Capítulo doce.

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RIVER.

El tic tac del reloj antiguo en la mesita de luz comenzaba a irritarme. Giré de costado y miré el reloj. Mierda. Solo eran las 7:30. Tenía toda la noche en una casa vacía. June y su niño habían ido a la casa del rancho al otro lado del prado, dejándome sola y aburrida.
Debera estar feliz con esto, me dije.
La tranquilidad debería gustarme. Era algo que no solía tener mucho. Por muchísimo tiempo, la había anhelado rodeada del ruido de Hollywood y toda la locura de mi vida. Sin embargo, ahora, atrapada en esta casa, sola con mis recuerdos, era ciertamente sofocante. Así son las cosas cuando escapas del pasado, cuando te detienes, aunque sea solo un momento para recuperar el aire, estás más vulnerable. Entonces el pasado asoma su fea cabeza y te hace saber que eres tonto por pensar que escaparás de él. En cambio, siempre te mantiene atado.

***

Sal del auto. El conductor de la limusina desvi la mirada, volviendo rpidamente a su cargo y a huir a toda velocidad, dejndome entrar sola al vestbulo del edificio.
El portero me sostuvo del codo cuando me tropec al cruzar la puerta.
―Srta. Andrews, ¿est bien?
Negu con la cabeza, murmur una respuesta apenas coherente.
―Estoy bien.
No estaba bien. Tena quince aos, regresaba de la casa de mi coprotagonista de veinticuatro aos a las cuatro de la maana, apenas poda caminar.
El portero le hizo un gesto a uno de los botones para llevarme hasta mi apartamento. Se qued en silencio, mirando al frente durante el viaje en ascensor. Manteniendo un aire de profesionalidad.
Pero saba que en realidad quera sacarme una foto, venderla a los tabloides.
En la puerta de nuestro apartamento (mi apartamento, el que yo pagu, donde albergaba a mis hermanas y a la excusa de mierda de madre que tena) hizo una pausa.
―¿Est tu madre en casa? ―pregunt, girando el picaporte.
Me re, pero no haba alegra en esa risa.
―¿Quin mierda sabe?
Entonces me inclin y vomit en la urna decorativa cerca de la puerta. En algn momento, mi madre abri la puerta y ech al botones, amenazndolo con despedirlo si le deca a alguien lo que vio.
Ella me mir, recorri con su mirada la totalidad de mi cuerpo, detenindose en mi camisa rota, mi maquillaje corrido y mi cabello despeinado. Estrech sus ojos.
―¿Qu demonios te ha pasado?
―Estaba con Jason. ―La empuj para caminar por el pasillo, quitndome los tacones. Slo quera ir a la cama. Vomitara de nuevo, lo saba. Y me derrumbara. No quera hacerlo delante de ella. No quera darle la satisfaccin de verme llorar.
Pero me sigui hasta mi dormitorio, sus acusaciones disfrazadas de preguntas sonando en el aire.
―¿Masterson? ¿Tu coprotagonista?
―¿Hay algn otro? ―No lo haba. Era el nico. Esa pelcula sera mi gran oportunidad. Era uno de esos papeles que tomabas, que te emocionaban, ya que, incluso siendo una adolescente, entiendes el significado de lo que ests a punto de hacer. Lo que haba hecho hasta entonces no haba sido nada.
Esta era la ocasin, mi gran oportunidad. Jason Masterson era el hombre del momento. Era atractivo, no slo fsicamente sino en la industria. Y yo haba conseguido este papel, a pesar de mi edad y el hecho de que, incluso un par de aos despus de ser descubierta, bsicamente todava era una actriz nueva.
As que cuando mi coprotagonista me pidi ir a una fiesta en su casa, rechazarlo hubiese sido un gran error.
Incluso cuando result que la nica persona a la que haba invitado a nuestra pequea fiesta era yo. Y despus de tomar un par de cervezas para hacer ms digerible el momento, despus de fumar un poco de marihuana, me haba dado algo ms. Dijo que era xtasis. Nunca haba tomado xtasis, pero saba que era importante ser amable con Jason. Y yo quera pertenecer. l perteneca aqu en Hollywood, y yo era la chica nueva en el barrio.
No quera volver a vivir en ese parque de caravanas. As que tom lo que me ofreci.
No era xtasis.
―¿Qu diablos hiciste? ―me pregunt mi madre.
Me di la vuelta.
―¿Qu hice? ―Prcticamente le escup las palabra―. Fui a la casa de Jason, mam. ¿Qu demonios crees que hice?
Se dio la vuelta, caminando hacia la sala de estar.
―Hueles como la mierda ―dijo. La vi encender un cigarrillo y soplar el humo a travs de la habitacin, y sent que mi rostro arda, que mi sangre herva. Caminando hacia ella, se lo quit de los dedos y lo apagu en un costado de su nuevo bolso Chanel.
El que yo haba pagado.
―Te lo sigo repitiendo ―le dije―. Deja de fumar en el apartamento, ¡joder! No me importa si te matas, pero, ¿Brenna? No necesita ser fumadora pasiva.
Me mir, con los ojos llenos de odio.
Pens que me abofeteara por arruinar su bolso, pero no lo hizo.
Uno de mis primeros recuerdos era el rostro de mi madre, a solo centmetros del convirtindose en una mscara de rabia. Recuerdo pensar, incluso entonces, que me odiaba.
Ahora que yo era mayor, saba que era verdad. Nos odiaba a Brenna y m. Nunca debió ser madre.
―Espero que hayas hecho que su tiempo valiera la pena ―dijo―. Aunque no s por qu un hombre tan atractivo se interesara en alguien como t. Es el prximo Brad Pitt. Y t eres River Gilstead, recurdalo, puede que tengas un nuevo apellido, pero siempre sers una Gilstead. Te abriras de piernas para cualquier tipo que te lo pidiera.
―¿Qu haya hecho que su tiempo valiera la pena? ―dije, el calor en mi rostro era casi insoportable―. Me dio algo y me foll cuando me desmay. Me despert sin el pantaln, estaba en el suelo de su sala de estar. Luego hizo que su conductor me trajera a casa. As que si a eso es a lo que te refieres con hacer valer la pena su tiempo, entonces supongo que s.
Me mir fijamente, en silencio, y por un momento casi esper que expresara algo de cario por m, que me abrazara contra su pecho, que me hablara como lo hara una madre, que me dijera que todo iba a estar bien. Ella sabra qu hacer. Me sacara de esto, lejos de la presin implacable y de las responsabilidades abrumadoras. Lejos de los hombres que me miraban como si fuera un adulto.
Entonces me agarr la mueca, acerc su rostro al mo, y me mir de la misma manera que me haba mirado cuando era una nia. Con una mezcla de desprecio y envidia.
―No nos arruinars ―dijo entre dientes―. ¿Me escuchas, River Gilstead? Ser mejor que no tengas ninguna idea brillante de qu hacer al respecto.
Solt mi brazo de su agarre.
―¿Arruinarnos? ―le pregunt―. Querrs decir arruinarte. No hay un nosotros. Nunca lo hubo.
Dio un paso atrs, me mir de arriba abajo.
―Para m ests borracha ―dijo, su mirada significativa―. No pas nada esta noche. ¿Me oyes? Nada. Ve a tu habitacin y durmete, luego despirtate el lunes, ve al set y haz tu maldito trabajo.
No saba qu esperaba. ¿De verdad haba sido tan ingenua como para pensar que reaccionara como lo hara una madre normal? ¿Que me habra consolado?
―No te preocupes ―le dije―. Tu cheque est asegurado.
Regres a mi habitacin e hice exactamente lo que dijo. Cerr la boca, de la forma que siempre lo haba hecho antes.
Y el lunes por la maana, volv a trabajar con mi coprotagonista. Lo mir a los ojos todos los das durante el siguiente mes, tragando el sentimiento de repulsin ante su vista y jugando el papel que estaba destinada a jugar.
Era el papel que me hara una estrella.
Y estuvo manchado por siempre despus de esa noche. Todo lo que vendra despus e teido de un gris sucio.
Yo era una gran estrella. Pero no era diferente de antes. Nunca lo sera.
Por dentro, siempre sera River Gilstead, la chica con los sucios pies descalzos y la nariz moqueando, todava dando vueltas fuera del remolque, esperando que alguien la rescatara del infierno.

***

Mis manos temblaban mientras deshacía el cierre del estuche de cuero, abriéndolo y mirando los implementos en su interior. Mi corazón se aceleró, y sentí ese tipo de nerviosismo que no había sentido en mucho tiempo, la sensación de estar abrumada mezclada con un sentimiento de anticipación. Mi aliento se atrapó en mi garganta, mi pecho subía y bajaba rápidamente mientras trataba de calmar la respiración, de calmar mis pensamientos. Ellos se arremolinaban alrededor de mí, cada vez más rápido y sentía como si me hundiera.
No podía respirar.
No podía respirar y no podía soportar los recuerdos de mi pasado.
Había llegado lejos, pero no lo suficiente. No lo suficiente como para que me alejara de esa niña que fui alguna vez.
Algunas cosas nunca cambian. Eso era cierto en este caso.
Me pinché con el frío acero de la hoja entre los dedos, y casi de inmediato empecé a sentir mi ritmo cardíaco ralentizarse. Necesitaba esto. Era lo único que podía hacer para soportar el dolor.
Encontré un lugar en la cara interna de mi muslo, entre las líneas tenues que cruzaban mi carne, las líneas que sirven como marcadores, una línea de tiempo de mi vida, de todas las cosas malas que me habían sucedido. Eran débiles ahora, apenas visibles a simple vista y solo si sabías qué era lo que estabas buscando, su decoloración era el resultado del trabajo de un cirujano plástico especializado en desvanecer cicatrices. Pero todavía podía pasar los dedos sobre el lugar en que estuvieron una vez, el lugar en donde las líneas apenas existían, y recordar cada cicatriz.
Algunas personas inmortalizaban las cosas buenas de la vida, las cosas que querían recordar, la forma en que querían vivir sus vidas. Yo inmortalizaba las cosas que no podía olvidar.
Pasé la hoja a través de mi carne, sintiéndome extrañamente distante de todo el asunto, como si esto le ocurriera a otra persona. La aguda punzada de dolor amenazó con traerme de vuelta al presente, me prometió regresarme al presente, pero apenas.
Vi que la sangre de color rojo oscuro brotaba a lo largo del corte, pequeñas gotitas que se aferraban a él. Me senté allí, mi mente se centró de pronto en el dolor, la sensación de escozor con la que contaba para distraerme de todo lo demás.
La gente piensa que cortarse implica disfrutar el dolor. Viper pensó que me hacía masoquista, alguien a quien le gusta ser herido, no solo físicamente, sino emocionalmente. Le gustaba hacerme daño, se excitaba así. Creo que por eso eligió a mi hermana.
Pero cortarse no se trataba de eso, por lo menos no para mí. Para mí, se trataba de los recuerdos, de distanciarme del pasado y centrarme en el presente.
A veces, la única manera en que podía hacerlo, la única manera en que podía salir del pasado, de ser derribada, atraída y ahogada por la intensidad era salir de él sintiendo dolor en el presente.
Me engañé, pensando que podría dejar de hacer esto. Así era yo. No podía cambiarlo. De todos modos, había progresado, ya no era la adolescente que intentó tener una sobredosis a los dieciséis años. Por lo menos, no era suicida, aunque no estaba muy segura de para qué vivía.
Pero tan rápido como me había sentido abrumada, la sensación se disipó, y la calma se apoderó de mí, una ola de quietud y paz.

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