Vigésimo octavo capítulo

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Desbloqueo de la magia

El Hipódromo de Mávro era una de las cosas más grandiosas que había visto en Garania. Blancas columnas de doce pamas de alto rodeaban una pista ovalada con obstáculos, algo mortales, en puntos estratégicos para descartar algunos jinetes, y subía hasta la cima de un monte. En el centro había una gran roca de coral con una bandera que ondeaba con la corriente y un tablero gigante que anunciaría los puntajes. Gradas de grunio se hallaban en la parte más baja frente al punto de partida y meta, y las caballerizas podían verse a un costado de las columnas.

Se ubicaba en una ladera a las afueras casi llegando a la ciudad vecina, junto a un jardín ornamental de corales blandos y plumas de mar del tamaño de ballenas jorobadas. La multitud alrededor correspondía a la clase alta de todas las provincias que habían sido invitadas para el gran evento... O más para ver a la gran princesa.

Bohu por su lado estaba temporalmente loca con el trabajo hecho en las columnas que prestó poca atención a la calle de honor que hicieron para ellos. Y claro, cualquiera en su lugar estaría así si le presentaban unos capiteles moldeados con doncellas montadas sobre hipocampos yendo a la guerra armadas con jabalinas de cristal. Los velos que cubrían sus cuerpos bajaban majestuosamente por el fuste como serpientes y reposaban en la basa, dándole la bienvenida a los visitantes. La expresión de fiereza e imponencia se sentía tan real que hacían del artista un genio.

Nada más entrar al hipódromo fueron llamados a las caballerizas. Atlas le había dicho a Bohu que había arreglado todo para que la capitana Liama compitiera en su lugar sin levantar ninguna sospecha. Sin embargo, quería que Bohu conociese al hipocampo que nadaría en su nombre. Así lo hicieron, con la dama real y un séquito de guardias Karurá a sus espaldas siendo liderados por un muy silencioso Naláw.

Dentro de un semi cubo, construído con rocas coralinas, descansaba un pálido semental sobre un lecho de quelpos gigantes. En cuanto se acercaron el animal levantó la cabeza para verlos mejor. Era el primero de una fila de cinco cubos más.

—¡Prisia, mi valiente! ¿Cómo has estado? —lo saludó Atlas estirando las manos de manera impaciente y el enorme hipocampo se desplazó hasta él para dejarse acariciar las mejillas.

Era tres veces el tamaño de Atlas. Lucía contento, hasta que su ojo derecho se fijó en Bohu. Furiosas burbujas brotaron entre sus colmillos obligándola a esconderse detrás de Atlas.

—¡Eh, tranquilo! Es amiga nuestra. Su nombre es Bohunissa y es la gran princesa, ¿a que no es preciosa?

El animal la miró con indiferencia y pareció entender sus palabras porque resopló como quien dice: «He visto cosas mejores, pero son tus gustos». Atlas en cambio sonrió encantado pegando su frente a la de Prisia. Ambos cerraron los ojos con tanta calma que por poco les faltó una canción de cuna para dormirse. Bohu no entendía qué pasaba, miraba a todas partes, de pronto sintiendo que espiaba un reencuentro familiar.

El reino en lo profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora