Capítulo veintiocho.

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ELIAS.

Estaba trabajando en esta pieza en el garaje, con la música encendida tan fuerte que apenas y podía pensar. Esa era una de las ventajas con este lugar de alquiler, tenía un garaje en donde podía trabajar, y en el que había pasado cada minuto del día desde que River se había marchado convirtiendo este lugar en un taller.
Me dio algo con lo que obsesionarme.
El problema era, que incluso con esta mierda en la que trabajar, era demasiado tranquilo. Sólo yo y mis pensamientos.
Estaba pasando un infierno de tiempo. Y no en el buen sentido.
Sólo yo y mis pensamientos... a solas... no eran una buena combinación últimamente.
Al menos no estaba pensando en Afganistán. River malditamente había reemplazado esos pensamientos, se había instalado en mi cabeza, ocupando mi mente, su imagen reemplazando aquellas horribles.
No estaba seguro de si eso era algo bueno.
Estaba tan distraído por mis pensamientos sobre ella que no escuché el carro estacionarse, ni noté cuando Silas abrió la puerta.
No fue hasta que él finalmente gritó que finalmente salté.
―¡Mierda, Silas!
Apagué la música, solté el soplete de acetileno con que estaba trabajando y me quité las gafas de soldadura.
―¿Qué  demonios,  hombre?  ―dije―. Eres como un maldito fantasma o algo así. ¿Alguna vez has escuchado de llamar primero?
―Elias ―dijo él. Su rostro estaba pálido―. Es mamá.
―Justo la vi ayer ―dije―. ¿Qué pasa?
―Te he estado llamando sin parar hace una hora ―dijo―. Necesitas subirte al auto.
―¿Qué está sucediendo?
―Apresúrate ―pronunció, con la voz entrecortada.
―Sí, déjame que organice un poco ―digo.
Él negó con la cabeza.
―Sólo entra en el carro, Elias.
―¿Qué demonios está sucediendo, Silas?
―Mamá está en el hospital ―me dice―. Fui a verla, la encontré en su cuarto. Trató de suicidarse.
―No ―digo, siguiéndolo al auto.
―Vamos ―dice―. Está en el hospital. Llamé a Luke. Enviaron un mensaje a la Cruz Roja para Killian.
―Ella estaba bien ayer. ―No podía comprenderlo. El rostro de Silas lucía serio.

RIVER.

―No voy a terminar el resto de la película con ese imbécil. ―Me escuchó a mí misma gritando, las palabras sonando más como un chillido―. No me importa mi maldito contrato. Voy a presentar cargos por agresión. No hay forma de que el estudio me vaya a hacer terminar la película con él en el set.
―Nadie quiere obligarlos a trabajar juntos. ―El trajeado, uno de los del equipo que el estudio había enviado para tranquilizarme,  habló―. Tus sentimientos son justificados. Todos nosotros queremos poner esto en el pasado.
―¿Pero qué? ―preguntó―. Siempre hay un pero. ―No confiaba en el estudio, en cualquiera que fuera la mierda que ellos intentaran venderme.
―La última cosa que quiere el estudio es publicidad negativa para la película ―dijo―. Y no creo que tú quieras eso tampoco, en este punto, con toda la atención de los medios que has tenido recientemente.
―¿Es  eso  una  amenaza?  ―cuestiono―.  Suena  como  una  amenaza.  ―Esa misma sensación familiar de pánico regresó.
Él ondeó la mano restándole importancia.
―Claro que no, River ―dijo con voz suave. Condescendiente―. Pero este filme está casi completo. Tus escenas están terminadas en esencia. Las dos que faltan pueden ser cortadas, son menores y pueden ser terminadas con extras. Es posible que la película sea terminada sin que siquiera estés en el set.
―Quieres decir que yo podría ser cortada ―dije.
―Completada ―dijo él
―¿Cuál es la trampa? ―indagué.
―No hay trampa ―dijo―. Eres libre. Hecho. Hay un bono adicional por terminar anticipadamente.
―Dinero por silencio ―le digo.
Él chasqueó la lengua.
―Esa es una forma de mal gusto de verlo ―habló―. Es simplemente un bono por ser tan flexible, estando dispuesta a completar la película y a terminar antes de lo previsto... y  por tu comprensión de la importancia de no atraer más atención negativa hacia la película.
Era dinero por silencio.
Mi cabeza estaba dando vueltas. Estaba acabada. Libre. Podría ir a algún otro Hacer algo más. No esto.
Tomar unas vacaciones.
Ver el mundo.
Lo que jodidamente quisiera.
El problema era, que la persona a quien en realidad quería ver no quería verme.
―¿Dónde firmo? ―pregunté.

ELIAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora