Capítulo dieciocho.

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ELIAS.

—¿Mamá? —llamé.
Me quedé en la puerta por un momento, sin querer entrar siquiera, casi como si al quedarme aquí, no sería aspirado a cualquier drama que estaba pasando. Por mucho que hubiese venido a casa porque estaba perdido, sabía que no quería establecerme aquí permanentemente. No quería estar al cuidado de ella para siempre.
Sonaba insensible, sabía que así era. Honra a tus padres y todo eso. Y mi madre no era mala, no de la forma en que lo era mi padre. No era más que... incapaz. Nunca había sido fuerte. Era una de las razones por las que volví aquí, para asegurarme de que estaba bien.
Simplemente no quería quedarme atrapado aquí en West Bend. No quería acabar como ella.
Hizo un gesto para que entrase, un cigarrillo encendido colgando del extremo de sus dedos.
—Estaba pensando en conseguir uno de esos con boquilla, ¿sabes? —preguntó, señalando el final sin luz del humo—. La forma en que las actrices solían tenerlos, en aquellos días. Se ve con clase. Evita que tus dedos se pongan amarillentos.
Exhalé en voz alta.
—Tal vez deberías dejar de fumar, mamá —le aconsejé—. No es bueno para tu salud, ya sabes. Cáncer y todo eso.
Miró detrás de mí, a la televisión, en silencio, pero siguiendo una telenovela.
—Tu padre, también, solía quejarse de eso todo el tiempo —comentó.
—Esa era la única maldita cosa en la vida en la que estábamos de acuerdo —afirmé.
Salvo que al idiota no le importa una mierda si su salud era buena o no. Joder, no le importa una mierda si vivía o moría. Solo se preocupaba por no tener que comprar los cigarrillos de mi madre.
Cuando éramos niños, solíamos recoger monedas sueltas para ella, o pedirle a la gente unos centavos, así podía conseguirlos cuando mi padre se negaba. Entre los dos, su bebida y sus cigarros, era una maravilla que mis hermanos y yo comiésemos.
—Tu padre los odiaba —explicó—. Se preocupaba por mí.
No me molesté en corregirla.
—Mamá —empecé, luego me puse de pie en su línea de visión para bloquear la vista de la televisión—. Tengo que hablar contigo acerca de algo.
—Sí, cariño —contestó. Ladeó la cabeza, así logró esquivarme y poder ver su telenovela—. Más tarde, sin embargo, ¿de acuerdo? Esto es la repetición de uno de mis favoritos. El hermano de este hombre murió en un accidente de paracaidismo trágico, ¿ves? Solo que no está realmente muerto. Está de vuelta y está durmiendo con la esposa de ese tipo.
—No —concluí, caminando hacia la televisión y apagándola.
—¿Por qué hiciste eso? —Sonaba indignada, pero chupó el extremo de su cigarrillo casualmente.
—Debido a que esto es importante —respondí—. En la ciudad, alguien dijo algo sobre la propiedad, sobre tú al cuidado de la propiedad. ¿Qué está pasando?
Me despidió con un gesto desdeñoso.
—Es ese desarrollador—explicó—. Quiere comprar nuestra propiedad.
—¿Hacen una oferta por ello? —pregunté—. ¿Es un precio justo?
Se dio la vuelta y caminó por la habitación, la bata ondeando a su paso.
—No quiero pensar en ello —decidió—. Simplemente, no puede hacer frente a la documentación y todo eso después de lo ocurrido con tu padre.
Sentí una oleada de ira contra ella. La negación de mi madre a nada malo en la vida nos había mantenido con mi padre. Vivía en este lugar mental donde mi padre no era un imbécil, donde no llegaba a casa borracho los viernes por la noche después de malgastar el poco dinero que teníamos, con el cinturón en mano, buscando a alguien para castigar. Y ahora, después de muerto, actuando como si tuviese que llorarle, era una locura. Debería estar aliviada que se hubiese ido.
—Hay que pensar en ello, mamá —aconsejé—. Si están ofreciendo un precio justo, es necesario tenerlo en cuenta.
Comenzó a hurgar en los armarios, sacando un tazón y utensilios.
—Tengo plátanos —comentó—. Voy a hacer el pan con plátano que les gustaba de niños. ¿Sabes que Silas vino ayer?
—¿Sí?
Estaba de espaldas hacia mí, mientras tomaba un cartón de huevos de la nevera.
—Haciendo preguntas sobre estas cosas —contestó—. Sobre el accidente con tu padre, cómo murió. Ustedes chicos, saben que me provoca más estrés del que puedo hacer frente y luego tendré dolores de cabeza.
—Está bien, mamá —aseguré. Hice una nota mental para preguntarle a Silas al respecto.
Quizás nunca fue una gran madre, pero no merecía consumirse en esta maldita casa, no si un gran desarrollador le estaba ofreciendo algo por ella.
―Entonces, ¿hablaste con Silas? —preguntó.
—Sí, he hablado con él.
—No me gusta que ustedes dos peleen —admitió—. Son gemelos. Deberían ser cercanos. Todos ustedes deberían... También, Luke y Killian.
Tal vez si hubiramos tenido una infancia normal, todos habramos sido cercanos. Eso es lo que quería decir, pero no lo hice. En su lugar, le dije:
—¿Has hablado con Luke y Killian?
Se dio la vuelta, con la espalda contra el mostrador, su tono defensivo.
—Luke viene a la ciudad de vez en cuando —alegó—. Los bomberos forestales viajan mucho, ¿sabes? Le gustaría estar más por aquí, pero no puede. Sin embargo, me envía postales.
Estaba seguro de que el trabajo de Luke no era lo único que lo mantenía alejado de West Bend.
—Y Killian —continuó—. También está de viaje. Fuera, en las plataformas petrolíferas. No sé mucho de él, cada pocos meses o así. Por supuesto, es porque está fuera de contacto durante largos periodos de tiempo. Pero dice que le gusta.
—Mira, mamá —comenté—. Quiero que estés bien, que tengas dinero. Estudia lo que te estén ofreciendo.
Se volvió hacia el mostrador, me despidió con un gesto con la mano.
—Más tarde, Elias —pidió—. No en este momento. Ya siento que me va a empezar un dolor de cabeza.
Suspiré. No llegaría a ningún lado con ella, no con este tema. Tendría que ver lo que Silas tuvo que decir al respecto. Si es algo.
—Una cosa más, mamá —dije—. Me encontré con Jed Easton en la ciudad hoy. Se detuvo a medio movimiento, la cuchara de mezcla en la mano, pero no se giró.
—¿De veras?
—Me dijo que debería darte los saludos de su padre —aclaré—. ¿De qué demonios estaba hablando?
Se quedó en silencio, quieta por un momento.
—No tengo idea —respondió, con voz tensa.
—¿No tienes ni idea de por qué el padre de Jed, el alcalde de la ciudad, te manda saludos? —Cuestioné—. ¿No sabes qué diablos quiere contigo?
Negó.
—Hay que mantenerse al margen de los asuntos que no te conciernen, Elias —advirtió, con voz sombría.
Era la primera vez que había oído hablar a mi madre directamente acerca de algo así en mi vida. No era su forma.
Ahora me interesaba.
También sabía cuándo dejar las cosas en paz. Así que no iba a empujarla. Entonces, me volvió a sorprender.
—Creo que deberías irte ahora —exigió.

ELIAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora