DIECINUEVE

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No podía soltar mi mirada sobre Thomas.

Cada facción de su rostro era simplemente perfecta. 

"Deja de hacer eso" Dijo sin quitar su mirada sobre el camino.

"¿Hacer qué?" Pregunté acomodándome en el asiento.

"Mirarme. Me pones nervioso" Yo sonreí.

"Gracias" Le dije jugando con un mechón de mi cabello.

"¿De qué?" Preguntó mientras estacionaba la camioneta afuera de mi casa.

"Por haberme recogido y ayudado a distraerme. Fue una linda tarde" Le dije mirándolo a sus ojos verdes.

"Hey, no fue nada. No hay nada que unos buenos helados  no puedan mejorar" 

"En serio, significa mucho para mi" Lo quería besar en ese mismo instante.

"Sarah, puedes contar conmigo siempre" Dijo con naturalidad.

Me angustiaba mucho el hecho de que me gustara Thomas. Parecía ser el chico perfecto, pero aún así, lo que sentía por él, no lograba ser igual a lo que sentía por August.

Tal vez era verdad, uno se enamora solo una vez en la vida. O tal vez, las siguientes veces nunca se compararán con el primer amor. 

Ugh. El primer amor...

"Gracias" Respondí, bajándome de la camioneta.

"¡Hey! ¿No te vas a despedir?" Yo reí y me di la vuelta hasta llegar a su puerta del auto.

La abrí y el me miró extrañado.

"¿Qué haces?" Preguntó divertido.

"Despedirme" Y sin más, me senté en su regazo y lo besé.

Sabía que el no se lo esperaba y eso me gustó. Sentí como sus manos se apoyaban en mi cadera y me presionaban contra el. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me obligó a apartarme.

"¿Estás bien?" Preguntó frunciendo el ceño.

"Sí, creo que deberías irte" No comprendí que me sucedió pero una parte de mi no quería seguir con Thomas. Me bajé de su regazo, cerrando la puerta del vehículo.

El bajó la ventanilla y esbozó una sonrisa.

"Adios pequeña" Puse los ojos en blanco y caminé hacia la puerta principal de mi casa. 

No sabía por qué demonios había reaccionado así. Pero no me gustó para nada esa sensación.

La puerta se abrió de golpe y me encontré con mi madre, quien no parecía estar muy feliz.

"Tenemos que hablar" Dijo duramente. 

Tenía miedo. Sabía que había arruinado todo y me desesperaba el hecho de no saber qué iba suceder.

Entré a la casa y me encontré con mi padre sentando en una silla.

"¿Papá?" Dije extrañada. El tampoco llevaba una sonrisa en su cara.

"Sarah Marie White, estás en serios problemas" Dijo mi madre quedándose de brazos cruzados.

Sabía que la había decepcionado.

"No puedo creer que nuestra hija sea una drogadicta, y que tú Ana, no te hayas dado cuenta" Dijo mi padre enfadado.

"¿Perdón? ¡Nuestra hija no es una drogadicta! En ningún momento ha entrado a esta casa con olor a marihuana" Odiaba verlos discutir, me recordaba a mi niñez.

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