Capítulo treinta.

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ELIAS.

—¿Qué diablos pasó? ―Killian soltó en la sala de espera como si fuese su casa. Estaba sin afeitar, botas manchadas de grasa y polvo, vaqueros rasgados, llevaba una chaqueta de cuero y todavía con su casco de motocicleta. Un par de las otras personas que esperaban se trasladaron al otro lado de la habitación, y Killian les lanzó una mirada asesina. Entonces se levantaron y se fueron. Si las circunstancias fuesen diferentes, eso habría sido divertido.
Diablos, era jodidamente gracioso. Killian no era exactamente un chico ligero, era un matón e intimidante como el infierno para la mayoría.
Por supuesto, los cuatro juntos, probablemente, éramos bastante intimidantes.
―Me alegro de que estés aquí, hombre ―dijo Silas, pasando un brazo por la espalda de Killian―. No así, pero aun así, me alegro de verte.
―Tú también, imbécil ―dijo.
―¿Acabas de volar? ―preguntó Luke.
Luke asintió, con la mandíbula apretada. Luke era realmente fácil de tratar, no dejaba que mucha mierda llegara a él, es adicto a la adrenalina, pero cuando no estaba saltando de aviones o tirándose por la ladera de una montaña, era bastante tranquilo. Siempre se podía decir cuando estaba molesto, apretaba su mandíbula o sus dientes. Cuando éramos niños se rompió uno de ellos, lamentándose por la noche. Nuestro padre se había enterado, dijo que iba a golpearlo hasta sacárselo para que no necesitara al dentista para eliminarlo, y mamá se había arrojado sobre Luke, tomando la paliza por él.
―Sí, aquí desde anoche ―dijo Luke.
―Bueno, dame los malditos detalles, entonces ―dijo Killian―. ¿Estos malditos doctores te dicen todo lo que está pasando?
―Ella todavía está en urgencias ―le dije―. Sobredosis. Parece Tylenol y alcohol.
―Ni siquiera bebe ―dijo Killian.
Negué con la cabeza.
―No piensan que fuese alcohol.
―No tiene sentido―dijo Silas―. Toda la maldita cosa no tiene sentido en absoluto.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Killian.
Suspiré.
―Silas tiene la teoría de que algo está pasando aquí, que el idiota fue asesinado o algo así ―le dije―. Les voy a decir toda la mierda si escuchan.
Killian volvió hacia Silas, y Silas puso sus manos en alto.
―No estoy loco ―dijo―. Algo está pasando, y ahora esto... no tiene ningún sentido que ella se suicidara, no con el idiota muerto ahora. Fue todo su problema durante años. Ella estaría feliz de que se haya ido.
―O... ―le dije―. Podría ser como los prisioneros, ¿sabes?
―¿Qué mierda estás hablando, prisioneros? ―preguntó Luke.
―Ya sabes, como cuando los prisioneros son liberados después de años de cárcel ―le dije―. Matarse a sí mismos cuando finalmente salen. No pueden tratar con eso.
―¿De dónde diablos sacas eso? ―preguntó Luke.
―Fue en esa película, la de prisión de un...
―Shawshank ―dijo Killian.
―Exactamente.
Silas rodó los ojos.
―Dice que mis teorías son una mierda y son locas, pero te está dando las teorías que salen de las películas. Mierda. ―Hizo una pausa, con la mirada en la televisión en el otro lado de la habitación―. ¿No es...?, la pantalla dice River Andrews. ¿Es tu chica?
Miré a la TV, para ver su rostro. River Andrews, sentada frente a uno de esos programas de entrevistas cuyo nombre no recordaba, una de esas mujeres famosas por hacer llorar a las celebridades, haciendo verdadera mierda de corazón a corazón.
―Oye. ―Silas se acercó a una de las enfermeras en el área de recepción―. ¿Tienes un control para la televisión? Súbele rápido, ¿quieres?
Ella lo miró, luego a la televisión, y levantó las cejas.
―Ah, sí ―dijo, al hacer clic con el control remoto―. Es esa chica que estaba aquí en West Bend, ¿no es así?
Escuché la entrevista amplificada, la voz de River más fuerte en la habitación, y a pesar de todo lo que me dice que me aleje, que no preste atención a lo que estaba en la pantalla, que no quería escuchar lo que salía de su boca, me acerqué a la televisión y escuché.
Todo lo demás, el ruido del hospital, mis hermanos hablando, dando entre ellos mierda, se desvanecieron en el fondo.
―River Andrews. ―La presentadora sonrió, su expresión de bienvenida, desarmando. Como si fuese la abuela de alguien. Se inclinó hacia delante―. Debes haber sido una montaña rusa de emociones durante el mes pasado, traicionada por tu prometido, corriendo a Colorado... ―Su voz se apagó.
River asintió.
―Bueno, Deborah―dijo―. Es un momento que altera el curso de tu vida, encontrar a Viper y mi hermana.
Me sentí enfermo. Quería darme la vuelta, no escuchar su charla acerca de cómo se rasgó por el engaño de su prometido. No necesitaba oírla hablar de esa mierda.
¿Por qué torturarme?
Oí a River volver a hablar, una respuesta a una pregunta que me había perdido.
―Tuvo que ser aplastante ―dijo Deborah―. Descubrirlos, juntos, y luego enterarte acerca de su compromiso. Descubrir que Viper había sido infiel desde hace bastante tiempo.
River negó con la cabeza.
―Les deseo todo lo mejor en el mundo ―dijo―. Realmente espero que encuentren la felicidad juntos.
La presentadora negó con la cabeza, e hizo una mueca.
―Hablas demasiado tranquila en este momento, River―dijo, buscando que cayera en su trampa―. Tu madre tiene planes de lanzar su relato de tu infancia, tu vida.
River exhaló, y ahora vi el dolor en sus ojos.
―Y será la historia de mi madre, no la mía ―dijo―. Nada de eso es mío.
Sentí una punzada de empatía por ella, conociendo la relación con su madre. Sabía que el saber que su madre estaba escribiendo un libro sobre ella le haría daño.
―Pero sin duda debes tener algunos sentimientos acerca de todo esto, River―dijo―. Nadie es tan calmada acerca de todo esto.
―Mierda ―dijo Silas―. Ella estaba en el bar ese día.
―¿De qué estás hablando? ―le  pregunté―. Maldita sea cállate. Estoy tratando de escuchar esto.
River sonrió.
―Un buen amigo me dijo una vez que ninguna de estas cosas son las que son importantes en la vida. Son de menor importancia.
Ella estaba hablando de mí. Yo era el amigo.
No estaba seguro de si estaba contento de que lo que había dicho importara, o decepcionado de que me llamó un amigo.
―¿Como qué? ―preguntó Deborah.
―Un montón de cosas ―dijo River―. Familia. Amistad. Amor.
Deborah era más astuta de lo que aparentaba. Sus ojos se iluminaron y se inclinó más cerca. Va por todo, pensé.
―Estabas vinculada a alguien cuando estabas en Colorado ―dijo.
River frunció los labios. Yo no sabía qué diablos estaba pensando, pero me sentí colgado de lo que estaba a punto de decir.
―Lo estaba ―dijo ella.
―Un veterano militar ―dijo Deborah, mirando hacia abajo en una  nota―. Desactivación de bombas. Herido en Irak.
―Afganistán ―corrigió River―. Herido en Afganistán.
―Jodidamente recuerda mucho de ti ―dijo Silas, a mi lado.
―Cállate. ―No podía apartar los ojos de la pantalla.
―¿Y? ―preguntó Deborah―. ¿Tú y...?
―Elias ―dijo River.
―Elias ―dijo Deborah―. Bueno, déjame hacer la pregunta que cada hombre en América quiere saber. ¿Sigues en contacto con Elias? ¿Es algo definitivo, o simplemente por despecho?
River tragó, bajó la mirada hacia su regazo, a continuación, de regreso a Deborah. La cámara la enfocó más cerca, se centró en sus ojos. Ella miró directamente a la cámara.
Estaba mirándome directamente.
Tragué saliva. Todo se desvaneció en el fondo, y esperé a que ella respondiera.
―Pensé que era definitivo ―dijo―. Él no se sentía de la misma manera. Me equivoqué.
A mi lado, escuché a Silas murmurar por lo bajo.
―Mierda.
Pens que era real.
Estaba equivocada.
No sabía qué decir.
No sabía qué pensar.
―Mierda, hombre ―dijo Silas.
Todavía estaba viendo a River en la televisión, pero sólo podía ver sus labios moverse.
―Amigo ―dije, irritado―. Estoy tratando de escuchar esto.
―Lo sé ―dijo Silas―. Pero creo saber por qué se fue.
―¿Qué coño estás diciendo?
―La conozco ―dijo―. Quiero decir, la he visto antes.
―Todo el mundo la ha visto antes ―le dije―. Es una maldita estrella de cine.
―No, en serio, ese día tú estabas en el bar, entraste al baño Roger y yo estábamos hablando. Ella estuvo de pie allí durante un minuto, luego se fue. No sabía quién mierda era ella. No lucía como en sus fotografías... todas esas imágenes en las revistas y esas cosas. Ella  era rubia. Pensé que era un cliente.
―¿Y?  ―le pregunté, mirando  a  River  en  la  pantalla―. ¿A quién jodidamente le importa, hombre? Se acabó.
―No ―dijo Silas―. No estás entendiendo lo que te estoy diciendo.
―Ni mierda, Sherlock.
―Roger y yo estábamos afuera ―dijo―. Hablando de River.
Poco a poco me volví hacia él.
―¿Qué hiciste?
Escuché su explicación, su teoría de que River le había escuchado hablar mierda sobre mí y había malinterpretado la situación.
Me hundí en la silla.
La nota de River.
Ella pensó que era yo quien consideraba esto una aventura.
Se había marchado por mi culpa. No porque estaba desechándome para volver corriendo a Hollywood.
Hablamos por algunos malditos momentos de mierda.
Silas se sentó a mi lado.
―Bueno ―dijo―. Tienes que ir tras ella.
―Esto no es una maldita película,  Silas  ―dije―. Mamá está en jodidas urgencias. Déjalo ir.
Y entonces uno de los médicos salió por la puerta, sacudiendo la cabeza.
―Me temo que tengo malas noticias ―dijo.

RIVER.

Doblé la ropa con cuidado, poniendo las piezas en mis maletas.
Mi mejor amiga Abby se sentó en el sillón de mi dormitorio, sus largas piernas colocadas por el costado, su espalda apoyada contra el otro lado, tomando un cóctel.
―¿Estás segura que quieres hacer esto?
―Necesito  un  cambio  ―le  dije―. Ya he terminado con la película. No tengo obligaciones aquí. ¿Por qué no habría de hacerlo?
Abby se encogió de hombros.
―Si tú lo dices ―dijo―. O podrías, no sé, volar a Colorado en su lugar.
―Mira ―le dije―. Hice la entrevista. Dije lo que tenía que decir. Eso es todo. Se acabó.
Ni siquiera era algo, para empezar. Pensó que era una aventura, y eso es todo lo que fue. Nada más que eso. Fueron menos de dos semanas. Nadie se enamora de dos semanas.
―Ellos lo hacen en tus películas ―dijo Abby.
Suspiré.
―Todos piensan que la vida real es como en las películas, pero no lo es. Y yo fui una estúpida al pensar lo contrario.
Abby resopló.
―Sigo pensando que estás siendo una idiota.
―Solo  estás  celosa  ―le  dije,  enrollando una camisa y arrojándosela a través de la habitación. Ella gritó, inclinando la copa lejos de la dirección del proyectil.
― ¿Celosa de qué? ―preguntó―. ¿Tu novio? No lo creo. Sabes que me mantuve tan lejos de la polla cómo fue posible.
―Marruecos ―dije―. Estás celosa de que no vas. Deberías venir.
―Sabes que lo haría ―dijo―. Pero tengo un espectáculo en breve. Además, no estoy tratando de cometer un suicidio profesional aquí. Voy a tener mi gran oportunidad. Pronto.
―Deberías ―le dije―. Eres una artista talentosa.
―De todos modos ―dijo ella, sorbiendo su bebida―. Te doy seis meses antes de que estés de vuelta aquí, haciendo otra película. Como mucho. No es que no esté feliz por ti, pero, bueno, ¿qué demonios vas a hacer sin entregas de premios y...mierda... zapatos?
Me reí.
―Tienen zapatos en Marruecos, perra.
―Pero  seriamente...  ―Abby terminó su bebida, y luego cruzó la habitación, lanzándose de manera dramática en mi cama―. Tú y Elias... eran como en las películas, ¿verdad?
―No lo sé. Fue... apasionado. Nunca he tenido esa clase de sexo con alguien antes. Ese tipo de lujuria. ―Me encogí de hombros―. Pero eso es todo lo que fue, ¿sabes? Lujuria. Si hubiera sido algo más... ―Lo dejé sobrentendido.
Si hubiera sido algo más, habría llamado.
Él no habría dicho lo que dijo.
Estaríamos juntos ahora.
―Él probablemente ni siquiera vio la entrevista ―le dijo―. Todavía tienes su teléfono celular, el que tienes ahí, ¿cierto?
Miré hacia mi cajón de la cómoda, en el lugar donde lo había escondido y revisaba obsesivamente desde que había regresado, fantaseando que Elias me llamaría.
Pero eso era sólo una fantasía. Nada más.
A él no le importaba una mierda. Y tenía que dejarlo ir. No era sano, consumirme por alguien a quien ni siquiera le gusto.
―¿Lo tienes, verdad? ―preguntó―. Lo guardaste. Llámalo.
―No  ―dije―.No lo llamaré. Si él estuviera interesado, me llamaría. No voy a arrojarme sobre él.
Abby suspiró.
―¿Y si todo fuera sólo una especie de malentendido? ¿Realmente estarías de acuerdo con marcharte y no saber?
Negué.
―No es un mal entendido ―dije―. Es claro como el agua para mí. Pensó que sería increíble echarse un polvo con una actriz. Y yo fui una estúpida y pensé que era más. Eso es todo.
Además...
El timbre sonó, y busqué mi bolso.
―El chico de la pizza está aquí. Justo a tiempo, porque estoy totalmente hablando demasiado de Elias. Cuando vuelva, nuevo tópico de conversación... Marruecos.

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