Dos semanas. Gaby_Gail

71 2 0
                                    


—No entiendo tu objeción, Rafael. Ustedes solían ser tan unidos de pequeños.

—Mi departamento es pequeño, mi gato es arisco. ¿Qué quieres que te diga mamá? —protestaba él con el tono más educado que la rabieta se lo permitía—. Además no es como si me hubieran dado mucha oportunidad de negarme, y en mi defensa, yo pensaba que ella iba a venir sola.

—Son solo dos semanas, Rafael. María se mostraba más entusiasmada con la idea de verte, que con la de conocer París. Hijo, son diez años que no os veis, yo esperaba más entusiasmo de tu parte, la verdad. Además ya te comprometiste, no te puedes echar para atrás justo ahora. ¡El avión debe estar por llegar! —En su madre sí se notaba la impaciencia—. ¡Apresúrate y ve a recogerlos! Y, por el amor de Dios, se gentil…

Su madre colgó sin darle lugar a seguir replicando. Rafael rodó los ojos y soltó un bufido. ¿Por qué se le habrá ocurrido estudiar arte en París? Si hubiera escogido un lugar menos atractivo, como el Ártico, seguro nadie iría a visitarlo. ¿Por cierto, había gente viviendo en el Ártico?  

Tomó las llaves de su motocicleta y se dispuso a salir. Según sus cuentas, María llevaba esperando por diez minutos y tendría que hacerlo por veinte minutos más.

Había mantenido un contacto intermitente con ella en esos diez años de no verse, contacto que él evitaba por largas temporadas. No es que no quisiera a su prima, de hecho, todo lo contrario.

Pensó que la encontraría molesta, pero no fue así. En cuanto lo vio, lo reconoció enseguida. Corrió a abrazarlo y a llenarlo de besos, en la frente, en las mejillas, y por último en la punta de la nariz, justo como lo hacía cuando eran pequeños. Rafael sonrió e intentaba torpemente corresponder al abrazo, al tiempo que sentía arder sus orejas y ese calor tan familiar en el pecho.

Todo eso le hizo revivir sentimientos que él creía dormidos, o mejor dicho, que se esforzaba por mantenerlos así. Cuando él tenía diez años y María quince, Rafael estaba profundamente enamorado de su prima; soñando con un futuro juntos, con cuatro gatos, dos perros, tres niños, una casa enorme y la primavera eterna.

Con pesar deshizo el abrazo, tomó sus manos y sonriendo le dijo:

—Estás hermosa. —Ella sonrió con amplitud y se podía ver la emoción en su mirada.

—Tú estás realmente guapo, pequeño. ¡Mírate que alto estás!, la pubertad hizo un excelente trabajo en ti —dijo, guiñándole un ojo y sonriendo coqueta. Su sonrisa seguía igual, ella seguía igual, tan hermosa, alegre y natural como siempre. Para su desgracia, todo lo que le gustaba de ella, seguía en ella. Y sus sentimientos seguían siendo cruelmente ignorados, todo seguía igual, con excepción de…—. Ahora ven, te presentaré a tu cuñado.

Rafael puso todo de sí para que su sonrisa no se difuminara. Ahí estaba, a unos pasos de él, el hombre que viviría sus sueños junto a María, el que tendría la casa enorme, los perros, los gatos, los niños. Lo odiaba sin poder evitarlo, aunque aquel sujeto le estuviera sonriendo con su sonrisa de comercial, aunque su amabilidad y simpatía se veían sinceras, simplemente no podía evitarlo. Lo odiaba. Es que por más que fuera (debía admitirlo), asquerosamente atractivo, en su perspectiva, no le llegaba ni a los talones a su prima.

“Ojala sea alérgico a los gatos —pensó son malicia—, y tenga trauma con los perros. Seguro los niños no le gustan y tiene tendencia a la calvicie. Lo más probable es que sea precoz y la tenga pequeña”. Esos pensamientos le ayudaron a que su sonrisa sea sincera al momento de estrechar la mano que el otro le ofrecía.

—Rafael, mucho gusto —se presentó, esperando que el odio no se le note en la mirada.

—Liam, es un placer. Te agradezco mucho que nos abrieras las puertas de tu hogar —respondió el otro, sonriendo encantadoramente. Si lo veía más de cerca, sus ojos eran de un horrible verde musgo y su sonrisa de comercial no era tan perfecta, y definitivamente tenía tendencia a la calvicie.

—Sí, en serio, muchas gracias pequeño, prometemos no molestarte mucho. ¡Tenía tantas ganas de verte! —le dijo rodeando su cintura en un abrazo y comenzando a caminar, ella en medio de los dos, mientras Liam arrastraba el carrito de donde estaban las maletas— ¿Te cuento un secreto? ¡Nos casaremos! No le vayas a decir a nadie...

—¡¿Qué?! ¿Por qué?

—Porque así es más romántico: escaparnos para casarnos…, bueno, casi. Además, ¿te imaginas una fiesta con toooda la familia? Ni hablar. Mi madre me volvería loca con cada detalle, las flores, el vestido… Definitivamente no es lo mío, prefiero llegar con la sorpresa que ya me casé, y mamá tendrá que conformarse con una cena “sencilla” de celebración. Si es que no se enoja mucho, claro.

»Yo pensé que me entenderías, siempre has sido de los míos; de los irreverentes. De toda la familia siempre has sido mi favorito —susurró la última frase directo en su oído. El cuerpo entero se le estremeció a Rafael, tanto que tuvo que sacudir las ideas antes de hablar.

—Claro, claro que te entiendo, es sólo que me tomaste por sorpresa… ¿Y tu familia, Liam, no se molestarán? —Su estúpido y futuro cuñado levantó los hombros en un gesto relajado.

—Mi vida, mi decisión. Siempre me enseñaron a respetar las diferentes formas de pensar, no veo porque ellos no respetarían la mia. Lo importante es que Maria sea feliz. —María soltó un gritillo de pura felicidad y se abalanzó sobre su novio para besarlo. Serían las dos semanas más largas de su vida.

Pero debía admitirlo, el idiota ‘precoz’ tenía razón, lo que importaba era la felicidad de María, y ella parecía estar muy feliz. Así que se obligó a sonreír.

—Felicidades... les deseo lo mejor —les dijo, ¿qué más les podía decir? Pero una sonrisa más sincera, y un poco sarcástica, apareció en su rostro cuando llegaron a la puerta de salida del aeropuerto— Hay un pequeño inconveniente, vine en motocicleta. Liam, tendrás que ir con las maletas en un taxi, no te preocupes, yo le daré las indicaciones exactas al chofer.

Así lo hizo, le dio las indicaciones con lujo de detalles al primer taxista que se les apareció, ayudó a subir las maletas, y le entregó las llaves a Liam, en caso de que algún inconveniente se presente, y alguno de ellos se retrase, de todas formas, Rafael tenía la llave de repuesto bien escondida.

Se despidieron de Liam, y le entregó uno de los cascos a María. Cuando ya la tenía bien sujeta a su cintura le dijo:

—Así que escaparte te parece romántico. ¿Qué te parece si nos escapamos un par de horas, o días? —Una risa sincera fue lo único que tuvo como respuesta. Eso bastó.

Por lo menos aprovecharía cada momento que  tuviera a solas con María.

Relatos de ArtistasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora