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Arlet estaba de pie en un rincón del salón, sola y aburrida mientras observaba al resto de los invitados interactuar

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Arlet estaba de pie en un rincón del salón, sola y aburrida mientras observaba al resto de los invitados interactuar. El salón era inmenso, y aunque ya había estado allí varias veces, no dejaba se sorprenderse por lo grande y lujoso que era.

Al ser su padre un duque cuyo título se extendía a varios siglos atrás, su casa también era grande y estaba llena de arte acumulado durante años, pero ese sitio era especial. Diferente. Las lámparas eran de oro y cristal, sobre la enorme chimenea había una pintura del mismísimo Michael Sittow y junto a esta, dos esculturas magníficas. Para una amante del arte como ella misma, ese lugar era un paraíso. Eso, si estuviera libre de personas, por supuesto.

Ya no le sorprendía la admiración que todo el mundo sentía por Shiobban, pero tampoco lo comprendía. Había dejado de molestarle, también. O por lo menos era lo que se decía a sí misma. Mientras su hermana no interfiriera en su vida, era capaz de tolerarle todo.

Estaba esperando que se cumpliera una hora de haber llegado para poder marcharse argumentando que le dolía la cabeza, cuando sintió una presencia a su espalda.

—Sé cómo se siente —le susurró la voz de un hombre y se giró de inmediato para enfrentarlo.

Abrió los ojos de par en par y tragó en seco antes de recordar hacer una reverencia. Frente a ella había un hombre joven y hermoso. Era rubio, alto y de ojos claros. Solo se lo habían presentado en persona una vez en su vida, y de eso hacía ya mucho tiempo.

—Alteza —compuso agachando la cabeza por un instante.

—Lady Arlet, ¿verdad? —Preguntó el hombre mirándola con descaro. La rubia se contuvo de hacer una mueca ante su desfachatez y recordó todo lo que había oído decir a su hermana acerca del Príncipe Víctor.

No debía fiarse de él.

—Sí, Alteza.

El hombre le tomó una mano y se la llevó a los labios para besarla. Arlet miró con disimulo hacia todos lados, esperando encontrarse con la mirada de Jenna, la esposa de Víctor, pero no encontró a nadie.

—He visto a sus padres y a su hermana en las últimas fiestas, pero nunca la he encontrado a usted. ¿No disfruta este tipo de velada?

—No he sido invitada a esas fiestas que usted menciona, Alteza.

Víctor arrugó la frente y se apoyó en la pared que tenía detrás, poniendo toda su atención en ella. Arlet se removió incómoda, nunca tenía la atención de los hombres, Jaques había sido el único que se había fijado en ella, que le había dicho más que un inexpresivo hola por obligación. Ahora tenía al hijo mayor del Rey, el heredero de la Corona de Sourmun, hablándole, interesándose por ella. Y algo le decía que no lo hacía solo por cortesía.

—Según tengo entendido, la invitación se extiende a toda la familia.

Ella lo sabía. Claro que lo sabía. Pero nunca esperaba asistir a todas las fiestas a las que iban sus padres y Shiobban, para el Duque y la Duquesa, la familia solo los incluía a ellos tres. Las pocas oportunidades en las que Arlet era requerida, eran solo para no tener que dar explicaciones acerca de por qué ella nunca asistía.

Los secretos de la reina #Descontrol en la realeza 0.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora