Capítulo catorce.

33 2 0
                                    

RIVER.

Eran las once, pero todavía no estaba dormida. Después de lo ocurrido antes ―después de que me había cortado a mí misma― debí haberme desmayado,  llegar a la colisión después del pico de adrenalina, la colisión que por lo general arreglaba las cosas, me daba alivio.
Sólo que esta vez, estaba acostada en la cama, mirando al techo en la oscuridad. No había ningún pico de adrenalina, ninguna colisión. Solo era yo y mis pensamientos.
Cuando una luz blanca brilló a través de la ventana, no presté atención. Hasta que pasó un minuto más tarde, y luego una tercera vez.
Con el corazón acelerado, me deslicé de la cama y me puse de pie junto a la ventana, tratando de ver sin poner toda mi cara en el cristal de la ventana.
Tienen que ser paparazzis, pensé, lamentando mi decisión de permanecer allí. Casi no podía ver nada.
Entonces la luz me golpeó directamente a los ojos.
―Mierda. ―Salté de nuevo al lado, la ira inundando mis venas―. Hijo de puta. ―Giré  el picaporte y detuve el cristal de la ventana―. Quién diablos seas, puedes malditamente irte al infierno.
El flash de la cámara que estaba esperando no vino. En su lugar, oí la voz de Elias.
―Mierda ―dijo―. No era mi intención asustarte.
―¿Qué  demonios  estás  haciendo?  ―grité,  entonces  inmediatamente  bajé  la  voz,  consciente de la casa de June al otro lado de la pradera. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho―.  ¿Estás  jodidamente  drogado  o  algo  así?  ¿O  estás  tratando  de  darme  un  ataque  al  corazón?
Elias bajó la linterna al suelo.
―Ven y déjame entrar.
Exhale y juré en voz baja, bajando las escaleras y salí al porche delantero. Tiré de la puerta de par en par, y Elias se quedó en la puerta, sonriéndome.
―¿Qué demonios estás haciendo aquí a las once de la noche?
―Quería verte ―dijo―. No podía dejar de pensar en ti.
Entrecerré los ojos a él.
―¿Estás borracho? Hueles a cerveza rancia y humo.
―¿Qué? ―preguntó―. No. Quiero decir, podría haber pasado por un poco de cerveza en el bar.
―¿Apareces aquí después de estar en un bar toda la noche? ―Crucé los brazos sobre mi pecho―. ¿Crees que soy tan fácil, o simplemente estúpida?
Elias miró hacia el suelo, frotando la punta de la bota en el porche. Cuando levantó la vista, tenía una expresión tímida en su rostro.
―Mierda ―dijo―. Fue un error venir aquí. ―Se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Mierda.
Yo no podía creer que estaba a punto de hacerlo.
―Espera ―llamé, y se volvió a mirarme por encima del hombro―. Vuelve.
Cuando regresó, entrecerré los ojos hacia él bajo la luz del porche.
―¿Realmente no estás borracho? ―pregunté.
―¿Me veo así? ―preguntó―. En serio. No lo estoy. Mi madre fuma. Mi hermano trabaja en un bar. Yo no estaba pensando en venir aquí.
―¿Tomaste un giro equivocado, o qué? ―Todavía no me movía de donde estaba. No estaba segura de si quería dejarlo entrar o decirle que se fuera a casa. Mi corazón se aceleró, pensando en lo que podría pasar si le dejaba entrar, lo que podría querer que pasara con él. Cuando pensaba en ello, todavía podía sentir sus labios sobre los míos, sus manos en la parte baja de mi espalda.
Un choque de excitación recorrió mi cuerpo al pensar en su toque. Él sacudió la cabeza.
―No tengo ni puta idea ―dijo―. No podía hacer frente a mi casa.
Había algo en la forma en que lo dijo, de pie con las manos en los bolsillos, que le hacía parecer vulnerable. Era sólo un vistazo, una grieta en su armadura, y luego se había ido. Pero me hizo pensar que había más de lo que había visto.
―¿Así que prefieres pasar la noche con una extraña que con la gente que conoces? ―le pregunté, mi voz suave. Me puse de pie cerca de él, mirándole a la luz del porche suave.
Se encogió de hombros.
―A veces las personas que conoces son los mayores extraños de todos.
―No estoy segura de que quiero dejarte entrar, Elias ―dije, mi voz suave. No podía dejar de pensar en ese maldito beso.
―No puedes decirme que me vaya ―dijo―. Si quieres que me vaya, di la palabra y me iré.
Apenas podía oír sus palabras, no podía concentrarme en nada, excepto sus labios mientras hablaba. Quería sentir su aliento en mi piel.
―Vete. ―Llamé a su farol.
―No.
―Dijiste que lo harías.
―Sólo si no me quieres ―dijo―. Pero lo haces.
―No sabes absolutamente nada acerca de lo que quiero. ―Las palabras salieron de mi boca, colgando en el espacio entre nosotros. Eran falsas incluso a mis oídos.
Él no retrocedió. En cambio, levantó la mano y trazó su dedo por mi pecho, hacia mi escote.
―Es por eso que tus pupilas son tan grandes como malditos platillos. ¿Y por qué tu respiración se corta? ―dijo―. Porque no me quieres.
―Mi respiración es entrecortada porque simplemente vine corriendo escaleras abajo ―le dije―. Por culpa de algún asno con una linterna brillando a través de la ventana en medio de la noche.
―¿Estabas durmiendo? ―preguntó con voz ronca. Extendió la mano y tiró de mí apretada contra él, pero no protesté.
―No. ―No iba a hablarle de mi noche. Ya podía sentir la vergüenza acercándose, que amenazaba con abrumarme otra vez. No quería que Elias viera que me corté, y lo haría―. Vete a casa, Elias.
―¿Quieres decir eso?
Por supuesto que no, grité las palabras, dentro de mi cabeza. No te vayas.
―Sí ―le dije.
Antes de que pudiera decir nada más, su boca alcanzó con fuerza a la mía, y dejé escapar un gemido involuntario mientras su lengua entraba en mí. Cuando me beso, podía sentirlo a través de todo mi cuerpo.
Se apartó de mí, y se quedó sin aliento.
―¿Todavía no me quieres? ―preguntó.
No respondí, y cuando él retrocedió unos pasos, estaba decepcionada.
―¿Te estás yendo?
―Mierda, no, no. Malditamente me quedo. No te muevas. Ya vuelvo. ―Regresó con una bolsa en la mano.
―¿Es tu maleta? Eso no es nada presuntuoso, en absoluto ―le dije.
―Estaba en el coche. Nunca desempaco. Pensé que podrías querer un cambio de ropa, también, ya que no traes nada. Pensé que no fuiste a la ciudad a la tienda.
―Me vendría bien algo de ropa ―le dije.
―Puedo conseguir un poco en la ciudad mañana ―dijo―. Aunque, como advertencia justa, puede no ser exactamente lo que alguien como tú está acostumbrada. ―Dejó la bolsa en el suelo y caminó por la habitación―. Este lugar es agradable. ¿Realmente tienes todo esto para ti?
―Sí ―le dije, mis ojos demorándose en su culo de nuevo cuando se volvió para mirar algunas fotos en la repisa de la chimenea―. ¿Qué quieres decir con alguien como yo?
―West Bend no tiene Rodeo Drive o cosas así, ya sabes.
―¿Me veo como que necesito ropa de diseñador? ―le pregunté, mi voz indignada―. Creo que la primera vez que me besaste, llevaba pijama, si recuerdo bien.
Pero pude verle sonreír, incluso con la cabeza girada. Puso sus manos en alto.
―Sólo estoy diciendo, por ser una gran estrella y todo eso, no podrías estar queriendo la mierda que West Bend vende.
―Estoy bastante segura de que voy a estar bien.
―¿Me vas a mostrar el dormitorio o qué? ―preguntó, volviéndose hacia mí mientras se apoyaba en el ladrillo de la chimenea.
Me reí.
―Eso es directo.
Se encogió de hombros.
―¿Quieres que ande por las ramas?
Me reí de la frase, y él sonrió con malicia.
―Uh...
―No te preocupes, cariño ―dijo―. Voy a llegar a esa parte. ―Elias me dio una mirada larga y dura, y luego, sin hablar, dio un paso hacia mí y me puso sobre su hombro como si fuera una muñeca de trapo. Grité cuando me puso sobre su hombro.
―Elias ―protesté, más sorprendida que otra cosa―. No puedes llevarme arriba. Tu pierna.
Bájame.
Pero él me llevó escaleras arriba como si no fuese nada.
―No sabes nada de lo que puedo o no puedo hacer ―dijo, dando vueltas cuando se enfrentó a una de las habitaciones―. Hay bomberos que llevan a gente más pesada que tú con prótesis como la mía. ¿Es esta la habitación dónde te alojas?
―Sí. ¿Vas a bajarme?
―Estoy debatiendo si quiero o no ―dijo, acariciando mi culo con la mano―. Podría mantenerte aquí un poco más.
―Bájame, imbécil ―le dije, pero mi voz era menos insistente cuanto más me tocaba. Cuando puso una mano en mi cintura y la otra en mi culo, se aseguró de que me deslizara por su cuerpo en el camino y quedé con firmeza empujando contra él cuando mis pies tocaron el suelo. Yo no estaba exactamente a punto de protestar, especialmente cuando sentí su dureza contra mí―. ¿Traerme escaleras arriba te puso caliente?
―Malditamente lo hizo ―susurró Elias en mi oído, su boca cerca de mí―. No puedo pensar en otra cosa que encenderme al ponerme todo cavernícola con una chica como tú.
No me moví, deleitándome en la sensación de él tan cerca de mí.
―¿Una chica como yo?
―Sí ―dijo―. En caso de que no estabas al tanto, eres una mierda sexy.
Yo reí.
―Tienes una habilidad con las palabras.
Se apartó de mí, sólo un poco, y sonrió.
―Soy mejor con mi boca―dijo.
Sentí una oleada de excitación ante sus palabras.
―Dios, eres asqueroso.
Me guiñó un ojo.
―No tienes ni idea ―dijo.
Negué con la cabeza.
―¿Qué? ―preguntó, sus manos en mis brazos.
―No sé qué pensar de ti ―le dije.
―Soy un maldito enigma.
Yo reí.
―Esa es una palabra grande para un... ni siquiera sé lo que haces.
Una mirada oscura cruzó su rostro brevemente, borrada rápidamente por su forma de broma otra vez.
―¿Es necesario saber?
―Sería bueno saber con quién estoy durmiendo ―admití.
Se acercó más a mí, o me había acercado a él, no estoy segura de qué. Pero estaba tan cerca que si me ponía de puntillas sólo un poco más, sería capaz de llegar a sus labios. Estaba viendo cómo se movían mientras hablaba, incapaz de pensar en otra cosa que no sea que estén en mí.
―Dormir no es algo que tenía en mente ―dijo Elias.
―¿Oh? ―pregunté―. ¿Qué tenías en mente?
―Voy a arruinarte para otros hombres, River Andrews ―dijo―. Esa es una maldita promesa.
Sentí una oleada de emoción corriendo a través de mí por sus palabras, mi rostro enrojeciendo caliente bajo su mirada.
Elias levantó el borde de mi camiseta, jugó con ella por un momento, como si estuviera tratando de tomar una decisión. Luego sacó la tela por encima de mi cabeza, su mirada fija en mí. Me atrajo hacia él, sus dedos recorriendo ligeramente la longitud de mi espalda, y lo sentí inhalar profundamente, su pecho subiendo.
No sabía qué demonios pensar acerca de este tipo. Definitivamente no era como los chicos a los que estaba acostumbrada en Hollywood, con sus productos para el cabello y delineador y chorradas de sensibilidad. Elias era mandón, bocazas, y simplemente sucio.
Pero sentí relajarme contra él mientras sus brazos me envolvieron.
Se quedó en silencio durante un minuto, antes de deslizar sus dedos debajo de mi barbilla e inclinar mi cabeza para encontrarse con la de él. Presionó sus labios contra los míos, más duro mientras yo respondía a su beso. Sondeó mi boca con su lengua, prácticamente follándome, y el deseo corrió por mi cuerpo mientras su lengua encontró la mía, y le devolví el beso, con hambre de él, hambrienta de su toque. Quería sus manos sobre mí. Lo quería dentro de mí.
Llegué bajo su camiseta y empujo mis manos.
―¿Qué? ―pregunté.
―Es no... ―hizo una pausa―... no es... bonito. Solo como una advertencia.
―¿Qué no es? ―Estaba confundida por un minuto, mi cabeza se nubló con la lujuria. Deslice su camiseta más lejos, mis manos corriendo sobre la superficie de su pecho, y él sacudió su cabeza mientras tiré de ella el resto del camino.
―Te lo dije―dijo de pie inmóvil, como si temiera que yo huyese, gritando de terror.
Seguí mis dedos sobre el laberinto de cicatrices que cruzaban su pecho y hombros, la piel ondulada, sus tatuajes desarticulados como si fueran pinturas de arte moderno o algo así, no del todo forjadas donde las cicatrices interrumpían. Levanté la vista hacia él.
―Metralla ―dijo―. De la explosión. Injertos de piel a causa de las quemaduras.
―¿Así es como perdiste tu pierna?
Elias asintió, sin hablar.
Besé su pecho, donde estaban las cicatrices, corriendo mis palmas sobre los bordes de la piel. Sus ojos estaban en mí, podía sentirlo, y cuando miré hacia él, tenía una extraña expresión en su rostro, placer acompaado de dolor, pensé.
―Te dije que no era bonito.
―No me pareces el tipo de persona que trata de ser bonito de todos modos―le dije.
Una lenta sonrisa se deslizó por el rostro de Elias.
―Estás  jodiendo  bien,  River  Andrews―dijo―. Para una actriz.―Pasó  el  dedo  por  el
lado de mi cara, y volví mi cara al calor de su palma.
―Es Gilstead ―solté. ¿Por qué acabo de decir eso?
―¿Qué?
―Mi apellido. No es Andrews. Es Gilstead. ―No sé por qué me sentía como que tenía que decirle.
Elias asintió.
―River Gilstead―dijo―. Bien.―Se pasó la mano por el cabello, y luego hasta la nuca.
―Pensé  que  debías  saber  mi  nombre  real,  ya  que  voy  a  estar  durmiendo  contigo  ―le dije. Estaba balbuceando, nerviosa como el infierno. Salió el sonido torpe. Me sentí tan increíblemente tímida.
Entrelazó los dedos por el cabello en la base de mi cuello, agarrando con fuerza y tirando hacia atrás, inclinando mi rostro hacia el suyo. Sentí el aliento capturarse en mi garganta. Su otra mano bajó por la cinturilla de mi pantalón y tomó mi culo en su mano, tirando de mí en contra de su dureza.
―Ya te lo dije ―dijo―. No vamos a jodidamente dormir. Una vez que tenga mi polla en ti, no vas a recibir ningún descanso.
Deslizó su mano alrededor de la parte delantera de mis caderas, entre mis piernas.
―No hay bragas ―dijo.
Me mordí el labio y sacudí la cabeza.
―Necesito ir de compras.
Dejó escapar un sonido en voz baja que sonó como un gruñido, y toco con sus dedos mi clítoris. Me arqueé hacia él, queriendo sus labios sobre los míos, queriendo todo de él. No había sido tocada en mucho tiempo.
―Oh, Dios mío ―susurré. Su mano estaba todavía en la base de mi cuello, agarrando mi cabello firmemente mientras sostenía mi cabeza en su sitio, asegurándose de que no rompía el contacto visual con él. La forma en que me miraba mientras me tocaba, su mirada intensa cuando sus dedos rodaron sobre mi clítoris, me dieron ganas de venirme inmediatamente―. Te quiero a ti dentro de mí.
―¿Quieres que te folle? ―dijo, sus dedos bailando sobre mi clítoris.
Gemí.
―¿Tengo que pedirlo?
Se alejó de mí, comenzó a desabrocharse el pantalón, y sonrió. ―Definitivamente vas a mendigar.
―Eres un engreído ―le dije. Pero el latido entre mis piernas sólo se intensificó. Estaba cerca de la mendicidad ahora. Hice una pausa―. No tengo condones.
Él no contestó.
―¿Tú sí? ―pregunté.
Él me dio una mirada.
―No estaba  pensando  en  venir  aquí  ―dijo―. Estoy limpio. Realmente no los necesitamos.
―No estoy tomando la píldora. ―Me sentí estúpida, diciendo eso, y le di una mirada tímida―.  Dejé  de  tomarla...  no  estoy  en  nada. ―¿Cómo explico, que no lo necesitaba porque mi prometido ya no estaba follándome? Era embarazoso.
Él no se movió, se quedó allí, mirándome. Luego asintió, y dio un paso hacia mí, sus dedos atrás donde estaban antes, acariciándome. Sentí una oleada de deseo inundar mi cuerpo.
―Bueno, entonces ―susurró―, no follar. Esta noche, de todos modos. Mañana es otra historia.  ―Me acarició con sus dedos, sus movimientos lentos y lánguidos―. De hecho―dijo―. Tal vez sólo voy a tomar mi tiempo contigo.
Mis pensamientos estaban nublados de lujuria. Elias tomando su tiempo conmigo era lo último que quería oír. Me dolía por sentirlo dentro de mí. Quería que me follase, duro y rápido, mis piernas envueltas alrededor de él, contra la pared de la habitación. Quería gritar, enterrar mi cara en su hombro, cavar mis uñas en la espalda cuando llegase.
Lo que estaba haciendo ahora con su mano era increíble... y agonizante.
―Elias―susurre,  incapaz  de  pensar  en  nada  más  que  decir,  excepto  su  nombre.  Me  imaginé llamándolo mientras empujaba dentro de mí.
Sacó sus dedos de entre mis piernas y me oí gemir. Elias llegó detrás de mí, desabrochó mi sostén, y deslizó los tirantes por mis brazos.
―Oh, el infierno ―dijo, con los ojos en mis pechos.
―¿Qué? ―le pregunté, mi respiración corta. Alcance la pretina de su pantalón, los desabroche, comencé a deslizarlo de su cuerpo, cuando él agarró mis manos.
―Eres jodidamente magnifica. ―Elias sostuvo mis muñecas contra los lados de sus caderas. Sabía que estaba duro; quería apoyarme en él, para presionarme contra su dureza―. Quiero probarte. Quiero explorar cada centímetro de ti.―Puso su boca cerca de  mi oído―. Quiero que me quieras tanto que el pensamiento de mi polla dentro de ti te haga venir.
―Me estoy acercando a ese punto ahora  ―le dije, mis palabras entrecortadas.
―Ni siquiera has conseguido estar cerca de ese punto todavía ―dijo, dejándose caer de rodillas en el suelo entre mis piernas. Empezó a tirar hacia abajo mi pantalón, incluso antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Su dedo rozó el vendaje que cubría el lugar en mi pierna donde me corté, y di un suspiro de alivio por haberlo cubierto―. ¿Accidente al afeitarse? ―preguntó, su voz baja.
―Sí ―le dije―. Cortada con una maquinilla de afeitar.
Él me miró, y luego besó mi otra cara interna del muslo, su pulgar acariciando suavemente sobre el lugar donde mis cicatrices solían estar, el lugar donde generalmente estaban la mayoría, solo que desvanecidas. Cuando se detuvo, cerniéndose sobre el punto, estaba segura que se había dado cuenta de mi secreto. Contuve la respiración, sintiendo mi cuerpo tenso.
Entonces comenzó a aplicar besos sobre la longitud de mis muslos, subiendo entre mis piernas. Exhalé, más por alivio de que había pasado por alto el reciente corte, que cualquier otra cosa. Hasta que se trasladó más allá, entre mis piernas y me cubrió con su boca.
Él me trabajó de nuevo con su lengua hasta que estuve a punto, hasta que me agarré de su cabello desde la raíz, tirando de él, apenas respirando. Luego deslizó sus dedos dentro de mí otra vez, su boca se centró en mi clítoris, chupando tan fuerte que no podía pensar en otra cosa.
Sus dedos se movieron, acariciándome con un movimiento de aquí para allá, hasta que mi respiración vino a borbotones, desigual con el deseo. Con la otra mano, amaso mi pecho, su pulgar acariciando mi erecto pezón.
―Elias. ―Mi voz era ronca, no sonaba como yo―. Oh Dios, Elias, me voy a venir.
Él gimió, el sonido amortiguado entre mis piernas. Luego deslizó sus dedos fuera de mí, y casi grite en el vacío.
―Quiero sentir que te vienes conmigo―dijo, y luego reemplazó sus dedos con el calor de su boca. Entro en mí con su lengua, sus manos en mi culo, agarrándome, y me vine con fuerza contra él.
Permaneció así durante un tiempo, hasta que me bajé de mi orgasmo y alejó la cabeza de entre mis piernas. Me miró, su expresión se ensombreció con la lujuria, y se levantó, tirando de mí hacia él. Podía sentir su erección contra mí a través de sus vaqueros, y sentí una oleada de deseo por él.
Me besó, de lleno en la boca, y pude probarme en sus labios. Era algo que nunca dejé que hicieran antes, darme un beso después de ir abajo en mí, pero con Elias, tuve este extraño deseo de hacer lo que él quisiera hacer. Todo lo que hacía, cada forma en que me tocaba, era sexy.
Rozó mi cuello con sus labios, sus manos itinerando sobre mi cuerpo, a través de mis pechos. Busqué la cremallera de su pantalón. Lo quería fuera. Quería verlo desnudo frente a mí. Tiré con fuerza de los lados, deslizándolos hacia abajo de sus piernas, y me agaché para sacarlos.
Elias sostuvo mis brazos, tratando de tirarme hacia arriba.
―No ―dijo, pero yo aparté sus manos lejos.
Agarré sus muslos con mis manos, mis ojos demorándose en su prótesis, y cuando miré hacia él, dio un paso atrás.
―¿Qué? ―Me puse de pie, confundida―. ¿Qué está mal?
Elias negó con la cabeza.
―Nada ―dijo―. Solo...
Apreté mi cuerpo contra el suyo, envolví mi mano alrededor de la base de su polla.
―Para un tipo que es tan malditamente engreído, eres horriblemente acomplejado para ciertas cosas ―le dije, mi mano corriendo sobre su longitud.
Él gimió, un sonido gutural de lo más profundo de su garganta.
―Sigue  haciendo  eso  y  no  lo  voy  a  ser.  ―Me besó mientras le acariciaba, todo el tiempo pensando en cómo preferiría tener su polla entre mis piernas que en mi mano.
Corrí mis labios sobre su pecho, viendo su cabeza irse hacia atrás mientras lo hacía. Luego me caí de rodillas delante de él, pasando mi lengua por su longitud, metiéndolo en mi boca, saboreándolo. Lo traje al borde, hasta que me agarró del cabello, advirtiéndome.
―River me voy a venir ―dijo.
Yo le tiré en mi boca más profunda, mirando hacia él.
―Mierda ―dijo, agarrando mi cabello. Le chupé más fuerte, y él empujó dentro de mí, gruñendo mi nombre cuando llegó.

ELIAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora