Capítulo diecinueve.

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ELIAS.

—¿Vas a decirme a dónde vamos? ―preguntó River.
―No ―dije―. Lo verás en un minuto. ―Más adelante estaba el desvío, esta pequeña hendidura en el lado de la carretera donde sólo caben dos autos en un momento dado. Sólo nos hallábamos nosotros, dado el hecho de que era temprano en la noche. Nadie más estaría aquí esta tarde.
Había venido aquí más temprano hoy.
Apagué el motor y River me miró con recelo, saliendo del auto. Cuando abrí el maletero, se rió nerviosamente.
―Supongo que no me lo dirías si tuvieras un baúl lleno de lona y cinta adhesiva y esas cosas, ¿verdad? ―preguntó.
―Estacionarme aquí me hace parecer un asesino en serie, ¿no? ―dije.
―Esa no fue realmente una respuesta.
―Sí ―dije―. Mi maldita pierna mala y yo somos un buen equipo asesino. ―En mi cabeza, sonaba como una broma, pero salió más amargo de lo que pretendía.
River me miró entrecerrando los ojos.
―¿La gente siente lástima por ti cuando hablas así? ―preguntó―. A mí me parece que te las arreglas muy bien con tu pierna mala. ―Me daba la espalda mientras miraba alrededor. La vi inhalar profundamente, sus hombros subiendo y bajando―. Además, ¿no fue Ted Bundy quien mantenía una palanca en el yeso de su brazo? Atraía a sus víctimas con su lesión y su buena apariencia.
―¿Estás diciendo que soy guapo? ―Recogí una lámpara para la cabeza y se la entregué.
―Es de mal gusto pescar elogios que ya sabes que son verdad. ―Giró la lámpara entre sus manos.
―Póntela ―dije, deslizando la banda de la mía sobre mi cabeza.
―Sexy.
―¿Quieres perderte por el camino o qué?
―¿Estás llevándome a hacer senderismo? ―inquirió―. Como que pensaba en una cena, una copa de vino, pero de acuerdo.
―Bueno, no puedo exactamente deshacerme de un cuerpo en un restaurante, ¿no es así? ―pregunté―. Tiene que ser el bosque.
River entrecerró los ojos y me fulminó con la mirada.
―Muy gracioso.
Agarré la cesta de picnic del maletero.
―¿Eso es una cesta de picnic? ―cuestionó―. ¿Tienes una? No pareces exactamente de ese tipo de personas.
―¿Qué tipo es ese? ―pregunté.
―Una chica. ―Me sacó la lengua. Fue un gesto infantil, pero que de inmediato me hizo sonreír.
―Tal vez tengo una barra de hierro en la cesta ―comenté―. ¿Has pensado en eso?
―Es cierto ―dijo―. ¿Quieres que cargue algo?
―Nop. Todo lo demás está establecido.
Caminamos por el sendero de tierra y tomó mi mano un par de veces cuando patinó sobre los guijarros. No estaba seguro de si esto era algo que le gustaría o no. Alguien como ella, probablemente, no haca mierda como esta, pensé.
―Seguimos caminando ―habló―. ¿Todavía está bien para tu pierna?
Tenía su mano en la mía, de cuando ella patinó hace un minuto, y no la había dejado ir.
―Sí ―dije―. No soy un inválido.
―No pensé que lo fueras ―replicó―. Sólo me preguntaba si tenías una especial para ejercitarte y esas cosas.
―Oh ―dije. Cristo, me ponía nervioso cuando se trataba de ella. O tal vez, en general, no estaba seguro―. Sí. Tengo una para correr. Está en el maletero del auto, en realidad. ―Hice una pausa―. Con mi barra de hierro, ya sabes.
Se rió.
―Bueno, supongo que si alguien fuera a llevarme a una cita en el bosque, me alegro de que seas tú.
Cristo,  en  cuanto  pronunció  la  palabra  "llevarme",  me  puse  duro.  Dejé  la  cesta,  me  detuve y la atraje hacia mí, su espalda apoyada contra mí. Deslicé mis manos por sus brazos, fijándolos a los costados, y la sentí moverse contra mi dureza. La piel de gallina salpicaba sus brazos y el hecho de que respondiera a mí así, me volvía loco. Hizo un sonido, este cruce entre un gemido y un quejido, y, joder, me enloqueció.
Mi rostro estaba cerca de su cuello, e inhalé su aroma, absorbiéndolo. Volvió la cabeza hacia un lado y, cuando rocé su cuello con mis labios, sentí sus rodillas doblarse.
Al menos, podía estar seguro de que se encontraba igual de excitada por mí que yo por ella.
Pero me detuve.
―¿Por qué paras? ―preguntó, con la voz entrecortada.
―Vamos. ―Con mi mano en la parte baja de su espalda, la guie hacia delante―. Quiero mostrarte un lugar que hay alrededor de la curva.
―O podríamos quedarnos aquí por un rato. ―Presionó su culo contra mi dureza y gimió un poco. Era lo único que podía hacer para no rasgar su ropa allí mismo. Pero tenía otros planes para ella.
―Cierra la boca y sigue caminando ―dije.
River rió.
―Ya veo ―comentó―. ¿Así que estamos jugando al secuestrador, entonces?
―Depende ―dije―. ¿Te gustan ese tipo de cosas? ―Asentí hacia el claro, a la vuelta de la curva en el camino. Era un lugar lejos del sendero, cerca de un pequeño arroyo burbujeante, los álamos proporcionando un dosel sobre el claro. Incluso cubierto por las ramas entrecruzadas y las hojas, aún se podía ver el cielo de la noche y las estrellas empezando a iluminar el cielo.
La espalda del River estaba hacia mí mientras miraba alrededor.
―¿Hiciste todo esto por mí?
―Me imaginé que no querrías ir a algún lugar público ―expliqué. Adems, quera mostrarte que no soy un completo idiota.
Me quedé a unos pocos metros de distancia detrás de ella. Todavía no se había dado la vuelta. Probablemente  era  demasiado...  probablemente  pensó  que  era  un  fan  acosador,  ejerciendo demasiada presión. Los chicos seguramente hacían este tipo de mierda todo el tiempo.
Yo no, sin embargo. Nunca había hecho algo como esto antes. Era la primera vez para mí.
Había venido esta tarde y extendido la manta, dejé algunas linternas a pilas alrededor del claro para obtener más luz. Incluso encontré esta secuencia de luces vieja y la colgué de los árboles. Las luces lo cubrían todo con su suave resplandor, apagué mi faro, lo coloqué en el suelo y, luego, comencé a desempacar la cesta.
Serví vino en copas, pero me quedé allí, con las copas en la mano. Ella todavía no había dicho nada. Mierda, ni siquiera se había dado la vuelta. Tomé un sorbo de vino.
―Nunca nadie ha hecho nada como esto para mí ―dijo.
Mierda. Sabía que era demasiado. Ella iba a pensar que yo era una especie de fan acosador obsesivo o alguna mierda.
Entonces, se dio la vuelta, con la mano sobre su boca.
―No sé qué decir, Elias.

ELIAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora