Desafío. Pierina_ML_183

29 6 2
                                    

NIÑO.

Mi familia está rota, siempre lo ha estado. Siempre que hay visitas fingimos ser la familia perfecta pero cuando ellos se van la tortura comienza otra vez. Cada día se escuchan los agonizantes gritos de mi mamá, diciendo ¡Cállense! O ¡No es cierto! ¡Ya basta! Su dolor es tanto que yace en el suelo estremeciéndose de dolor, llorando a más no poder. Nadie la lastima, nadie la daña de ninguna manera, pero ella dice que la dejen en paz, que no lo soporta. Nunca entendí qué era lo que pasaba en la mente de mi mamá, su propia mente la tortura pues dudo que la realidad lo haga. Ayudarla es en vano, si te acercas a ella es capaz de sacar uno de sus cuchillos de colección y ponerlos tan cerca de tu cuello que logras sentir la punzada y llegas a pensar que te saldrá sangre, lo sé porque me ha hecho eso varias veces. Mi padre es la mayor víctima de mi mamá, él debe asegurarse que ella no lastime a nadie y debe encararla más a menudo. Mi mamá lo golpea y en más de una ocasión le ha cortado ciertas partes del rostro y del brazo, cualquiera en su lugar golpearía a mi mamá para defenderse, pero él nunca le ha hecho daño, por más que ella no pare de hacerlo.

Cada vez que le decimos a mamá que necesita ayuda de un especialista, ni cuando está más cuerda que nunca acepta, dice que ella no está loca, que no lo necesita. Ya no sabemos que hacer. Igual mi padre, cada vez que le decimos que a lo mejor se divorcia de mamá para que ya no tenga que sufrir por ella, siempre dice lo mismo:

—Sé que necesita ayuda profesional pero, pero ella no quiere y si no quiere pues nunca va a curarse —repetía siempre lo mismo mi padre, y siempre entre lágrimas—. Ella me necesita, Andrea me necesita y aunque así no fuera yo no podría dejarla, porque yo moriría sin ella. La amo, a pesar de todo la amo con todo mi ser.

Amar, el amor. Si es el maldito amor que hace infeliz a mi padre pues ojalá yo nunca sienta amor. Mi papá debería dejarla en el hospital aunque sea en contra su voluntad e irnos los tres, por el bien de nuestra familia, pero ese maldito amor.

—Eso no es amor —recuerdo las palabras de mi hermano mayor, Adriel, siempre que veo demasiado tiempo la penosa situación de mis papás—. El amor es desearle el bien a la otra persona, lo que nuestros padres tienen es obsesión pues prefieren seguir como están a separarse uno del otro, otra razón por la cual mamá se rehúsa de ser hospitalizada es porque no quiere alejarse de papá. —Me tapaba los ojos con su mano siempre luego de esas palabras—. No debes ver mucho estas escenas, no son buenas para ti y tu desarrollo psicológico, déjalos a ellos destruirse entre sí, tú debes preocuparte por ti. Todo está bien, no escuches nada, solo vive tu vida y busca la felicidad. Ven y vamos a mi cuarto. te acompaño al tuyo o salgamos un rato al parque, no es bueno seguir aquí.

—Está bien —respondía.

Con una imagen maternal y paternal débiles y deficientes, la imagen de mi hermano mayor lo era todo para mí. Adriel es como mi mejor amigo, mi soporte, mi compañero, mi todo. Claro que yo tengo varios amigos en la escuela pero en nadie confiaría tanto como en mi hermano. Él se encarga de mostrarme lo bello que es el mundo y no solo en nuestra triste situación, que solo importa en cómo yo dirija mi vida y no cómo la dirigen mis padres.

Él tiene un amigo que vive al costado de nosotros, Adriel a veces va a su casa o su amigo va a la nuestra, Arturo se llama. Si no veo a mis padres pelear como siempre, veo a través de la ventana de mi habitación a la casa de Arturo. ¡Dios mío! Su familia es tan diferente a la mía, los padres de Arturo se abrazan y se besan casi siempre, ellos a veces pelean pero siempre resuelven sus problemas. Arturo tiene una hermana, Rafaela, y se llevan de maravilla —no tanto como Adriel y yo—. El ambiente de esa casa siempre es agradable y acompañado de risas y alegrías. ¿Cómo podía ser tan diferente a la nuestra?

Mi única alegría era la alegría de mi hermano Adriel, si él sonreía incluso en los peores momentos es porque todo está bien. Cuando mi madre quiere hablar conmigo, la sonrisa de mi hermano me dice que no me pasará nada y así es. Si soy honesto, siempre he creído que mi mamá tiene preferencia de mí entre mi hermano y yo, seguro porque cuando sea grande yo tendré el mismo mal que ella, se compadece de mí.
Pero fue realmente desastroso para mí cuando mi hermano dejó de sonreír. Lo veía llorando en su habitación con cuchilla en mano.

—¿Qué sucede? —pregunto un día de esos.

—Nada, pequeño, nada. —Tenía la osadía de decirlo entre lágrimas, y se las limpiaba apenas salían aunque su rostro permanecía encharcado.
No tardé mucho en darme cuenta el porqué. La relación entre Arturo y Adriel cambió negativamente demasiado de un día para otro, cada vez que se miraban cuando llegaban a casa luego del colegio mostraban desprecio y odio, hasta incluso miedo, eso último por parte de mi hermano solamente porque en Arturo solo era desprecio y odio.

Yo no podría decir cómo pasó ni nada, mi hermano se empeña en decirme que todo está bien cuando ni él mismo se lo cree. Sin su sonrisa tan cálida y sincera nada está bien. La felicidad dependía de alguien y ese era Arturo quien también es nuestro primo —por parte de mamá, su padre y el nuestro son medios hermanos—, ¿tanto dolería una amistad rota? Su relación de amigos siempre fue muy inusual, yo los veo juntos desde que tengo memoria. No podría siquiera en la posibilidad de que sea algo más fuerte, no, simplemente no.

Pasaron los meses y aquello que yo juraba que era imposible, se hizo. Ellos tenían una amistad muy romántica, una vez los vi rozar sus labios. La verdad es que yo no podría estar más confundido, los adolescentes son demasiado inestables, ni Adriel se salva de esa regla.

Cuando se enteró mi madre de su anormal relación, hizo lo que sea para separarlos. Si de repente yo sueno algo homofóbico o como se diga, pues mi madre lo sería todavía más. Adriel me confesó que mamá lo ligó a una silla con tal de que no salga junto a Arturo, y hasta le exigía que volviera con su exnovia Romina —a mí ella también me caía muy bien—.

Gracias a Arturo, mi hermano pronto se libró de las frías paredes de nuestro hogar, por más que viniera a visitarme me dejó solo con mis padres. Él ya no me quiere, ya no es mi hermano.

Relatos de ArtistasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora