡Bien!?

—¿Qué mierda quieres que diga?

—Que no hará falta que yo intervenga, para empezar, porque lo reconocerás e irás a verle. Que hablarás con Lily, que le dirás que tienes un hijo con otra mujer, un niño que no es por mucho mayor que Max. —No respondo, me limito a morder el interior de mi mejilla—. ¡Di algo, maldita sea!

—¡¡No sé!! ¡¡No sé qué voy a hacer!!

—¿Cómo no...? —Calla, se pasa una mano por los labios y respira profundo—. ¡Es tu hijo! ¡¡¿Cómo mierda no vas a saber qué hacer?!! ¡Lo correcto, eso es lo que debes hacer!

Lo correcto habría sido no acercarme a ella, o alejarme cuando noté cuánta inocencia se ocultaba tras su boca sucia y su poco filtro. Lo correcto habría sido no traerla conmigo. Olvidarla y que ella se olvidara de mí habría sido lo mejor. Que mis ojos no me mintieran. Que el imbécil de a lado no estuviera besando una mujer tan parecida a la mía también habría sido lo ideal.

«Si no hubieras estado tan ocupado buscando el pretexto perfecto para alejarte de ella, habrías notado las sutiles diferencias», susurra mi subconsciente.

—¿En serio es algo que tengas que pensar? ¡¿En serio lo estás considerando?! —grita mi amigo más furioso si cabe—. ¡Vete a la mierda, Liam! El que avisa no es traidor.

El portazo que da al salir hace vibrar las paredes, es un milagro que no haya sacado la jodida puerta del marco. Yo permanezco con la cabeza embotada, todavía sin poder razonar con normalidad, sin saber qué decisión tomar. Lo único que tengo seguro, es que no quiero verla.

Nunca digas que no te amé [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora