Primer capítulo

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La muchacha

Estaba pensando demasiado ese viejo barbudo que se hacía llamar el Mago del sur, se dijo el viajero con impaciencia

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Estaba pensando demasiado ese viejo barbudo que se hacía llamar el Mago del sur, se dijo el viajero con impaciencia. Había perdido su mapa en un tonto descuido y necesitaba volver a la corriente de Sada más tardar en diecisiete taeroces. Había hecho una promesa y no se permitiría incumplirla.

Nunca había nadado esas aguas, de hecho, muy poco había cruzado la frontera del Candado Infinito ya que su reino era tan profundo que, para subir a la superficie del océano, debían pasar un par de taeroces antes.

Lo que más molestaba al errante no era el mapa, sino que se hallaba cerca de dos islas llenas de fercis. Circulaban en todas partes rumores sobre esos extraños seres que se movían sobre dos brazos peculiares. Historias horribles con secuestros y torturas incluidas.

La primera vez que vio un ferci casi murió de un infarto. Pero era mayor su asombro al descubrir que el ejemplar no era como le habían descrito los libros de su infancia. En lugar de ser horrible y de contextura robusta y grotesca, este era un esquelético joven que navegaba en una desgastada canoa, la que tenía una fuga que anunciaba hundirse en breves minutos. La tierra estaba a muchas horas. Ese muchacho moriría antes de que encontrara algún puerto, sobre todo porque el viento lo arrastraba hasta unas rocas mortales que se encontraban más adelante, y si eso no lo mataba seguro los tiburones que habitaban la zona sí.

No pudo quedarse de aletas levantadas por varias razones, invocó el poder que le habían prestado para levantar una ola que arrastró al ferci y lo vomitó sobre la primera playa que se encontró. O eso esperaba que sucediera, él no se quedó para comprobarlo. En lugar de eso dio media vuelta y siguió con su viaje.

Más adelante se topó con un barco repleto de fercis al que siguió sin reparos por varios soles con el objetivo de saber más sobre ellos. Las mujeres fercis eran más descaradas que las acuelas, por alguna razón botaban agua por los ojos a la hora de persuadir a un hombre ferci. Lo gracioso era que funcionaba. Y estos últimos eran despilfarradores y banales. Parecían no tener propósitos serios y se jactaban de tantas estupideces que le produjeron vergüenza. Al tercer sol se alejó sin poder soportar tanta basura ferci.

El reino en lo profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora