Capítulo trece.

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ELIAS.

Me senté en el coche fuera de The Thirsty Frog durante al menos quince minutos antes de que finalmente me decidiera por salir, sólo viendo cosas. Era un nuevo bar, pero sabía que si Silas estaba en un mal lugar como mi madre había dicho, no era cualquier tipo de establecimiento de confianza.
Silas se hallaba en la puerta principal; lo pude ver allí de pie, con los brazos cruzados,
al lado de la puerta principal, de vez en cuando comprobando una identificación, pero sobre
todo dejando a otro gorila hacer los controles de identidad, mientras él escudriñaba la multitud.
Se había vuelto grande, mucho más grande desde la última vez que lo vi, y me pregunté si mi madre quiso decir que estaba tomando esteroides. Conociendo a Silas, si estaba en la misma trayectoria en la que había estado cuando me fui, consumía algo más que esteroides. Pensé que había cambiado, pero tal vez no.
Salí del auto y caminé hacia el bar. Silas no me vio, pero oí su voz, fuerte, incluso por encima del estruendo de la gente en la línea. Uno de los otros gorilas destacaba en la puerta del bar, empujando a un hombre por la puerta principal, donde Silas lo agarró por la parte posterior del cuello y lo arrastró hacia la calle. La cara de Silas estaba contorsionada de ira, sus mejillas rojizas e hinchadas.
Mierda. Tres años más tarde, y nada había cambiado.
Me vio allí de pie, y se detuvo, empujando al chico hacia adelante, sin romper el contacto visual conmigo.
―Hoy es tu jodido día de suerte, pedazo de mierda ―dijo.
El chico gimió, tropezando hacia adelante en el estacionamiento, y salió corriendo.
―¿Vienes de lo alto para unirte  al  resto  de  los  mortales?  ―preguntó Silas―. ¿O simplemente vuelves a West Bend para darme otro sermón?
―Que te jodan, Silas―escupí las palabras, ya enojado con su actitud de mierda antes de que siquiera hubiésemos tenido la oportunidad de decirnos más de dos frases el uno al otro. No siempre había sido así. Podía recordar un momento en que él era mi mejor amigo en el mundo. Podía recordar un momento en que hubiera saltado en frente de una bala por él, y él habría hecho lo mismo por mí.
Su expresión se suavizó por un momento, nublada por otra cosa. ¿Arrepentimiento?, me pregunté. Probablemente era demasiado esperar de Silas, pero sentí que mis puños empezaban a abrirse de todos modos.
―Ya cremaron al bastardo, ¿sabes? ―dijo.
―Lo vi ―le dije―. Ella lo tiene arriba en el manto.
Silas escupió en el suelo.
―Jodidamente increíble de verdad ―dijo―. Exhibiéndolo como si fuera una especie de maldito santo.
Me encogí de hombros.
―¿Esperabas algo diferente?
―No de ella ―dijo, con voz amarga. Silas y yo siempre habíamos tenido diferentes expectativas a la hora de nuestra madre. Creo que siempre entendí que ella era incapaz de ser lo que queríamos que fuera. Silas estaba perpetuamente decepcionado de ella, enfadado con ella por no estar a la altura que él pensaba que debería estar. Enojado con el mundo por las mismas razones.
―Me dijo que estabas en Las Vegas ―le dije, dejando fuera el resto de la conversación, la parte tácita. Las Vegas estaba a un par de horas de San Diego, no exactamente en el otro jodido lado del mundo. Mi jodido gemelo, y no había venido a verme después de que mi pierna había sido volada en jodidos pedazos, no en el hospital, y no después.
Silas arrastró los pies, dio una patada a la acera con su bota.
―Sí ―dijo―. Me metí en el circuito de la lucha por ahí durante un tiempo.
―¿Legal? ―le pregunté. Silas había sido siempre un luchador, peleas, boxeo, MMA, lo que sea. Incluso cuando era un niño, teniendo riñas después de la escuela, enfrentándose a los matones, niños que solían hablar mierda sobre nuestra familia. Era como si no tuviera miedo, ni sentido de auto-preservación.
―En su mayoría ―dijo―. Hasta que me rompí mi ACL.
―No lo sabía.
Se encogió de hombros.
―Me enteré de lo que pasó, lo de la explosión. Iba a ir a verte, pero... ―Su voz se apagó.
―Sí, bueno, mierda pasa.
Su expresión parecía dolida, y abrió la boca, pero volvió a cerrarla.
―¿Has oído de Luke o Killian? ―le pregunté. No estaba tan desconectado de ellos, no como lo había estado con Silas, pero mis hermanos mayores pasaban incomunicados una gran parte del tiempo, en la carretera.
Silas negó.
―No desde hace mucho tiempo ―dijo, la implicación era obvia. Silas se había establecido como la oveja negra cuando se trataba de nosotros cuatro―. ¿Te quedarás por aquí?
No estaba seguro de si era esperanza o miedo en su voz.
―No estoy seguro ―le dije.
―Sí, bueno, West Bend no es el lugar que solía ser ―dijo Silas.
―¿Qué significa eso?
Se encogió de hombros, dando otra patada en el suelo.
―Tienes que cuidar tu espalda por tu cuenta aquí ―dijo, sin molestarse en explicar.
Un grito de uno de los otros gorilas nos interrumpió.
―Joder, deja de socializar y trae tu culo de vuelta por aquí.
Silas se volvió hacia la dirección del sonido.
―Vete a la mierda ―le gritó―. Ya voy.
―Cuidar mi espalda, ¿cómo? ―pregunté.
Silas abrió la boca, luego la cerró de nuevo.
―No quise decir nada con eso ―dijo Silas. Pateó el suelo con la punta de su bota―. Voy a hablar contigo más tarde. Estoy realmente arrepentido de no haber ido a visitarte cuando estabas en el hospital. Tengo un montón de remordimientos y mierda, y ese es probablemente el más grande.
Asentí, mostrándome calmado en el exterior, pero en realidad pudo haberme golpeado con un bate de béisbol, pidiendo disculpas de esa manera. Silas nunca fue bueno para las disculpas, ni siquiera cuando éramos unidos.
―Está todo bien.
―No ―dijo―. No lo está, de verdad. He sido un idiota. No quiero acumular más pesares, ¿sabes? Mal karma.
―Joder, Silas ―gritó el portero―. Trae tu jodido culo de vuelta.
―El deber llama ―dijo, con una sonrisa irónica en el rostro―. Tengo que irme.
Me alejé del bar, mi mente acelerada. Silas disculpándose había sido la última cosa en la tierra que esperaba cuando regresé aquí. Me había dejado atónito.
El camino se extendía delante de mí, y la idea de ir a casa, de vuelta al hogar donde crecí, era sombría.
No sabía qué diablos haría, pero no quería ir a casa.
Así que di una vuelta en U.

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