Capítulo diecisiete.

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ELIAS.

River metió un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja, alisándolo, pero volvió a salirse, sobresaliendo en ángulo, reacio a ser contenido. Oculté una sonrisa. Cuando la busqué ayer en internet, vi todas esas fotos suyas en eventos con largo cabello rubio, exhibiendo grandes sonrisas y posando para las cámaras.
Se veía mejor con cabello corto. De alguna manera, le sentaba bien, desordenado y revuelto, negándose a ser domado.
Dio golpecitos con la yema de su dedo al mostrador de la oficina de alquiler de autos, un hábito nervioso, decidí.
—¿Nunca nadie te ha dicho que te pareces a esa actriz? —cuestionó el agente de alquiler, volteando la licencia de River en la mano.
Yo sabía que era falsa, me preguntaba lo pasable que podía ser. No era como si el agente pareciese algún tipo de experto en detectar licencias falsas, no en una tienda que alquilaba autos desde la parte trasera de una tienda de equipos de pesca.
River asintió y rodó sus ojos.
—Siempre me lo dicen —contestó—. Apesta. He escuchado que es una verdadera perra.
Tosí, cubriendo mi risa.
River firmo los papeles y tomó las llaves.
—Muchas gracias —comentó.
—De nada —respondió el agente, prestándole atención a medias, su mirada se centró más en mí—. Te reconocí en cuanto entraste.
—Oh, no soy ella... —empezó River, pero el agente continuó mirándome. —Escuché sobre tu padre —afirmó.
Suspiré.
La última maldita cosa que quería hacer era hablar con alguien que conociese a mi padre. No necesitaba escuchar el gran tipo que era de uno de los alcohólicos con los que solía beber en el bar o algo.
—Sí, bueno, así es la vida. Gracias por la venta.
Giré para irme, mi mano en la parte baja de la espalda de River mientras la guiaba delante de mí. Quería salir de ahí antes de estar inmerso en alguna estúpida conversación sobre el holgazán de mi padre. Era la última persona en esta verde tierra sobre la quería pensar.
El agente habló tras nosotros.
—Al menos ahora tu madre puede conseguir poner en orden esa propiedad—comentó.
No volteé para escuchar más, lo que dijo ni siquiera se registró en mi cerebro hasta que
estuvimos fuera, caminado nueve metros por la acera.
Ahora tu madre puede conseguir poner en orden esa propiedad.
¿De qu demonios estaba hablando?
La voz de River traspasó mis pensamientos.
—¿A qué se refería, que escucho sobre tu padre?
—Nada —respondí, con voz afilada—. No es asunto tuyo.
Mierda.
Tan pronto como las palabras salieron de mi boca, las lamenté. River se veía herida y luego apretó su mandíbula, una fría expresión asentándose en ella.
—River... —comencé, pero levantó su mano.
—Tienes razón —afirmó—. No es asunto mío.
Abrí la boca para disculparme, pero antes de poder hacerlo, escuché una voz del pasado a mi lado.
Ahora no. Est la ltima maldita cosa que necesito.
—Bueno, ¿qué demonios tenemos aquí? —preguntó la voz, su tono poco amigable—. Elias Saint. ¿Y quién eres tú?
River entrecerró los ojos al hombre parado frente a nosotros en uniforme de policía. —Beth Winters —mintió, cruzándose de brazos—. ¿Quién eres tú?
—Jed Easton —explicó—. Es decir, sheriff Easton.
La boca de River estaba tensa y la vi darse golpecitos en el costado con los dedos, escondidos bajo sus brazos cruzados. Estaba irritada, tanto que podía verlo; no estaba seguro si era por mí o por Jed, o tal vez por la llegada de Jed justo cuando estaba a punto de decirme que me fuese a la mierda.
Debería estar agradecido por el momento en que llego Jed. Pero no lo estaba. No solo porque Jed era un idiota, sino porque parte de mí quería que River me mandara a la mierda ya que me lo merecía.
—¿Qué te trae a West Bend? —preguntó, mirando todavía a River.
—Vacaciones —respondió—. Disfrutando de las vistas, ya sabes. Pequeños pueblos como este son mi pasión.
—Y este niño Saint —indagó Jet—. ¿Es conocido tuyo?
Mi sangre hirvió, cerré los puños. Iba a derrumbar a este idiota por llamarme niño. Los ojos de River se ensancharon y me miró.
—Difícilmente lo llamaría niño —precisó, sonriendo—. Está jodidamente bien dotado. Diría que probablemente tiene varios centímetros más que tú. —Se inclinó más cerca de Jed, levantando las cejas—. Sabe usarlos realmente bien también.
Tuve que evitar quedarme con la boca abierta, escuchando hablar a River. Ninguna chica me había defendido. Demonios, nadie en mi vida me había defendido. Si había algo a lo que estaba acostumbrado era a pelear mis propias batallas. No sabía qué demonios pensar de esta chica.
El rostro de Jed estaba rojo mientras se apartaba de ella y me encaraba.
—Ten cuidado —amenazó—. Este pueblo no necesita a los de tu clase causando problemas, ni a ti ni a tus hermanos.
—Jódete, Jed —espeté.
Sonrió y asintió, luego volvió a irse. Lo miré con ojos entrecerrados cuando se detuvo,
entonces se giró hacia nosotros.
—Oh, una cosa más. Dale a tu madre saludos de mi padre —puntualizó.
Mi corazón acelerándose, la sangre bombeando ruidosamente en mis oídos, apenas registré la mano de River en mi brazo.
—Mierda —grité, lo suficientemente alto como para que una pareja que pasaba por la acera se detuviera y mirara.
Maldito Jed.
—River, yo...—comencé, pero me interrumpió, levantando la mano.
—Sea lo que sea —enfatizó—. No quiero saberlo, no es de mi maldita incumbencia.
—River, no quería...
Negó.
—Solo porque te defendí, no significa que esté de acuerdo contigo siendo un imbécil —indicó—. Simplemente, no me gustan los abusivos y ese chico me parece un abusivo.
—De la peor clase —concordé.
—Gracias por el viaje, Elias —aseguró, las llaves del auto colgando de sus dedos. Se volteó para irse.
Me quedé ahí y la vi alejarse. Jesucristo. No estaba acostumbrado a tener que vigilar mi actitud, asegurarme que no afectaba a otros. Estaba acostumbrado a lidiar con subordinados, gente sobre la que estaba a cargo en la Marina. La mayoría de ellos se apartaron de mi camino.
Sentí una punzada de arrepentimiento. Mierda
No es así como planeé pasar el resto del día, lidiando con la basura de mi familia.
Pensé en pasarlo follando a River, pero jodí esa parte.
Tena que arreglarlo, pensé. Ms tarde lo arreglara con ella.
Todo lo demás fue eclipsado por el pensamiento de lo que había dicho Jed. Y lo que el gerente de ventas mencionó. Mi madre tenía algunas preguntas que responder.
Entre cualquier chorrada que tuviera que ver con ella y la mierda críptica de Silas, había demasiados malditos secretos.

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