Capítulo treinta y uno.

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ELIAS.

—Ella trató, supongo ―dijo Luke―. Quiero decir, ella sólo era débil. No era como el imbécil.
Todos asentimos, sentados alrededor de la mesa en la casa donde crecimos. La habíamos sepultado dos horas antes, sólo nosotros cuatro de pie alrededor de su tumba. Había comprado la parcela con mis ahorros, algo para asegurar que ella no estaba en un lote en el cementerio estatal, la forma en que el imbécil había sido enterrado. No la quería enterrada con él. No importa el inadecuado tipo de madre que había sido, había algo que no sonaba bien acerca de eso. Por lo menos podía hacer eso.
Los sentimientos de ellos hacia ella estaban tan mezclados como los míos, estaba seguro. ¿Qué podría decir realmente sobre una mujer que se quedó con un hombre como nuestro padre, alguien que golpeaba a su esposa, golpeaba a sus hijos con palizas que casi los mataban? Ella lo intentó, por lo menos.
Pero debera haber intentado ms duro, dijo Killian. ramos nios, por lo que debera haber intentado ms duro.
Supongo que esa era la realidad. No estaba contento de que ella hubiera muerto, no como me sentía por el imbécil, pero no estaba devastado, tampoco.
Era lo que era. Sólo la forma en que la vida continúa.
Killian levantó un vaso de whisky.
―Por nuestra madre. Que finalmente tenga un poco de paz.
Asentí.
―Por nuestra madre.
Tomamos el whisky, por lo demás silenciosos. Era una cosa extraña, todos nosotros juntos, por primera vez en años. No se sentía bien, de alguna manera, el hecho que estábamos todos juntos sólo porque ella había muerto.
Los hermanos deberan ser ms cercanos que eso, pensé.
Mi celular sonó en mi bolsillo, rompiendo el silencio, y lo saqué, mirando el número. Miré a Silas.
―¿Qué es? ―preguntó, su rostro preocupado―. ¿Qué ha pasado ahora?
Reconocí el número inmediatamente. Era el número que había estampado en mi cerebro, el que seguía diciéndome a mí mismo que debería de llamar.
Simplemente no me parecía correcto, que esté preocupado por lo que sucedió con una chica, cuando mi madre acaba de morir.
―Es el número de River ―le dije, el teléfono celular zumbando una y otra vez―. El desechable. El que le conseguimos aquí.
―Bueno,  a  la  mierda,  hombre  ―dijo Killian―. Una jodida estrella de cine te está llamando. Contesta el maldito teléfono.
El zumbido se detuvo, y me encogí de hombros, puse el teléfono sobre la mesa.
―No es nada ―les dije, mirando sus caras.
―¿Estás jodidamente hablando en serio? ―dijo Silas―. Ella se fue porque pensaba que eras un imbécil que dijo cosas de mierda sobre ella. Entonces ella dijo que lo eras, y lo cito, eres auténtico en la jodida televisión, ¿y ahora te llama? ¿Qué demonios te pasa? Tú no dejas de contestar el teléfono. Ahora estás siendo un imbécil.
Killian y Lucas me miraron, asintiendo.
―Imbécil ―intervino Lucas.
―Estás siendo un idiota ―dijo Killian.
El teléfono sonó de nuevo, y deslizó la pantalla para leer el mensaje. ―No es de ella ―les dije, leyéndolo, mi corazón latía con fuerza en mi pecho. ―¿De quién es? ―preguntó Silas―. ¿Qué dice?
―Mierda ―dije, dándome cuenta de lo que tenía que hacer―. Tengo que ir a Los Ángeles. Ahora. Y tú jodiste todo esto, Silas. Así que vas a venir conmigo.

***

―Aquí es ―le dije―. Esta es la dirección.
Silas silbó.
―Lujoso.
―Bueno, ¿qué creías que iba a ser? ―pregunté―. Ella es una jodida estrella. Mierda, hombre, está demasiado lejos de mi puta liga. No debería estar aquí.
―Sí, bueno, ahora lo estás ―dijo―. Demasiado tarde para cambiar de opinión.
¿Qué demonios iba a decir ahora que he llegado hasta aquí?
―Ni siquiera sé si ella está aquí.
―Su amiga, la chica que te envió el mensaje, dijo que no se iba hasta mañana ―dijo Silas―. Entra y jodidamente vela.
En el interior, el guardia de seguridad me detuvo.
―¿Residente?
―Visitante ―le dije.
Él me miró, con el ceño entrecerrado.
―Sí ―dijo, su tono nasal―. ¿Visitando a quién precisamente?
―River Andrews.
Él sonrió.
―Buen intento ―dijo―. Pero no hay nadie con ese nombre que viva aquí.
―Número 1279 ―le dije―. Esta es la dirección que ella me envió.
Se encogió de hombros.
―Como he dicho, nadie con ese nombre.
—Mierda, hombre ―dijo Silas―. ¿Estás jodidamente hablando en serio?
Mierda. Me devanaba los sesos. ¿Cul era el nombre falso que le dio a Jed? Brenda. Bailey. Beth.
―Bet Winters.
Él negó con la cabeza, con los ojos entrecerrados.
―Mierda, hombre, vamos ―le dije.
―Espera un segundo. Tú eres ese tipo ―dijo―. El tipo de la bomba. El que ella fue a ver. ―Miró hacia atrás y adelante entre Silas y yo―. Hay dos de ustedes.
―Jesucristo ―dijo Silas―. Dale a este hombre una medalla. Felicidades. Somos gemelos.
―Mierda ―dije―. Sí. Ese soy yo. No soy un acosador psicópata o algo así. La conozco.
―Exmarine, ¿verdad?
―Sí, sí. ―No quería charlar. En este momento, quería aplastar a este tipo por interponerse en mi camino para verla.
―Mi hijo está pensando en unirse a la Marina ―dijo.
―Eso es bueno. ―Miré hacia el ascensor.
El guardia se encaminó lentamente hacia el escritorio.
―Estuvo en las noticias, ya sabes ―dijo―. Una de las revistas. Tenía tu imagen en ella, con River. Leí tu historia. El artículo decía que desactivaste una bomba en Afganistán, por delante de un convoy que nunca la hubiera visto venir. Eres un héroe.
―Sí ―le dije, exhalando―. Ese soy yo. Héroe.
Él sacó una tarjeta y me extendí por ella, pero no me la entrego, continuó hablando.
―No vas a subir para romper el corazón de esa chica, ¿verdad?
―No ―dije, tirando de la tarjeta en su mano―. Joder. No.
―Para el ascensor. La necesitas para llegar a los pisos superiores.
―Gracias.
Todo el camino hasta el ascensor, mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Repase lo que iba a decir.
―¿Qué vas a decirle? ―preguntó Silas. 
―Cállate, hombre.

***

La puerta se abrió, y... una chica, no River, usando un top, con los brazos cubiertos de tatuajes y un anillo en la nariz, se paró frente a nosotros, una mirada confusa en su rostro. Entonces sonrió.
―Hay dos de ustedes.
―¿Quién eres?
Ella puso su mano en su cadera.
―Abby. ¿Quién coño eres tú?
Silas sonrió.
―Silas. Y Elias.
Ella nos miró de arriba abajo.
―Gemelos ―dijo ella―. Me agrada.
―¿River, está aquí?
―Así que eres Elias, ¿eh? ―preguntó ella, su mirada dura. Exhaló―. Supongo que puedo verlo.
―¿Ver qué?
―Eres sexy, supongo, de una manera robusta  ―dijo―. Quiero decir, yo prefiero coño en lo personal, pero puedo ver lo que ella ve.
―¿Está aquí? ―pregunté.
―Oye, River ―llamó―. El chico de la pizza está aquí.
―No he pedido ninguna...
Allí estaba ella, de pie en la puerta. Mirándome.
―Elias ―dijo, con los ojos fijos en los míos. Y entonces miró a Silas―. Son gemelos.
Me encogí de hombros, avergonzado.
―No mencioné que era mi gemelo ―le dije―. No lo pensé, y...
―Creo que escuchaste algo en el bar... ―comenzó Silas.
―Sí, oí lo que dijiste. La fecha de vencimiento. Sólo una aventura.
Miré a Silas.
―Yo no ―le dije―. Este hijo de puta dijo eso.
Silas levantó las manos en el aire.
―Culpable ―dijo―. Era yo. En mi defensa, en realidad estaba diciendo que había una fecha de caducidad porque alguien como tú no podría de ninguna manera realmente salir con este imbécil. Porque estabas visitando los barrios bajos.
Detrás de ella, Abby gritó.
―Ah ―dijo―. ¿No dije que había una explicación? ―Ella pasó junto a River y señaló a Silas―. Supongo que deberíamos darles algo de privacidad ―dijo, dando unos pasos atrás unos cuantos metros.
La pareja se cernía a unos metros de distancia.
―Puedo verte ―le grité―. Me falta una pierna. No soy jodidamente ciego.
Oí a Abby carcajearse.
―Pensé que eras tú ―dijo River―. Diciendo eso. Pensé que eras tú.
Asentí.
―Lo sé.
―No me dijiste que tenías un gemelo.
―No sé qué decir sobre eso ―le dije―. Fue un desafortunado descuido.
―Lo diría. ¿Por qué has venido, Elias? ―Su rostro se volvió hacia mí, con los labios entreabiertos. Quería mi boca sobre ella.
―¿No hay flores o algo? ―La voz de Abby rompió cuando el silencio.
―Abby ―advirtió River. Se volvió hacia mí―. ¿No hay flores o algo?
―No ―le dije―. No hay flores. Sólo mi corazón.
Silas soltó una carcajada.
―Eso es jodidamente cursi como el infierno.
―¡Fuera! ―dijo River entre dientes, y volvió a entrar en el apartamento, el sonido de la risa se ahogó. Se volvió hacia mí―. Tu corazón, ¿eh?
Me encogí de hombros.
―No tengo nada más que poner sobre la mesa, aquí ―le dijo―. Esto es todo. Es todo lo que tengo. No sé qué coño va a suceder en el futuro. No sé lo que va a pasar mañana. Pero quiero que lo que sea que suceda sea contigo. Te quiero. Eso es todo. Todo lo que sé es que te quiero.
River se me quedó mirando, con fuerza y durante mucho tiempo, antes de que sus labios finalmente se separaran y hablara.
―Elias, yo...
La voz de Abby sonó fuerte desde la sala de estar.
―¡Bésalo ya!
River se dio la vuelta.
―¡En serio, chicos, si oigo una cosa más, juro que los mataré a ambos con mis propias manos!
Ella salió y cerró la puerta detrás, sacudiendo la cabeza.
―Entonces ―dijo ella―. ¿Estabas diciendo?
―Aquí está la cosa ―le dije―. Me puedes decir que me vaya al infierno, o decirme que estoy loco, o cualquier otra mierda.No te he conocido el tiempo suficiente para estar diciendo esto, y estoy muy consciente de ese hecho de mierda. Pero he estado a punto de morir, y he visto suficiente muerte en mi vida para saber que cuando algo, alguien, me tira de culo porque es tan jodidamente diferente de cualquier otra persona que he conocido, que... bueno, es sólo jodidamente importante.
Las palabras simplemente salieron de mí, rápidamente, imparables.
―Así que, lo que estoy diciendo es que quiero estar contigo. Jodidamente te amo. Eso es todo lo que tengo. Me puede decir que me vaya al infierno o lo que quieras. Pero he dicho mi parte.
―De acuerdo ―dijo ella.
―¿De acuerdo?
Ella asintió.
―De acuerdo, con todo. Te quiero también, Elias.
Jale a River cerca, mi boca bajando a la de ella. Con sus labios apretados contra los míos, el mundo estaba correcto de nuevo.

ELIAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora