Octavo capítulo

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Bendición kajawa

Regresaron a las habitaciones de Bohu donde las mismas sirvientas de antes habían dispuesto, sobre un sofá en la sala, tres rectángulos de una tela suave y ondeante, cada uno era de un tono coral diferente

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Regresaron a las habitaciones de Bohu donde las mismas sirvientas de antes habían dispuesto, sobre un sofá en la sala, tres rectángulos de una tela suave y ondeante, cada uno era de un tono coral diferente. Bohu dejó que ellas escogieran todo, no le interesaba en absoluto lo referente a su boda forzada y menos después del encontronazo con Naláw.

—La crema blanca es para exfoliar la piel y la roja las escamas —le dijo Moluz cuando Bohu preguntó para qué servían los tarros que tenía en el cuarto de baño.

Al entrar se restregó con ellas creando una espuma que se disolvía con rapidez y dejaba un olor fragante; se sintió más limpia que nunca.

Pero eso no fue lo inusual. Resulta que sí tenía una marca roja sobre el estómago, era una media luna invertida con puntos dentro y tres rayas que se alargaban hasta su ombligo. No sabía cómo había terminado eso ahí, pero tenía que ser cosa de Atlas. Sin darle mayor importancia se rodeó el pecho con la tela de la manera que Moluz le había indicado sujetando todo con un broche de oro en su hombro izquierdo, dejando que el sobrante flotara en su espalda y salió para que la peinaran.

Le trenzaron el cabello con cintas blancas y colocaron una tiara de perlas doradas sobre su frente. Una túnica transparente terminó sobre sus hombros y cambiaron el vendaje al final de su tafra, ese que Atlas había hecho con su vestido, por una faja lavanda, alrededor de ella acomodaron una hermosa ajorca dorada que llamaban haule, lo que significaba: «Guardar un tesoro», según le habían dicho.

Horas más tarde la llevaron a uno de los salones privados del palacio, ahí ya se encontraba Atlas con una túnica totalmente bordada con hilos escarlata y debajo de esta se alcanzaba a apreciar una pechera dorada, en lugar de una corona o algo semejante, ostentaba un accesorio peculiar en el rostro, una varilla muy delgada dorada que se amoldaba al tabique de su nariz curvándose hacia sus astas donde colgaban dos perlas que vacilaban con sus movimientos, esta vez su naranjado cabello estaba totalmente libre de cualquier trenza y sólo ondeaba con calma alrededor de su cara. Junto a él estaba un celaeo bastante mayor en una larga túnica negra de cuello alto, sobre la que llevaba un enorme medallón brillante que lucía muy pesado, y tal vez su postura encorvada era gracias a este.

El reino en lo profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora